Golazos, no balazos

Paul Antoine Matos
Foto: Twitter @miseleccionmx
La Jornada Maya

Ciudad de México
Jueves 14 de junio, 2018

El opio del pueblo es entregado en un acto que droga a la sociedad casi cada lustro. No se trata de la Copa del Mundo de fútbol, como nos quieren hacer creer; eso solo dura un mes.

Son las elecciones que, a través de una despensa, un hueso o un contrato sin licitar (todos tienen su precio) logran entumecer las críticas frente a la corrupción e impunidad de un país como México. Así es como los candidatos mantienen a las personas apaciguadas, no importa qué tanto roben o qué tan corruptos sean, mientras repartan, todos apoyan y se silencian.

Por un sexenio o un trienio, es a través de esas dádivas la forma en la que los políticos intentan asegurarse cierta tranquilidad para acceder al gobierno.
Si Karl Marx estableció que la religión es el opio del pueblo, y algún filósofo sedentario la reformuló para protestar contra el futbol y la Revolución Industrial, un mexicano tendría que adjudicársela para definir a su sistema político.

Como cada 12 años, las elecciones presidenciales coinciden con el Mundial de fútbol. Durante dos semanas, este 2018 las miradas de los mexicanos se dividirán entre lo que ocurra en la recta final de las campañas políticas y en Rusia, a la expectativa de que de la selección nacional pueda, por fin, llegar a ese tan angustioso quinto partido que se ha negado desde Estados Unidos 1994.

Durante los últimos meses, el país se ha dividido entre si Andrés Manuel López Obrador, el PAN o el PRI gobernarán, lo cual a través de las redes sociales se presenta como un profundo hartazgo. Del mocha-manos al Ricky Riquín Canallín, a las bodegas y los desvíos de recursos, las campañas políticas en México han pasado por lo absurdo y lo desagradable, con acusaciones de todos lados hacia los distintos frentes, y con poco interés por solucionar los problemas del país.

Desgastados por seis meses de campañas (desde las precampañas), o aún más cuando se definían los candidatos del PRI y el PAN, el mexicano preferirá enfocar su atención con lo que ocurra en las canchas de futbol de Rusia a lo que pase en el terreno político del país, sobre todo porque muchos ya decidieron su voto, a favor de un candidato o en contra del mismo.

El futbol, si bien funciona como distractor en el que todos tenemos ese gusto culposo de saber que nos engaña, también es productor de esperanzas en un país donde en campañas electorales los políticos nos recuerdan que, por su culpa y responsabilidad, tenemos poca. Los candidatos son comerciantes de la esperanza: ofrecen el cambio y un mejor país, el mejor estado de todos los tiempos, o una ciudad con futuro a cambio del voto que les da el acceso al poder y al dinero público.

Al menos, en el futbol, la esperanza no se vende ni se compra. La gente, incluyendo a los más ateos, creemos que México por algún milagro será capaz de ganarle al campeón del mundo Alemania, y si eso no sucede, siempre quedará la utopía del quinto partido, tras derrotar a Brasil en octavos. Si eso no ocurre, diremos que ya se sabía desde antes de iniciar el Mundial que los jugadores o el técnico no daban el ancho.

El futbol como droga social permite alucinar con ser campeones del mundo. La política en México, sobre todo durante estas campañas, es un mal viaje del que no podemos despertar y que, si lo hacemos, requeriremos de rehabilitación.

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