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Texto y foto: Felipe Escalante Ceballos
La Jornada Maya

Jueves 4 de octubre, 2018

El ingeniero Manuel Jesús Castro López y yo estudiamos juntos en el Colegio Americano de esta ciudad, desde el curso de Párvulos en septiembre de 1951, hasta concluir la enseñanza preparatoria en junio de 1963. Fuimos los únicos de nuestra generación que logramos esa hazaña de fidelidad a la escuela. Doce años en los que nuestra amistad se fue incrementando como hasta la presente fecha.

Recuerdo que cuando andábamos de parvulitos hicimos una representación del descubrimiento de América. Manuel hacía de Cristóbal Colón y cuando en alta mar los supuestos marineros se amotinaban pidiendo regresar a España, yo entraba al quite como el vigía Rodrigo de Triana y gritaba: “¡Tierra a la vista!” Se supone que esa intervención salvaba de un mal rato al Gran Almirante de la Mar Océano.

Igual ha sucedido en la vida de ambos. Nuestra amistad se ha consolidado y enriquecido con el paso del tiempo. Desde 1977, en que me dediqué al ejercicio privado de mi profesión, Manuel me ha adoptado como su consejero jurídico y en ejercicio de la abogacía lo he atendido con cierta fortuna en varios problemas legales.

Un día Castro López vino desde Cancún, donde reside, hasta esta ciudad de Mérida para encomendarme un nuevo caso judicial. El licenciado Julio Mejía Salazar, en cuyo bufete estábamos los tres, nos invitó a plantear el negocio jurídico en una cantina cercana.

Tras degustar las primeras cervezas y esbozar la solución del problema, el abogado Mejía señaló la fraternidad existente entre Manuel y yo, que mutuamente nos llamábamos Opi y Pilo.

Sabedor de que mi amigo siempre traía nuevos asuntos al despacho, don Julio abrazó festivamente a Castro, al mismo tiempo que me decía: “Pilo, cuida mucho al ingeniero. ¡Es un filón! Siempre te dará trabajo”.

Las risas de los tres, principalmente de Manuel, celebraron la ocurrencia.

Tuvo razón el licenciado Mejía. Hasta la fecha, casi 40 años después, sigo atendiendo profesionalmente -lo estoy cuidando- al ingeniero Castro López. Un abrazo, mi querido Opi..

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