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del

Manuel Alejandro Escoffíe
Ilustración tomada de internet
La Jornada Maya

5 de febrero, 2016

El pasado mes de enero se cumplió un año desde los atentados al semanario francés Charlie Hebdo. En vista de dicha conmemoración, me permito recordar una vez más que, cuando los bandos polarizados de opinión en dicho caso se movilizaban respecto a si los editores de la publicación merecían ser recordados como mártires o como provocadores, me preguntaba qué tan conscientes serían tanto quienes los condenaban como quienes los defendían del verdadero significado de la palabra “sátira”. A diferencia de lo que muchos suponen, el concepto va mucho más allá de la mera “parodia” o “comedia”. De acuerdo con el Diccionario Enciclopédico Larousse, se entiende como una “composición escrita para censurar acremente o poner en ridículo a personas o cosas”. El “ridículo” es palabra clave. La exageración grotesca en rasgos de la figura satirizada, con el propósito de minar su credibilidad para desenmascarar sus incongruencias e injusticias. Con cada carcajada, el público aprende a tomarla menos en serio, hasta despojarla de su poder. No busca ser crítica constructiva, sino una cachetada al rostro. Y como toda cachetada, duele. A la luz de los acontecimientos, muchos comenzaron a plantear que tal vez haya un punto en el que la cachetada puede doler demasiado. Lo que me llevó a preguntarme también si una película como La Vida de Brian (Monty Python´s Life Of Brian) podría realizarse actualmente.

Escrita y protagonizada en 1979 por el repertorio cómico Monty Python (John Cleese, Graham Chapman, Terry Jones, Michael Palin, Eric Idle y Terry Gilliam), sacudió en su momento el tapete a católicos, cristianos, evangélicos, judíos ortodoxos y otras denominaciones que se pusieron en fila para protestar a los cuatro vientos lo insolente e irreverente que era. ¿El pecado? Caricaturizar a Jesucristo y a sus enseñanzas. O al menos eso oyeron, considerando que muchos ni se molestaron en verla. Para ser honestos, Jesús sí aparece en el filme. En la primera escena, por menos de un minuto y pregonando su sermón en un tono tan serio como cualquier otro retrato suyo en la pantalla. Después de todo, esta no es su historia sino de Brian Cohen (Chapman), muchacho judío nacido en el mismo día, hora y calle que el Mesías, y que subsecuentemente es confundido con él en una jocosa serie de malentendidos que ponen en evidencia las monumentales metidas de pata en las que un creyente puede incurrir cuando tiene más fe que cerebro. Sin embargo, aun dejando en claro que sus burlas eran dirigidas hacia los peligrosos excesos de un sistema de creencias y no hacia la creencia misma, la animadversión llegó a ser tal que los Python redactaron sus respectivos testamentos en caso de que estallasen actos de violencia contra sus personas.

Quizás las caricaturas de Charlie Hebdo sí cruzaron el límite. ¿Pero cómo saber dónde está dicho límite si no es, efectivamente, cruzándolo? La Vida de Brian tuvo el valor de cruzarlo en su tiempo por las razones correctas. Fue “ofensiva” ante lo que merecía ser ofendido. Y si ha de existir un parámetro para determinar con qué tanta irreverencia dotar a una sátira, espero que sea ese. No importa que tan fuerte sea la cachetada, mientras no deje de serlo.

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