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Rubén Montedónico
La Jornada Maya

Viernes 2 de noviembre, 2018

Como se preveía, Jair Bolsonaro fue electo presidente de Brasil y el personaje -en principio- puede considerarse una especie de eco del mandatario estadunidense. Para ubicarlo, expuso un discurso con porciones de Donald Trump, otras de Marine Le Pen y la derecha europea: se adjudicó derechos a lanzarse contra indígenas; negros; mujeres, extranjeros y diversidad sexual (con desbordes de misoginia, xenofobia y homofobia); ateos y defendió la pasada dictadura (a la que criticó por sólo haber torturado y no matado a 30 mil opositores). Con lo anterior y sus dichos acerca de que condena a los políticos “con ideología”-en particular a los comunistas, socialistas y progresistas-, se forma en la ola mundial ultraderechista que asoma y aspira con hacerse del control de la mayor cantidad de estados.

Entre quienes intercambiamos ideas sobre temas internacionales, se dieron diversos análisis sobre Bolsonaro y hubo algún menosprecio hacia los que se centraron en los errores del PT, lo que equivale a sostener que si quienes detentaron el poder progresista no se hubiesen equivocado habría sido improbable que perdieran. Para el caso -lo comparto- el sistema político brasileño expone una grave dispersión y no hay partidos que ordenen su pensamiento, por lo que carecen de líneas rectoras. En pasados años -en tanto- el sector hegemónico de la burguesía fue el industrialista de San Pablo, apoyado por todos los gobiernos -incluidos, indistintamente-, desde algunos de la dictadura hasta los del PT. Sin mayores aspavientos, con sus componentes de raíz nacionalista, generaron defensas y resistencias al avance imperial: Trump mira hacia Brasil y dice que es “el país más duro para negociar”. Debe referirse a los remanentes de defensa nacionalista de la derrotada burguesía industrialista, dado que hoy observamos que el eje del poder pasó a la banca, al complejo agrícola, a sectores extractivistas, a empresas armamentistas y al conjunto del neopentecostalismo y sus medios de comunicación. De ahí la caída de Oderbrecht, que con ella se llevó a buena parte de dirigentes políticos y empresariales de América Latina, lo que dejó el campo abierto a las compañías estadunidenses, canadienses y de Europa occidental -tanto o más corruptas que la brasileña-. En ese terreno, el Pré-sal es la fruta deseada y debe ser [i]desnacionalizado[/i], para lo cual Petrobras debe volverse débil. Lograr lo anterior pasa porque Bolsonaro ubique en el Ministério das Minas e Energia a José Carlos Aleluia, quien fue [i]lobbysta[/i] de petroleras extranjeras para el Pré-sal.

Asimismo, señalar que los partidos y gobiernos de corte contestatario, progresista y declarados de centroizquierda, a los que acompañan algunas fuerzas de izquierda, deben apoyarse -y así lo hicieron- en un sector non sancto de la burguesía que requiere respaldo del Estado, lo que deriva en política y economía hacia reglas poco estables y muy maleables.

Por otra parte, en lo relativo a las campañas electorales, en el caso brasileño quienes sostuvieron la de Bolsonaro lograron implantar los términos del debate, situando al PT como el defensor de derechos civiles de las minorías, evitando moverlo hacia un campo en que pudiera moverse mejor, el de la economía, y cómo remontar los malos números que afectan a los más (desde antes y empeorado ahora, con Temer). Lograron que el votante hiciera propia la creencia de que el PT y aliados habían abandonado a la mesocracia y a los pobres por defender a sectores cualitativa y cuantitativamente menores. Aquella agrupación de hace más de medio siglo, católica ultramontana, Tradición, Familia y Propiedad (dirigida, entre otros, por Aloysio Mares Dias Gomide) resultó revivida y triunfante (con los aportes y ayuda de los medios de comunicación del neopentecostalismo) en sus principios políticos. Las innovaciones tácticas para la campaña de Bolsonaro incluyeron “ponerle fecha y responsabilidad” a la corrupción (según esto, de los gobiernos del PT), agrandar sus reales diferencias internas y exponerlo como abandonando a las clases sumergidas. Las luces y sombras del andar del progresismo y la izquierda latinoamericanas tienen ante sí esta dura enseñanza que debe conducirlos a la reflexión y la elaboración del discurso propio acerca de lo hecho y el quehacer en el futuro, incluyendo aciertos y errores, iniciando, como bien se señala, con la oscura noche neoliberal de las dos últimas décadas del siglo XX.

Habrá, por supuesto, quien se quede con los epítetos contra Bolsonaro y su vice (el general Antônio Hamilton Mourão) y sentirán que de nuevo gobiernan los militares, en tanto otros gritarán que se trata de un binomio de fascistas subdesarrollados: ambos -tal vez- tengan razón. Sin embargo, esas caracterizaciones no harán que aflore el antimperialismo y el anticapitalismo que detenga avances derechisantes.

Para un comienzo mejor enfocado preferimos repensar con Boaventura de Sousa Santos y recurrir a este portugués latinoamericanista muy citado: “A lo largo del siglo pasado se fue consolidando la idea de que las democracias sólo colapsaban por la interrupción brusca y casi siempre violenta de la legalidad constitucional, a través de golpes de Estado dirigidos por militares o civiles con la finalidad de imponer la dictadura. Esta narrativa era, en gran medida, verdadera. No lo es más.” Apunta que de un tiempo a esta parte, Brasil es un sitio de manipulación autoritaria de la legalidad. Esta situación -en parte- hizo posible el acceso de Bolsonaro. La primera toma fue la del sistema judicial por ser la institución más distante de lo político-electoral y constitucionalmente el poder concebido como “árbitro neutro”.

La derecha, apoyada por la propulsión gringa y sus medios, exhibió en el último tiempo toda la batería de opciones posibles para ser gobierno con hombres propios y ratificar su poder, desde Mel Zelaya, pasando por Lugo, Rousseff, Correa y Macri, hasta Bolsonaro: parece llegada la hora de que la izquierda se disponga a aprender.

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