Efectos económicos de la pandemia y el futuro peninsular

El instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) dio a conocer hace algunos días que la economía mexicana registró en 2020 una caída de 8.5 por ciento, como consecuencia de la pandemia que irrumpió en el país justo hace doce meses y de las medidas que han tenido que adoptarse para hacerle frente. A lo largo del año los efectos en el sector productivo han sido obviamente diferenciados, en razón del tamaño y de la configuración de las economías regionales y estatales, y aunque no se conocen todavía las cifras definitivas de lo que ha pasado en la Península de Yucatán, las primeras estimaciones señalan que la economía de Quintana Roo cayó en 30 por ciento, la de Campeche en 10.3 y la de Yucatán en 9.2 por ciento. 

Como ocurrió en todo el país el mayor daño ocasionado por la crisis se dio en términos del desempleo generado, particularmente durante los primeros meses, debido al obligado confinamiento y a la suspensión de actividades económicas no esenciales. 

Al cierre del año, la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo que realiza el Inegi, --y una vez que la economía había dado ya señales de recuperación de algunas actividades--, reportó que Cancún era en ese momento la ciudad con la tasa de desocupación más alta del país con 9.9 por ciento. Le seguían Ciudad del Carmen (4.8), Campeche (3.9) y Mérida (3.3 por ciento). De acuerdo con la misma fuente, las tres principales ciudades de la Península Cancún, Mérida y Campeche reportaron al cierre de diciembre pasado tasas de subutilización de la fuerza de trabajo (suma de desocupados, subocupados y disponibles para trabajar)  de 36.3, 26.2 y 25.8 por ciento, respectivamente. Asimismo, las tres ciudades se colocaron en ese mes entre las 20 ciudades del país con las mayores tasas de informalidad laboral superando el 45 por ciento.

¿Qué es lo que explica estos efectos devastadores y a la vez diferenciados en las tres entidades que forman parte de la Península de Yucatán? 

La respuesta a este pregunta está dada en razón de la configuración de su estructura productiva y de la participación que en cada una de ellas tiene el sector turístico. Quintana Roo tiene una economía que depende casi enteramente del turismo; tiene una altísima participación de este tipo de actividades y de los servicios en general. 

Yucatán en cambio, ha configurado una economía más diversificada en la que si bien el sector turístico es muy importante, ha desarrollado un incipiente sector manufacturero, y posee un sector agropecuario que representa 4 por ciento de su producción anual. 

Campeche, aunque tiene un sector agropecuario con gran potencial, lamentablemente ha sido una especie de economía mono-productora, primero como un gran centro de producción camaronera (de los más importantes de América Latina) y luego como una que se hizo depender de la producción petrolera con el descubrimiento de Cantarell, en su mejor época uno de los yacimientos más grandes del mundo. 

Durante años, la economía y la sociedad de Ciudad del Carmen en particular, y de la entidad en general, se ordenaron en torno al petróleo, hasta que vino la debacle de los precios del crudo en el mercado internacional. En Campeche la crisis económica provocada por el Covid-19 se encimó en la crisis petrolera que ya padecía desde varios años atrás.

La apuesta por el turismo como actividad preponderante reveló con la pandemia su vulnerabilidad, como de algún modo ya lo habían demostrado, en menor medida, los fenómenos hidro-meteorológicos en años previos, que en 2020 también estuvieron presentes, y cuya temporada del año pandémico causó severos daños a la agricultura y la apicultura de la región. 

El modelo económico sustentado en el turismo se desplomó, particularmente en Quintana Roo y Yucatán, las dos entidades con esa vocación. Con la reducción de la movilidad se desplomaron los visitantes, los vuelos, las ventas, el turismo médico, el de convenciones, afectando a toda la cadena de suministros y proveedores. 

La excesiva confianza de los gobiernos estatales y del gobierno federal ante el crecimiento constante del sector turístico, subvaloró las repercusiones negativas que pueden afectar al país o la región, según sea el caso, los cuales pueden significar un golpe devastador para el conjunto de sus habitantes como resultado de la extrema dependencia de un solo sector. Ese ha sido el caso de Campeche con el petróleo, --como lo fue para el país en 1982--, y es ahora el caso del turismo para Yucatán y Quintana Roo con la pandemia del Covid-19. 

Como lo consignan las cifras del Inegi de 2020, la economía mejor librada, --por decirlo de algún modo--, es la de Yucatán, que ha logrado cierto grado de diversificación que la sitúa en un mejor lugar en la búsqueda de la recuperación, así tarde cinco años como ya lo ha adelantado el Secretario de Fomento Económico y Trabajo, Ernesto Herrera. 

La lección está ahí y los primeros pasos están dados desde antes de la crisis pandémica. La Península de Yucatán puede avanzar hacia su recuperación pero no con el mismo modelo. No es únicamente la llegada de un astillero, como ya lo anunció el gobernador de Yucatán, Mauricio Vila, o el Tren Maya del Presidente López Obrador. Lo que debiera ocurrir es una gran apuesta por convertir a la península yucateca, en el mediano plazo, en un vasto conglomerado económico de trascendencia regional y ampliamente diversificado.

*Profesor de la UNAM. 

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Edición: Elsa Torres