Shari Mason se echa público a la bolsa

Jesús Mejía
La Jornada Maya

Mérida, Yucatán
Domingo 14 de mayo, 2017

Sin aspavientos y tras respirar hondo, la solista Shari Mason se tomó unos segundos para apoyar el violín a su izquierda e iniciar, en acuerdo con el director, las primeras notas con la orquesta y continuar el diálogo, la alternancia entre el prístino sonido de su instrumento y el conjunto sonoro de la sinfónica de Yucatán.

Con un profesionalismo a toda prueba, la violinista apareció segundos antes en el escenario del Teatro Peón Contreras con el pie izquierdo a rastras, dado que sufrió la semana pasada un accidente doméstico que le dejó doble fractura de peroné.

Con un amplio vestido que llegaba al suelo quiso cubrir el calzado especial, pero más de uno de los presentes se dio cuenta. Pese al dolor y la molestia, Shari Mason estuvo determinada a cumplir, a enlazar las notas inefables de su violín con el corazón del público, a través de la obra del ruso Serguei Prokofiev (1891-1953).

Con Juan Carlos Lomónaco en la batuta, la violinista y la orquesta acudieron a un repertorio nada convencional: el [i]Concierto para Violín[/i] de Prokofiev y la [i]Obertura Festiva[/i] y [i]la Suite[/i] [i]El avispón[/i], de Dimitri Shostakovih, dos compositores cuestionados por la férrea censura soviética.

Formada en la Escuela Nacional de Música y con estudios de especialización con Pinchas Zukerman, Joshua Bell, Riccardo Muti y Pamela Frank, la violinista mexicana mostró sus dotes de intérprete que le han permitido ser nombrada concertino de dos orquestas, la Sinfónica Nacional y la Sinfónica de Minería.

Shari sacó a relucir todas esas variantes propias de un violín, lo mismo un [i]pizzicato[/i], un [i]tutti[/i] con la orquesta, que armónicos y arcadas enérgicas ejecutadas con temple, seguridad y firmeza, mientras el público miraba con interés y otros con asombro su desenvolvimiento.

El violín que trajo esta vez Shari Mason, es emblemático, pues perteneció a uno de los más grandes violinistas del siglo XX: Henryk Szering, de origen polaco, que lo donó a la Orquesta Sinfónica Nacional para ser tocado por un concertino, agradecido porque México recibió cientos de niños nacidos de su país como refugiados durante la II Guerra Mundial.

En tres movimientos, [i]andantino[/i], [i]scherzo[/i] y [i]moderato[/i], la joven violinista dejó su impronta para la posteridad. En el año 2010 tocó ante los meridanos el [i]Concierto de Brahms[/i], que dejó un buen sabor de boca, pero esta vez se echó el público a la bolsa.

El estruendo del aplauso era tal que la obligaron a salir una vez más y recibir su ramo de flores. Pero el público, generoso, entusiasta, quiso de nuevo ver su hermosa sonrisa, chocó las palmas, pero ella desistió. El dolor de su pie lesionado le impidió regresar al escenario.

Dimitri Shostakovich (1906-1975), es uno de los más influyentes compositores del siglo XX: Su vasta producción de óperas, ballets, conciertos, sinfonías, música para cine, música coral y sonatas para piano dan cuenta de su creatividad.

Víctima de la censura soviética, denostado por algunas de sus innovadores composiciones que fueron descalificadas como “reflejo del individualismo burgués”,
fue obligado por el Congreso de Compositores Soviéticos a pedir “perdón”.

Con gran tino, Lomónaco, al frente de la OSY presentó la Obertura Festiva compuesta por Shostakovich en el XXX aniversario de la revolución Bolchevique y, debido a que fue censurada, no vio el estreno sino hasta en 1954, un año después del fallecimiento de José Stalin. La obra, luminosa, de grandilocuencias sonoras, gustó al público.

Shostakovich dividió en doce movimientos la suite que cautivó de principio a fin a los asistentes al Peón Contreras porque incluyó una variedad de melodías y ritmos que denotan los subtítulos: [i]Obertura, Contradanza, Feria, Interludio, Vals del organillo, Galope, Introducción, Intermezzo, Nocturno, Escena[/i] y [i]Final[/i].

El concertino Christopher Collins brilló como solista en la interpretación del pasaje [i]Romance[/i], un solo de violín que enalteció por su dulzura, evocador de un beso al amparo de una tarde tornasolada, bajo las torres de la catedral de San Basilio, en la Plaza Roja de Moscú.