Graciela Ortiz
Foto: Twitter @UNAM_MX
La Jornada Maya
Mérida, Yucatán
Domingo 20 de octubre, 2019
Carlos Romero Barrera es licenciado en relaciones internacionales que tiene tres hijos autistas: Marisa, de 32; Juan Carlos, de 30 y Luis Enrique, de 27 años, cada uno con niveles distintos del espectro.
“No es fácil, es un reto muy grande; hay que tener mucha fortaleza porque hay familias que tienen un niño con autismo y los demás son normales, entonces pueden ayudar a contribuir a que esa persona salga adelante, pero en el caso nuestro, pues el que está más funcional no creo que pueda hacerse cargo de sus hermanos”, expresa.
Juan Carlos está terminando la carrera de “Construyendo Puentes”, en la Universidad Marista, un programa dirigido a jóvenes con discapacidad intelectual en edad universitaria que pueden ser funcionales, tener un empleo, “de hecho ya está haciendo sus prácticas profesionales en una empresa”, cuenta su padre.
Los otros dos tienen problemas que los limitan como para poder incluirse en empresas regulares, pero podrían trabajar en talleres protegidos. Romero, quien es miembro del Consejo Directivo de A.Y.U.D.A., expresa que “ya estamos construyendo por etapas el primer centro, allí estaría el taller laboral y la zona habitacional, donde podrían realizar trabajos como lavar ropa, doblarla y empaquetarla”.
Su mayor preocupación es, sin duda, formar una red familiar para cuando él y su esposa falten o ya no puedan hacerse cargo. “He estado hablando con sobrinos y familiares, pero confío también en muchos de mis amigos, espero el apoyo de ellos, sus hijos, sobrinos de mi esposa que están muy pegados con mis hijos”.
Afirmó que esa es una de las situaciones más importantes que enfrentan ahora, “conseguir ese apoyo, dejarles un lugar donde puedan estar que no sea peligroso ni para su salud ni para su integridad física”.
Por su parte, el sicólogo clínico Carlos Marcín Salazar sostiene que el golpe del diagnóstico es fuerte. “Cuando se habla de esto con la familia por primera vez es un impacto emocional que genera un duelo, entre el hijo que esperaban y el que realmente llegó. Entonces muchas familias se quedan atoradas en la negación, en el enojo, en el coraje y no tienen la energía para trabajar con el niño”.
Finalmente, opina que la manera de recuperar a la familia de ese duelo es enseñarles y capacitarlos para que ellos mismos logren que el niño avance.
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