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Ulises Carrillo Cabrera
Foto: Raúl Angulo Hernández
La Jornada Maya

Martes 19 de junio, 2018

[i]El hombre que tiene miedo sin peligro, inventa el peligro para justificar su miedo[/i]. Émile Chartie

Cuentan que los encabezaba un fuereño, peor aún, un extranjero, uno que ni siquiera tenía el acento del lugar, comía otras cosas y tenía otras costumbres. Sin embargo, él proponía no tener miedo. Sí, él no tenía miedo, pero ese era un problema porque el miedo era lo que mantenía unido todo en ese triste lugar.

Miedo a fracasar, miedo a triunfar, miedo a cambiar, miedo a seguir igual, miedo a hacer las cosas de forma diferente o mejor, miedo a creer en un hombre o una mujer decente y limpia, miedo y más miedo. El miedo era la moneda del poder y el principal uso del poder era sembrar el miedo.

Ten miedo de ser rico, porque podemos hacer que dejes de serlo; ten miedo de ser pobre, porque seguirás siéndolo sin nuestra caridad. Ten miedo de pensar, porque puedes caer mal o agraviar al poder; ten miedo de hablar, porque te podemos callar. Ten miedo de las redes, porque te espiamos; ten miedo de tus amigos, porque nos cuentan cada detalle. El miedo era la autopista de la obediencia y la obediencia lo era todo.

Los que, en el pasto, ganaron el imposible triunfo eran unos pobres diablos, decían; desobedecieron y los emboscaron en sus debilidades más primitivas. Eran de una rebeldía tonta y el problema no era la tontería, sino la rebeldía; todos salivaron con sus escándalos infantiles y mundanos de adolescentes encandilados, porque nada provoca más miedo que un triunfador fuera de las normas y la domesticación. Sin embargo, ganaron, nadie sabe bien por qué, pero ganaron.

Ganaron tal vez porque ya era tiempo o por simple azar; sin embargo, le ganaron a los que siempre nos ganaban. A los que destrozaron nuestros sueños en casa y también en Europa, a esos precisamente les ganaron. Le ganaron a los que siempre ganaban, sobre todo en penaltis. Ganaron y de pronto los sembradores de miedo tuvieron miedo de no ser parte del triunfo.

Los que recorrían el país diciendo que era el peor de los tiempos y las eras, tuvieron miedo de que el humor social mejorara. Los que sembraban el miedo al cambio, tuvieron miedo de que algo cambiara. Los profesionales del miedo y la inercia, tuvieron miedo que ésta última se rompiera.

El sembrador de miedo no tolera innovaciones, porque el miedo quiere siempre paralizar, que todo siga igual, que sigan los mismos haciendo lo mismo. El miedo es el mejor veneno porque la víctima no se mueve, no hace, no controla, no se pone de pie, ni tiene dignidad. El miedo deshumaniza, divide y somete. El miedo era la marca de la casa, en la casa del miedo.

En ese lejano lugar, nadie quería que los ciudadanos pensaran o creyeran en ellos mismos, para eso estaban los gobernantes, los aspirantes a gobernantes y los caudillos. Tenle miedo a la mafia, tenle miedo a los que no tienen tatuado el color de un partido, ten miedo porque tú no puedes, porque tú no sabes, porque tú no eres nada, ten miedo porque -aunque tú votes- tú no decides. Ten miedo porque te ordeno tener miedo.

Sin embargo, ese grupo de locos decidió por suerte o capacidad hacer ver inofensivo al miedo. Sí, inofensivo miedo. El miedo inofensivo fuera de casa, permitió a todos ver con nueva luz los fantasmas en las carteleras y anuncios domésticos.

“Claro que no necesitamos un mesías, porque somos un país y no un reino o una tribu”. “Claro que alguien puede ser honesto y usar el poder para limpiar la casa incluso de aquellos que lo rodean”. “Claro que hay algo mejor que la inercia que nos quieren vender como si fuera la mejor inercia del mundo”. “Claro que hay más cosas que las tristes opciones que tenemos”, se rumoraba en cada voz y no en voz baja.

Cuando el miedo se vio inofensivo, todos vieron el mismo cuadro y el mismo paisaje con distintos ojos y descubrieron cosas nuevas. Ese balón que entró en la red fue como prender un cerillo en la oscuridad: de pronto muchas cosas se aclararon y muchos vieron que podrían lograr cosas juntos, sumados, sin nadie que los espantara o mandara.

Con sonrisas, esperanzas, fe, rezos, manos apretadas, gritos a todo pulmón, se dieron cuenta que el gran lobo podía ser vencido en el terreno verde y podado y tal vez -sólo tal vez- también fuera del estadio. Estaba en ellos, en un nuevo “nosotros” febril y festivo.

“El miedo debe ser de ellos, de los traficantes del miedo, de la parálisis, del conformismo, de la revancha, de hacer menos todo y sólo hacerse más a sí mismos”, empezaron a razonar muchos. En ese lugar, alguien prendió la luz y vieron que muchos reyes y aspirantes a mirreyes estaban desnudos y eran indignos.

Con esa luz irreverente muchos salieron a votar, casi todos, y barrieron los miedos, los temores, las pandillas y pensaron que esta vez merecían tener a los mejores. Esa historia estaba apenas por empezar.

En ese lejano lugar, como lo dice la heroica canción de los 80, tal vez sí era posible construir un hogar donde no queme el Sol; un lugar donde las madres ya no vean a sus hijos partir, donde la tierra sea de otro color, pero no mueran genios sin saber de su magia, concedida a ellos para hacer grandes cosas con su vida, sin pedirlo y mucho tiempo antes de nacer. Bendito fútbol, fuente de toda sabiduría individual y social.

[b]@CronicMeridanas[/b]


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