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Texto y foto: Felipe Escalante Ceballos
La Jornada Maya

Jueves 18 de octubre, 2018

Como todo hombre con un cúmulo de preocupaciones, el abogado Julio Mejía Salazar era descuidado en el vestir y todavía más despreocupado por cobrar sus justos honorarios.

Infinidad de veces tuve conocimiento de personas con amplias posibilidades económicas -entre ellas un popular ex alcalde emeritense- que aprovecharon la falta de interés de don Julio por cobrarles oportunamente sus servicios y, concluidos éstos, nunca regresaron para cubrir el estipendio pactado.

Sin embargo, el avezado jurista tomaba estas circunstancias con cierta filosofía: “No te preocupes, Pilo. Si un cliente no te paga, tú sigue trabajando. Otro cliente sí te pagará”.

El perspicaz litigante adornaba sus palabras con floridas expresiones que proferidas por otras personas sonaban groseras o injuriosas. Pero él las decía con tal gracia que nadie se ofendía y, por el contrario, eran celebradas por la oportunidad con que las empleaba. Sus locuciones eran tan propias y certeras, que los allegados a don Julio podíamos aprender de ellas. Un ejemplo es el que narro a continuación.

Las autoridades federales encabezadas por el presidente Miguel de la Madrid Hurtado (ojo con este patronímico) no se distinguían precisamente por su competencia y honestidad. El sexenio 1982-1988 se caracterizó por una devaluación galopante de nuestra moneda con relación al dólar estadounidense y a todas las demás monedas del mundo.

Con angustia veíamos los mexicanos cómo los pocos pesos tan duramente ganados con nuestro trabajo se nos esfumaban de las manos con el sólo hecho de adquirir algunos productos de la canasta básica para el sustento diario de la familia.

Para paliar la situación económica, el gobierno de la República puso el peso a flotar. Como consecuencia, diariamente disminuía el poder adquisitivo de nuestra moneda hasta llegar a niveles de escándalo.

El remedio resultó peor que la enfermedad, por lo que la impopularidad de nuestras máximas autoridades era notoria. Es fama que en 1985, cuando en la Ciudad de México ocurrió un terremoto de efectos devastadores, De la Madrid se negó a salir a la calle a constatar los daños materiales y el altísimo número de víctimas, por el temor a sufrir ofensas o abucheos por parte de la población resentida. Esta actitud evasiva del presidente propició un mayor repudio de los ciudadanos.

Transcurría el mes final del nefasto sexenio. Un día, a mi hogar llegó un aviso-recibo de la Comisión Federal de Electricidad por el consumo de ese bimestre. La cantidad a pagar por la energía eléctrica utilizada se había incrementado en más de un ciento por ciento. Y, además, se resaltaba que el último día para efectuar el pago era en fecha muy cercana, con amenaza de corte del servicio de no pagarse oportunamente.

Tras indagar entre los amigos, supe que todos se hallaban en situación parecida por el abuso de la CFE. Era obvio que los directivos de esa empresa paraestatal hacían su despedida en el “año de Hidalgo” (tonto el que deje algo).

Algo semejante ocurre en estos días de final del periodo de gobierno. Los empresarios han puesto el grito en el cielo para protestar por los excesivos cobros de la CFE. Otra vez el fin de sexenio es el año de Hidalgo.

Al día siguiente de recibir el recibo amenaza de la C.F. E., en las últimas horas de la tarde hice acto de presencia en el bufete del abogado Mejía, al mismo tiempo él. Tras cerrar la puerta de acceso al local -por las noches el conocido litigante acostumbraba trabajar a puerta cerrada-, ambos entramos hasta el privado de don Julio.

El sagaz jurisconsulto tomó de encima de su escritorio el consabido recibo por la energía eléctrica consumida, posó la vista sobre él y rápidamente expresó: “¡Un millón de pesos por la luz! ¡Esto es una barbaridad, pero hay que pagarla o nos quedamos sin energía eléctrica! Pilo, abre la puerta del despacho, a ver a quién jodemos”.
Muy buena enseñanza, sin duda.

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