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del

Enrique Martín Briceño
Foto:ESAY
La Jornada Maya

5 de febrero, 2016

Antes de comenzar estos apuntes debo aclarar que llamo “música de tradición escrita” a aquella que se suele plasmar en el pentagrama en el momento de su creación. No toda es la que acostumbramos llamar “música de concierto”, pues también hay música de ese tipo destinada al baile o a otra función diferente. En Yucatán, la expresión puede ser discutible porque la jarana –a diferencia de la mayor parte de la música indígena y popular de nuestro país– también se escribe. Pero por ahora baste decir que no me ocuparé aquí de ese género tradicional, sino de aquella música que, por tradición también, desde hace siglos se traduce en signos escritos.

El propósito de estas notas es relatar lo que en los últimos veinte años se ha hecho para recobrar esa parte de nuestro patrimonio cultural que hasta la última década del siglo pasado no había sido atendida. Inevitablemente, narraré en primera persona, pues he tenido el privilegio de participar en esa labor al lado de varios músicos y estudiosos de la música.

Quizá muchos de los lectores han oído hablar de José Jacinto Cuevas, Gustavo Río o Daniel Ayala. Tal vez algunos han escuchado mencionar a Justo Cuevas, Fausto Pinelo, Arturo Cosgaya o Efraín Pérez Cámara. Lo seguro es que son contados quienes han escuchado música escrita por estos personajes, figuras sobresalientes de la historia musical de Yucatán en el ámbito de la música de tradición escrita. Hay más, claro, como Ricardo Río Díaz, Gerónimo Baqueiro Fóster y Jorge González Ávila, pero baste con estos nombres para ejemplificar, por un lado, la existencia de una importante herencia en ese campo, y, por otro, su aún escasa difusión.

Pero si hoy podemos estar de acuerdo en que se conoce poco la música yucateca de tradición escrita, hace veinte años no solo era ignorada sino que, si alguien hubiera querido acceder a ella, no lo habría podido hacer, pues, habiendo quedado en su mayor parte inédita, no había entonces una biblioteca o archivo público que resguardara las partituras manuscritas de compositores de la región. Estas estaban perdidas o en manos de descendientes de sus autores. De tal manera, aunque un músico de ese tiempo hubiera querido ejecutar, pongamos, una pieza de Daniel Ayala, no tenía forma de hacerlo, pues prácticamente no había una sola partitura del compositor a su alcance.

Menos aún había, fuera de la famosa grabación de Tribu de Ayala por la Orquesta Sinfónica Nacional, fonogramas que permitieran escuchar siquiera una parte de ese legado. En los oídos de algunos melómanos quedaba, si acaso, el recuerdo de las ejecuciones de obras yucatecas efectuadas por la Orquesta Sinfónica de Yucatán de 1978-1982 bajo la dirección de Carlos Tello Solís. A este respecto, cabe apuntar que Ayala y otros autores locales figuraron siempre en los programas de esa y las dos versiones previas de la sinfónica yucateca (lo cual no puede decirse, lamentablemente de la actual).

Habiendo notado esa situación y la necesidad de conocer mejor la historia musical yucateca y la música regional en general desde perspectivas diversas, una lejana tarde de 1996, Álvaro Vega –hoy director de la licenciatura en Artes Musicales de la Escuela Superior de Artes de Yucatán (ESAY)– y el autor de estas líneas concebimos lo que sería el Centro de Investigación, Documentación y Difusión Musicales Gerónimo Baqueiro Fóster (hoy perteneciente a la ESAY). Desde aquel primer momento, nos propusimos reunir en un solo lugar toda la música creada en la península o por compositores nacidos en ella. Entonces sabíamos los nombres de una docena de autores yucatecos de música de concierto gracias a la Historia de la música redactada por Jesús C. Romero para la [i]Enciclopedia Yucatanense[/i] (1944) y al libro La ópera en Yucatán, del mismo autor (1947). Y nuestra intención era comenzar el rescate con dos: Daniel Ayala, a cuyos descendientes yo conocía, y Jorge González Ávila, de quien Álvaro sabía que había trabajado en el Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información Musical Carlos Chávez del INBA (Cenidim), en la ciudad de México.

Así pues, con el apoyo del entonces director del Instituto de Cultura de Yucatán, Jorge Esma Bazán, que acogió de inmediato nuestra propuesta, realizamos un viaje a la capital del país para visitar el Cenidim, varios repositorios especializados y al custodio del legado de Daniel Ayala: su primogénito del mismo nombre. Este, ante nuestra solicitud, ofreció en principio prestar las obras de su padre para que fueran fotocopiadas. Además, en la biblioteca del Conservatorio Nacional hallamos otras obras de Ayala y una rara joya que aún espera al valiente que la haga brillar en el escenario: la partitura vocal de la ópera [i]Xunán Tunich[/i] (1919) de Arturo Cosgaya. Por otro lado, aquí en Mérida, en el Centro de Apoyo a la Investigación Histórica de Yucatán, dimos con el semanario musical [i]J. Jacinto Cuevas[/i] (ca. 1888-1894), que reúne decenas de obras para piano de autores yucatecos de fines del siglo XIX, e hicimos otro hallazgo: las planchas que sirvieron para la impresión de la [i]Marcha fúnebre a la memoria del general Manuel Cepeda Peraza[/i] (1869) de J. Jacinto Cuevas. Por su parte, el bibliófilo Michel Antochiw, a la sazón director de aquel centro, nos proporcionó copia de algunas otras partituras de la misma época que conservaba en su archivo particular.

De inmediato –con la colaboración del compositor Germán Romero– promovimos la ejecución de obras de cámara de Ayala (era su 90º aniversario) y volvieron a escucharse o se escucharon por primera vez en Yucatán [i]Radiograma[/i] (1931) y [i]Un viaje simbólico[/i] (1952) para piano, [i]Cuatro canciones[/i] (1931) para soprano y piano, [i]Nocturno[/i] (1952) para violonchelo y piano, [i]Danza[/i] (1933), [i]Cinco piezas infantiles[/i] (1933) y [i]Tres miniaturas folklóricas[/i] (1952) para cuarteto de cuerdas, [i]El grillo[/i] (1931) para soprano y pequeño conjunto, y [i]Soñando[/i] (1942) para coro mixto. Ese mismo 1996, sonaron nuevamente, en el teatro Peón Contreras, interpretadas por el cubano Alberto Álvarez, algunas piezas para piano (danzones, danzas, mazurcas, pasodobles, polcas) de aquellas que bailaron nuestros bisabuelos en los salones porfirianos.

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