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del

José Ramón Enríquez
Foto Histoire
La Jornada Maya

Miércoles 27 de junio, 2018

¿Es la revolución de 1848 sólo un telón de fondo ante el cual Flaubert hace la disección del alma de Frédéric Moreau en La educación sentimental, o es el alma disecada de Frédéric Moreau la representación de la Francia de 1848 y de esa claustrofobia que acabó por servir la mesa al 18 brumario de Luis Bonaparte?

Yo creo que es las dos cosas a un tiempo y que debe leerse desde una y otra perspectiva no sólo para admirar el genio de Flaubert y su forma magistral de tejer la narrativa sino para entender el mundo que heredamos. Un mundo que sabe a masticar cenizas y aserrín, tal como dijo Henry James sobre esa novela.

1848 es también el año de la publicación del Manifiesto del Partido Comunista, de Marx y Engels, que avisa del fantasma que recorre Europa, “el fantasma del comunismo”. Cuando “todas las de fuerzas la vieja Europa se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma: el Papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes”. La sensación de tal persecución está presente en La educación sentimental de Frédéric y de sus compañeros, incapaces de amar, de comprometerse con sus propios sueños, presos de la enfermedad de una burguesía capaz de aupar a un personaje fársico como Napoleón el pequeño. 1848, un año que repercutió en todo el mundo, que llevó a la Comuna que gobernó París durante tres meses en 1871 y dio paso al socialismo como antídoto al sabor de la ceniza y el aserrín.

Nos separan 170 años de las vidas de dos jóvenes amigos que reciben La educación sentimental. De Frédéric Moreau, el burgués que juega malabares con sus deseos por tres amadas, sin conocer siquiera una auténtica pasión, y de Charles Deslauriers, el pequeño burgués que se dice socialista y apoya las movilizaciones populares de 1848 cuando, en realidad, lo que desea es trepar en la escala social. Pero, a pesar de esos 170 años, estamos más cerca de ellos de cuanto quisiéramos y, además, el rumor de ese fantasma que recorría Europa se continúa escuchando, aun cuando el comunismo real haya pasado por transformaciones, deformaciones y traiciones.

Las vidas de Frédéric y de Charles en ese preciso momento histórico de revolución fallida que consiguió dar la puntilla a la aristocracia y consolidar el capitalismo burgués son una “epopeya de la mediocridad”, como calificara André Gide a La educación sentimental. Y eso era precisamente lo que buscaba Flaubert: “Heme aquí aplicado a la tarea de escribir una novela de costumbres modernas que transcurrirá en París. Quiero hacer la historia moral de mi generación (...) un libro de amor, de pasión; pero de una pasión tal que puede existir ahora, es decir, inactiva”. Al fondo el rumor de los desposeídos, las fantasmagorías que vieron Marx y Engels recorriendo Europa y que hoy recorren el mundo mientras el capital financiero sigue, triunfal, en su obsceno proceso de engorda sin grandeza, sin sentido y sin ninguna pasión.

Para asombro de su autor, La educación sentimental fue mal recibida en su momento. No fue entendida porque Flaubert veía demasiado a largo plazo, sin sentimentalismos, con una ironía feroz y aun suicida, y tuvieron que pasar muchos años para que se volviera indispensable ese “relato extraordinariamente lúcido”, como lo califica Pierre-Marc de Biasi, “que nos habla con melancolía de esperanza y de revolución, de amor y de amistad, de ideal y de corrupción, de sueños, de traiciones, de desprecio, de sangre derramada, de desengaños, de vidas perdidas y de tiempo recuperado”.

En nuestros tiempos caóticos, de mucho sirve el espejo que nos planta enfrente La educación sentimental.

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