Oscura llovizna en el mar

Pepe Elorza
Foto: Cuartoscuro
La Jornada Maya

Martes 7 de agosto, 2018

A principios de los ochenta, Boca del Cielo era una aldea de pescadores conformada por tan solo tres familias: los Ramos, los Ovando y los Ulloa.

Yo vivía con mi compadre Ito (de los Ramos) en un ranchito (casa de otates y techo de palma ) que él había construido a unos pasos del rancho de su hermana mayor, Juventina. Ahí vivía ella con Hilario su marido y sus dos hijos pequeños.

También cohabitaba con nosotros el hermanito menor, el adolescente Blanco. Precisamente a él se le ocurrió esa nubosa tarde ir a [i]spinear[/i] a la bocana en la noche, una riesgosa modalidad de pesca en ese espacio curvo donde se encuentran el estero y el mar vivo, generando lo que muy apropiadamente llaman reventazón.

Durante la noche, la bocana es un lugar onírico, en tanto que por momentos la espuma de las olas fosforece y luego invade la bruma húmeda que te obliga a cerrar los ojos y te deja expuesto al estruendo. Ahí nos metíamos con el oleaje hasta la cintura, largábamos la línea con anzuelo enrollada a un pedazo de madera, lo más lejano posible e inmediatamente tirábamos al sentir el jalón. A mi me daba mucho miedo pero vivía con ellos, era mi casa.

Se conversa mucho durante esas faenas. Todos tendidos en la oscura arena mirando al cielo: ¿cómo es la luna, Pepe?; ¿es un desierto, no hay agua?.¿ni aire; cómo, no puedes respirar? Necesitas oxígeno. Blanco se me quedó mirando, se levantó y se fue rumbo a las olas, se perdió entre la bruma y unos minutos después regresó con un gran pargo.

“Pa´l caldo Pepe”, me dijo mirándome, con su blanca sonrisa. Vendámoslo mejor, aconsejé. No, lo vamos a comer, ya dijo el jefe, concluyó Hilario. Así fue, al mediodía comimos pargo en caldo con tortillas de comal y caguamas sin fin.

Un día me fui, regresé a la ciudad y sólo volví años después, de paseo: pregunté por ellos, ya no vivían en el mismo lugar; ahora tenían sus casas; pequeñas, pero estaban mejor sin duda. Entre la barahúnda del gusto de volver a vernos, extrañé a Blanco y pregunté por él, me dijeron que hacía un par de años simplemente había desaparecido, no sabían nada de él.

Transcurrieron muchos años más y yo siempre preguntaba si no sabían de él, hasta que un día me dijeron que les habían dicho que había muerto en Coatzacoalcos. Recordé entonces (como suele suceder) aquella sonrisa dulce casi fosforescente, con el fondo negro del cielo y el estruendo de las olas, mostrándome el pargo. Una tristeza inmensa me invadió y dormí aquella noche muy inquieto, me costaba admitirlo.

Hace más o menos un año, zumbó mi celular. Bueno; ¿Pepe, Pepe Elorza? Sí, ¿quién habla? ¡Blanco! ¿Qué Blanco? Blanco, de Boca del Cielo. ¡Blanco, estás vivo! ¡SÍ! Me dan ganas de llorar, ¡no puedo creerlo! Claro, así lloraron todos cuando me vieron; después de tanto tiempo. Es que me fui a Estados Unidos a la aventura, trabajé de todo y aprendí algunas cosas de mecánica y desde hace tres años vivo en Monterrey.

¿Cuánto hace que te fuiste, Blanco? Treinta y cinco años, Pepe, siempre te tuve en mi mente, no sé por qué.

¿Cuántos años tienes ahora; cincuenta? (pregunté, mientras en mi mente veía al adolescente). Estoy casado y tengo dos hijas.

Oye, por cierto, (inquirí, sorprendido de mi mismo) ¿Cómo te llamas? Ricardo, Pepe, pero para ti soy Blanco.

Claro, concluí, hablemos mañana porque ahora estoy muy conmovido. Y me llamó, pero no al otro día, sino el día del padre.

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