Otto Von Bartrab
La Jornada Maya

11 de septiembre, 2015

Cualquiera que visita el corredor Cancun-Riviera Maya-Tulum queda fascinado por la hermosa playa de arenas blancas y el mar azul turquesa. La gente normalmente viene de vacaciones y sueña con poder perpetuar su estancia. Algunos lo logran y ven la manera de hacer su sueño realidad.

Es un hecho que la población en la costa norte de Quintana Roo está creciendo permanente y constantemente. También es evidente que este crecimiento acelerado ha provocado serios problemas en la planeación urbana que causan que la vida no sea tan grata como uno hubiera imaginado. Tenemos, por ejemplo serios problemas de vivienda, de tránsito vial, falta de escuelas, de guarderías, de maestros, de hospitales, escasez o insuficiencia de servicios básicos como drenaje y recolección de basura. Las principales ciudades están, sobrepasadas y jamás llegan a ponerse al día porque la migración sigue llegando.

Lo que es un hecho es que todos aquellos que por alguna razón decidimos quedarnos a vivir en esta maravillosa zona tenemos, o deberíamos tener, el privilegio de gozar de este magnífico mar Caribe, con sus arenas blancas. “Por eso vivimos aquí” repetimos cada vez que vemos la playa. Pero el problema radica en que los accesos a la playa cada vez son menos. Trienio tras trienio hemos visto cómo los lotes costeros que servían de acceso al mar se venden o se construyen y que las vías para llegar a la playa quedan limitadas y, en la mayoría de los casos, canceladas.

El diseño original de Cancún y la Riviera Maya nació con un vicio terrible que hoy la gran mayoría de los habitantes tiene que pagar. Se dieron demasiadas concesiones a hoteleros y desarrolladores; a tal grado que prácticamente les permitieron privatizar las playas, cosa que en México no está permitido ya que se trata de una zona federal y cualquier persona, en teoría, tiene derecho a disfrutarla. Pero en el plan urbano simplemente no se consideró a la población local como beneficiaria de la playa y poco a poco se han ido cerrando los accesos, a tal grado que es una verdadera odisea pasar un día con la familia gozando del mar.

En la mayor parte de ciudades con playas turísticas en el mundo, dígase Los Angeles, Miami, Cannes o Río de Janeiro, por mencionar algunas, la playa es pública, existe un malecón donde la gente convive, y tras de él se yerguen los hoteles y departamentos. Este diseño ha provocado que en estos centros turísticos la población local pueda convivir con los turistas, generando un buen ambiente e interacción entre visitantes y locales. Pero en Quintana Roo el diseño turístico no llevó un criterio de planeación del bienestar integral y colectivo, sino que se permitió a los inversionistas hoteleros elegir y, claro, decidieron limitar el acceso a las playas para que éstas quedaran, en la práctica, privadas. Cedimos nuestro tesoro con la promesa de abundantes empleos.

Los empleos llegaron, sobre todo en los puestos operativos y de servicios básicos, por lo que los beneficios del bienestar cada vez se ven más lejanos; la mayor parte de estos hoteleros traen a sus ejecutivos de alto nivel del extranjero. El trabajador promedio tiene que cumplir con jornadas extensas para luego pasar horas en los laberintos del ineficiente transporte público para llegar a sus aisladas viviendas, donde en muchos casos, como ya se mencionó, carecen de servicios dignos. Todo esto valdría la pena si en cualquier fin de semana un ciudadano promedio pudiera acceder a la playa más cercana con su familia sin tener que pagar por un club de playa o ser molestado por guardias privados.

Recientemente, el ayuntamiento de Benito Juárez logró la certificación [i]Blue Flag[/i] en seis playas de acceso público. Aunque esto es positivo, es insuficiente si uno considera que la población de Cancún supera los 800 mil habitantes y la extensión real del frente de mar de estas playas es raquítica.

Tal vez Puerto Morelos sea el mejor ejemplo de acceso público a la playa en el norte de Quintana Roo. Si bien no hay un malecón como tal, todas las calles tienen acceso a la playa. Pero en el resto de la Riviera Maya hay mucho qué hacer y mucho que se ha hecho y se sigue haciendo mal, como el cierre de paso en Akumal o la privatización absoluta de todos los caminos que antes permitían llegar a la playa, desde Cancún hasta Tulum.

Aquí lo que se va a necesitar es que la Semarnat, dependencia encargada de regular y garantizar estos pasos, sea más estricta con los propietarios y los obligue a dejar accesos públicos como primer paso. El segundo paso, sería generar los servicios básicos de playa pública; baños, regaderas, vigilancia y recolección de basura. Si como sociedad logramos dar estos dos simples pasos, mejoraría significativamente nuestra calidad de vida. Dos simples pasos que harían más amigable el destino turístico, más humano, más atractivo. Dos simples pasos que en teoría se quieren dar, pero no se dan, dos pasos que a veces pareciera estamos dando pero hacia atrás. Por una comunidad mejor, avancemos hacia delante.

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