Texto y foto: Felipe Escalante Ceballos
La Jornada Maya
Jueves 11 de octubre, 2018
Un día, a eso de las 13 horas, el abogado Julio Mejía Salazar me indicó:
-Pilo, tenemos que ir al Penal antes de que cierren los tribunales, a ver si el juez nos acuerda pronto una solicitud.
-Pues vamos de una vez, pues el Cereso no está muy cerca. ¿A cuál juzgado iremos?
-Al primero penal.
Puestos en marcha, 45 minutos después ambos litigantes hacíamos nuestra entrada al tribunal. Inmediatamente advertimos en la sala la figura alta y delgada del licenciado Rafael Fernández Árciga quien, vestido con elegante guayabera y cara de enojo, hablaba con un abogado postulante.
Al vernos, el juez dio por terminada la discusión con el testarudo defensor, se dirigió a su privado y a las puertas del despacho judicial preguntó al licenciado Mejía qué asunto lo había llevado hasta ahí.
Para mi sorpresa, don Julio respondió: Únicamente saludarte, abogado. Yo no me olvido de mis amigos.
-Gracias, gracias- respondió el juez mientras esbozaba una sonrisa.
Al retirarnos, no pude contener la curiosidad y pregunté al sagaz jurista por qué no planteó su petición a la autoridad. La respuesta del abogado Mejía fue una enseñanza inolvidable para mí.
-Pilo, ¿no ves que el juez está enojado? Nunca trates un asunto cuando el resolutor esté a disgusto. Mejor regresa otro día y cuando veas que está de buen humor plantéale tu caso. Verás que entonces será más accesible para resolver el problema.
-¿Cuándo regresaremos?
-Pasado mañana, temprano, para hallar al hombre fresco y sin la carga emocional del día.
Un par de días después, a las 9 horas, Mejía y yo entramos a las oficinas del juzgado penal. Al vernos, el juez Rafael se puso de pie y con amable sonrisa se dirigió al conocido jurisconsulto.
-Julito, Julito, me dio mucho gusto que hayas venido a saludarme el otro día, cuando acababa de tener una desavenencia con un defensor majadero. ¿En qué puedo servirte?
Rápidamente el abogado Mejía planteó al juez el problema que le interesaba y pronto obtuvo la benevolencia del titular del juzgado. Nuestra gestión abogadil tuvo el éxito deseado.
Desde ese día, en mis entrevistas con los servidores públicos sigo el consejo del inolvidable abogado Mejía Salazar: A los jueces hay que hablarles cuando estén de buen humor y no cuando sea notoria la tensión que padecen por las arduas actividades judiciales.
Mi aprendizaje con don Julio no se limitó a la redacción de escritos, sino también a un estilo de litigar. Dios lo tenga en su gloria.
[i]Mérida, Yucatán[/i]
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