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Katia Rejón
La Jornada Maya

Lunes 8 de octubre, 2018

Dicen que a los [i]millennials[/i] todo nos ofende. Que no tenemos humor para los chistes “políticamente incorrectos” y que el sentido de la ironía se nos ha perdido junto con la concentración. No puedo hablar por todos, pero en mi caso sí es cierto. Nomás me gustaría hacer una precisión: no todo ofende. Sólo el clasismo, el machismo, la falta de memoria histórica, la corrupción, el racismo, quizá hasta un poco los cochinos que no saben poner la basura en su lugar, y los que todavía encienden los cigarros en un salón con aire acondicionado. Ya saben, cosas que provocan enfermedades, muerte, violencia, pobreza, discriminación o el deterioro ambiental. Somos, pues, unos exageraditos.

El artículo sobre el nuevo restaurante La Casta Divina que publicó Felipe Escalante, uno de mis compañeros en este mismo rotativo, persona que admiro por su gran conocimiento histórico y su buena pluma, toca varios puntos en los que no estoy de acuerdo. En un ejercicio respetuoso de disensión, los expongo. Habiendo dicho, claro está, que pertenezco a esta “horrible” generación que exige el cabal cumplimiento de los derechos humanos y señala el cinismo de los autócratas.

Lo primero es que no se está “juzgando a un libro por su portada”, sino al nombre de un restaurante que hace alusión a un grupo de familias esclavistas. Un restaurante ubicado en el Centro Histórico de una ciudad blanca, donde muchas de esas familias todavía conservan privilegios y donde la desigualdad social es evidente. Nadie ha juzgado si los lomitos de Valladolid o los papadzules que van a ofrecer en el restaurante van a estar buenos o malos con base en el [i]branding[/i] de los dueños. Para eso sí podemos esperar a que abra.

Felipe Escalante, gran historiador que da varios detalles sobre esta parte de la historia yucateca, también pone en duda que el mismo nombre sea una oda a esa clase social. En eso estoy de acuerdo con él. Quiero pensar que quienes decidieron el nombre lo hicieron con ingenuidad y no con mala leche. Al fin de cuentas todavía falta mucho para visibilizar esa parte de la historia de Yucatán que nos ha arrastrado a un siglo XXI todavía lleno de discriminación hacia el pueblo maya y hacia las personas que no pertenecemos a esa casta celestial.

La comparación con los restaurantes italianos y musulmanes me parece, con todo respeto, imperfecta. Pues no es lo mismo poner un restaurante con el nombre de la oligarquía yucateca en la capital de Yucatán, que ponerla en otro lado del mundo: si La Casta Divina se hubiera establecido en Francia, por su puesto que ahí tampoco habría hecho tanto eco.

Hace unos días, el abogado especialista en derechos humanos, Carlos Escoffié, escribió una reflexión que me parece pertinente en esta discusión: “Oponerse a lo políticamente correcto es pedir que abordemos lo público de forma despolitizada y neutra. Es decir, normalizando lo que ya está y las razones por las que está como está, pudiendo discutir únicamente unos cuantos grados del cómo. La comodidad es su gran incentivo”.

La discusión sobre este restaurante coincide con la conmemoración de un hecho histórico como el 68 y su consigna es que "no se olvida". Hay muchas cosas que están establecidas ya, y que será muy difícil cambiar, como la estatua de los Montejo o el nombre de Díaz Ordaz en una colonia. Es comprensible, es parte de nuestra historia. Pero la historia se acumula todos los días y se cuestiona, también, todos los días a partir de sus consecuencias vigentes.

En los comentarios de la publicación original hay quienes acusan a los “ofendidos” de no tener humor y ser unos exagerados. No me queda otra cosa que decirle a esas personas más que un: Ya siéntese señor, señora, queremos un país -y una ciudad- diferente.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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