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Texto y foto: Felipe Escalante Ceballos
La Jornada Maya

Martes 18 de septiembre, 2018

Cuando el abogado Julio Mejía Salazar andaba por los 80 años de su edad, seguía en activo con los arrestos de una persona joven. Sin embargo, ocasión hubo en que los cambios ocurridos en los tribunales lo hacían perder la paciencia.

Cierta mañana, don Julio me pidió que lo llevara en mi automóvil a los juzgados civiles y familiares, ubicados en la calle 35 de esta ciudad, cerca de la Avenida Reforma.

En esos días los tribunales estrenaban oficinas recién remodeladas con paredes de cristal como en los bancos y otras instituciones financieras, con un pequeño espacio para que el usuario exhibiera documentos, y desde el otro lado de la cristalina pared le entreguen dinero o valores. Todavía no se implantaba la Oficialía de Partes Común, donde ahora se entregan las promociones.

Pues bien, para hablar con el secretario o el actuario del tribunal, los litigantes que acudían a los juzgados tenían que inclinarse hasta que su boca quedara en el espacio libre y pudiera comunicarse con el servidor público. En esa incómoda posición su retaguardia quedaba expuesta o saltada.

Llegados al lugar que nos interesaba, el licenciado Mejía solicitó un expediente para leer el auto que se había notificado ese mismo día en el Diario Oficial del Gobierno del Estado. La secretaria del juzgado le informó al solicitante que el expediente estaba en poder del diligenciero, quien se encontraba en la parte de atrás del tribunal, donde elaboraba su lista de notificaciones. Y que tan pronto terminara, le llevaría el documento solicitado.

Ni modo. A esperar se ha dicho. Don Julio y yo tomamos asiento en las sillas adosadas a la pared de enfrente del juzgado y pacientemente aguardamos la entrega del expediente.

Después de treinta minutos sin que el actuario hiciera acto de presencia con el legajo respectivo, contemplando a los que acudían al tribunal a hacer promociones y para ello empinaban el trasero, la impaciencia se apoderó del abogado Mejía y en alta voz, como para que lo oyera el personal del juzgado, me dijo:
“¡Pilo, ya me fastidié de ver culos y mi expediente todavía no llega! ¡Le hicieron mejoras al juzgado, pero la justicia no mejora!”

No está de más decir que prontamente don Julio tuvo el documento en sus manos. Terminada la consulta del documento, el sagaz litigante, en voz más baja, me comentó:
“Pilo, en ocasiones hay que alzar la voz para hacerse escuchar, pero sin ofender a nadie”.

Buen consejo, sin duda alguna.


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