Paul Antoine Matos
La Jornada Maya
Mérida, Yucatán
Viernes 26 de enero, 2018
En las hojas brillantes como el fuego de la flor de chacsinkín, el pintor José Luis Loría encontró la belleza de la vida. Durante mes y medio en el que debía mantener reposo tras un accidente, el artista decidió plasmar sus dolores físicos y espirituales en una pintura de profundo significado para la sociedad maya. Inconscientemente, también logró plasmar la adaptabilidad de la planta a nuevos entornos.
La pintura del chacsinkín es parte de un mundo profundo en el que Loría construyó su salida del país: un exilio a Hong Kong para pintar dragones, pero que requirió de este tipo de arte para seguir con su realidad como mexicano, yucateco y meridano. El proceso, dice en entrevista, fue largo y detallado, bajo un régimen de disciplina muy estricto pero también con mucha inspiración.
“La obra es el ejemplo clásico de que con dolores, con temperatura y con el físico dañado, surgen esos elementos de angustia”, expresa.
“Representa anhelos de vivir, porque durante su preparación estuve muy enfermo. Todo lo que a partir de los últimos dos años he hecho es importante para mí, y los retos a mediano plazo son tan grandes que no puedo pintar para nadie. Pinto porque esa es mi misión. Lo que produciré después de esto tienen que ser selectivo”.
Aunque el origen de la flor es desconocido, está presente en República Dominicana y en el Amazonas, donde es usada por los chamanes para curar la fiebre, problemas respiratorios y como método abortivo; en Barbados, donde es la flor nacional, y también en Yucatán y en la India. Loría planea un viaje hacia el subcontinente para explorar sus semillas, ya que cree que provino de ahí antes de encontrar su hogar en México.
“Se hicieron reales para una cultura como la yucateca, que las usa para sus fiestas, jaranas y nombrar a sus embajadoras”, expresa. Fue adoptada por los mayas por su belleza y su atractivo, su color la hace única y es la más parecida al flamboyán, proveniente de Asia, reconoce.
Tras la destrucción de los registros de flora durante los autos de fe de Maní, menciona, los indígenas tuvieron la sensibilidad de apreciar su belleza, domesticarla, plantarla y redistribuirla, hasta nombrar a las mujeres en su honor. Ante la falta de presencia de estos símbolos en la plástica yucateca, decidió plasmarla y documentarla como un elemento de la historia natural de la entidad.
“También es querer dejar un documento de lo que existe en Yucatán, hay cosas que se pierden por el urbanismo mismo de la ciudad. La flor en el sur de Mérida es más sana que en el norte, porque todavía hay patios; en el norte cada vez hay menos y se construyen edificios de migajón a una velocidad impresionante”, manifiesta.
Su composición fue compleja, porque tiene vainas, es una leguminosa y se compone de 30 o 40 hojitas, reconoce. “El dibujo pide su propio tiempo, no puede acabarse antes, y es necesario adaptare al proceso creativo que la obra lleve”, comenta.
“Es un dibujo directo de la planta, no hay un trazo a priori. Me puse junto a ella y trabajé segmentando los detalles de cada parte de la flor. Es una de las obras más complejas que he hecho, pero con un resultado muy natural porque es ella, no es una interpretación tan alejada de la realidad”, afirma.
Las hojas verdes saltan entre las flores con tonalidades de atardecer, mientras una mariposa se posa en la planta. La flor de chacsinkín se plasma en dos dimensiones, como símbolo de la belleza de la vida.
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