Diversidad en todo, menos en lo sexual: Ligia Vera

Lilia Balam
La Jornada Maya

Mérida, Yucatán
Jueves 15 de junio, 2017

Si bien las llaman “constelaciones” por el universo que envuelven, su naturaleza es tan compleja que parecerían las estaciones del Vía Crucis. Y no por el simbolismo religioso, que más tarde abordarán los expertos, sino por la permanencia del visitante en cada uno de los puntos.

Con la hipnosis que producen, bien podrían compararse con el estado de meditación y embeleso que alcanzamos los humanos al mirar la bóveda celeste.

Se trata de [i]Las constelaciones del deseo[/i], un llamado “acontecimiento performativo” que se presentó por décimosexta ocasión el pasado miércoles en Murmurante Teatro, y que por su naturaleza itinerante, ha llegado a foros fuera del estado, como San Luis Potosí, donde obtuvo una respuesta que lo hizo digno de una reseña de Juan José Campos Loreto.

Son ocho las constelaciones que conforman la muestra, todas ellas interactivas. El público deja su lado asustadizo y pasivo. Es cuestionado, videograbado, dibujado… Se le da la batuta y puede donar un párrafo de sus pensamientos a una obra colectiva. También tiene la posibilidad de explorar lo concluido en presentaciones anteriores. Puede escuchar a Dodi Maleanta (Roberto Franco) declamar el [i]Nocturno de los Ángeles[/i], de Xavier Villaurrutia, mientras sostiene una libreta de donde caen hojas y hojas, que ella recogerá con sus dedos todos uñas, mientras murmura entre dientes que son cartas de amor.

Dodi dice que es niña pero desdeña las etiquetas. Este argumento lo sostendrá cuando más tarde aterrice en la cuarta constelación, cuya descripción es [i]Que se levanten los velos, mírate en nosotros[/i]. Después de la reflexión interna, viene la grupal. Juan de Dios Rath, Virginia Carrillo, Abigaíl Trillo, Ligia Vera y la misma Dodi comienzan una discusión a partir de la pregunta “¿Por qué la necesidad de categorizarnos?”

Mientras Ligia Vera y Virginia Carrillo describen la necesidad del ser humano de generar certidumbres a partir de categorías, Abigaíl y Dodi señalan que estos son tiempos para replantearse conceptos. “Ahora estamos en una época de repensar categorías”, subraya Dodi.

Y esa idea entusiasma a las panelistas, quienes debaten la importancia de definir géneros en el funcionamiento de la sociedad actual. La doctora Ligia Vera abunda que, para generar nuevas representaciones, y por ende, nuevos discursos, es necesario recordar lo difícil que es modificar la cultura. La religión es uno de los elementos más impenetrables en estas cuestiones, agrega.

Abigaíl está de acuerdo. En su opinión, la religión influye en los conceptos del matrimonio, de la adopción. La moral y el temor a lo nuevo, a “lo exótico”, se mezclan e impiden el cabal cumplimiento de los derechos humanos de todas las personas. “Ivette Laviada piensa que después de lo civil vamos a ir con el Papa a pedirle que nos casemos todos de blanco y no es así, solo queremos proteger a nuestras parejas”, detalla, refiriéndose a la polémica que desatan las discusiones respecto a la legislación de los matrimonios igualitarios en el estado.

Ligia Vera comenta: “Vemos diversidad en todo, menos en lo sexual. La sexualidad sigue controlada por la educación, la religión y el poder político”.

El público pregunta qué opciones tienen los yucatecos para construir su identidad lejos de la violencia en una sociedad como la nuestra. “Vemos políticos que no se comprometen a defender los derechos de nadie, lo más que hacen es decir que lo van a consultar. Yo no me siento representado por alguien que no defiende los derechos”, argumenta uno de los asistentes.

“Si no te quejas, no te quejes. Existe la masa crítica y la masa criticona. La primera propone y la segunda habla y no hace nada. Necesitamos una sociedad que participe”, propone Vera.

Informarse y apoyar a lucha de la sociedad civil organizada, surgen como otras medidas para el cambio según los panelistas. Finalmente, sensibilizar a la sociedad: “La violencia se aprende en casa. Por allí hay que empezar. Reproducimos lo que está alrededor. Si la sociedad de organiza y apropia de los espacios, se podrán hacer cambios”.

Por supuesto, en la travesía de abordar ideas de derechos humanos, identidad, sexo, sexualidad y género, caen comentarios pesados como ráfagas. Que un panelista recuerda que golpearon a tal conocido en un bar gay friendly, que a otro le enoja que las vestimentas le roban el protagonismo a la lucha por los derechos en una marcha por la diversidad sexual, que si el público recuerda los feminicidios y otros crímenes de odio, que si ser mujer es tener pechos exuberantes, que si eso lo sufren todas las mujeres por igual, que si complacer a la humanidad, que me dejen ser por favor, que no estoy dañando a nadie, que solo quiero ser feliz…

Finaliza la discusión y el público se retira satisfecho. El espacio se tornó tan íntimo como lo es el universo. Aún así permanece la sensación de ilegalidad, de contrabando. [i]Las constelaciones del deseo[/i], un buen comienzo, una buena chispa, pero resulta tan pequeño el espacio para tan tremendas ideas. Un poco de viento y se expandirá la llama.

Mientras tanto, solo le queda a los asistentes platicar lo vivido a sus allegados, con la esperanza de que también embelesen con la contemplación de la diversidad humana, la diversidad de ideas y de descubrimientos obtenidos en este acontecimiento.