José Ramón Enríquez
Foto: Archivo La Jornada Maya
La Jornada Maya
Miércoles 8 de agosto, 2018
Plataformas digitales como Netflix me han permitido prescindir por completo de la dictadura televisiva de la “caja idiota”. Ahora puedo escoger lo que quiero y cuando quiero. No lo tienen todo pero su oferta es, desde luego, mucho mayor que la ofrecida por la cartelera, sobre todo en ciudades como Mérida. Seguramente se les podrán señalar inclusive como nuevas formas de colonialismo intelectual, pero a mí, y eso debo agradecerles, me han permitido divertirme con frivolidades y paladear auténticas maravillas. Una joya de Netflix es el documental [i]Camarón. Flamenco y revolución[/i], dirigido por Alexis Morante este mismo 2018.
A quien el flamenco derrita los interiores del alma lo hará feliz conocer a ese gitanillo, José Monge Cruz, “tan rubio, tan blanco, tan menudo, que su tío Joseíco le llama Camarón y se le quedó para siempre”, como nos explica la voz cascada del narrador, ese gran actor que es Juan Diego; y a quien le deje frío el flamenco, lo conmoverá el acercamiento tan bien logrado a la etnia gitana, “un pueblo que lleva la persecución prácticamente escrita en el ADN”. Si los nazis mandaron a las cámaras de gas a más de medio millón, España no se ha quedado atrás y ahí están las varias pragmáticas contra ellos, la de los reyes católicos o la de Felipe II que “ordena la separación física de los gitanos y de las gitanas a fin de obtener la extinción de la raza”.
La voz desgarradora de Camarón es el grito de su pueblo despreciado y perseguido hasta el día de hoy.
La película arranca con la transmisión televisiva del entierro de Camarón, arropado por toda la gitanería y una multitud de payos que gritan al cadáver de ese niño que había sido su voz metido en una caja de madera: “¡Camarón, Camarón!” Luego viene la voz del narrador para situarnos el 5 de diciembre de 1950, en San Fernando, que está en una isla de Cádiz, cuando nace José Monge Cruz, en la parte pobre, la de los gitanos, donde “lo parió la Juana como a sus otros siete hijos, seis machos y dos hembras”.
Camarón siempre dijo que de su madre había aprendido el cante. Pero lo oyó don Antonio Mairena, que se quedó de una pieza y decidió ayudar en su lanzamiento. Así, el 1 de octubre de 1968 viajó de San Fernando a Madrid para conquistar la gloria y revolucionar el flamenco.
Canta en un tablao famoso al que un día entró, con su hijo, otro conocedor serio del cante, Antonio Sánchez Pecino. Su hijo tocaba la guitarra y lo llamaban Paco el de la Lucía. “El encuentro de Camarón y Paco fue mágico. Conectaron inmediatamente” y grabaron mucho de lo mejor. Paco de Lucía nos dice: “Pienso que Camarón es un revolucionario, es el símbolo del flamenco joven”.
Mezcla lo puro con lo moderno en su disco La leyenda del tiempo. Título tomado de Federico, ese poeta payo que amó a los gitanos. Y así llegó la bronca: flamenco pop contra flamenco puro. ¿Por qué no, si era su mismo duende? Respondió: “La pureza no se puede perder nunca cuando uno la lleva dentro, de verdad. Entonces, lo único que veo es que la gente no me comprende mucho como yo canto. Mi manera de sentir la gente todavía no la ha entendido. Entonces, yo no me echo cuentas: yo voy a mi aire.”
A su aire alcanzó la gloria pero a los 41 años se lo comieron la droga y el cáncer. Entre sus sábanas encontraron una nota (con emoción, respeto la ortografía): “jovenes y mayores dense cuenta que estamo viviendo una vida mundiana que no merese la pena vivir. porque es mui bonita la vida y tu ties que fortaleserte y tener clonpeta fes en Dios y ustedes mismo. con simpatia y cariño de este que lla es libre. Camaron.”
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