Lilia Balam
La Jornada Maya

Mérida, Yucatán
Viernes 17 de marzo, 2017

Cuando se habla de periodismo de investigación en México, la primera imagen que llega a la mente es un arma. El arma de un guardaespaldas, policías, alta seguridad, incertidumbre, miedo. Curiosamente, las mismas imágenes aparecen cuando se habla de crimen organizado.

Ejercer el periodismo en nuestro país no es sencillo. Tanto peor para quienes realizan amplias investigaciones, como lo dicen las cifras de Artículo 19 o la Federación Internacional de Periodistas (FIP); durante 2016, en México murió asesinado 1 periodista al mes.

La nación ocupa el tercer lugar a nivel mundial, en muertes de periodistas, justo por debajo de Irak y Afganistán.

Y en cuanto al crimen organizado, los números son implacables. De acuerdo a publicaciones de diversos medios, citando fuentes como la Secretaría de Gobernación (Segob), reportes policíacos, y el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), en lo que va del sexenio del presidente Enrique Peña Nieto, se han registrado más de 90 mil muertes con violencia, en su mayoría vinculadas con el crimen organizado.

Pese a esto, una persona que carga con más de 20 años de trayectoria en periodismo, especializado en investigar el peliagudo tema del crimen organizado, camina sin preocupaciones y sin llamar la atención por los pasillos de la Feria Internacional de la Lectura en Yucatán (Filey), en el Centro de Convenciones Yucatán Siglo XXI.

Javier Valdez tendrá una sonrisa en la cara cuando más tarde comente: “Imagínate que yo venga aquí encapuchado, o en secreto, a presentar mis libros y que no aparezca mi foto en ningún lado. No voy a hacer eso nunca”, tras abordar el tema de los enemigos, pues los tiene, y está muy consciente de ello.

“Quisiera decirte que son poquitos o que no tengo yo pruebas de ese tipo, pero no es cierto. Mientras mejor haces periodismo y más te apasionas, te quedas más solo. Algún contacto tuyo, alguien que veía con simpatía tu trabajo, luego se verá perjudicado por un texto y se retira”, señala Valdez.

La palabra suena fuerte, pero como él mismo argumenta “son tiempos violentos”, como también lo atestigua la granada que en el 2009, aventaron al despacho de Ríodoce, semanario del que es fundador, tras publicar la serie Hitman: La confesión de un asesino en Ciudad Juárez.

Pese a coquetear con el peligro, Valdez afirma que le queda mucho por hacer. Eso mismo se refleja en la obra que presenta en la Filey, Narcoperiodismo, que aborda el mosaico de periodismos en el país surgidos por la presencia del crimen organizado y las eternas redes de corrupción.

Javier explica que el periodismo valiente lo ejemplifican los reporteros que publicaron sobre el gobierno de Javier Duarte, en Veracruz, y que resistieron desapariciones, levantones, violencia y amenazas. Por otro lado, está el periodismo “comatoso”, en el cual categoriza al de Tamaulipas: “Publican lo que pasa en Noruega, pero no lo que pasa en el estado, porque están bajo dos, tres o cuatro organizaciones criminales, coludidos con la autoridad”.

“Hay una prensa que le hace el juego al discurso criminal del gobierno, que reproduce los estereotipos de la criminalidad, del sicariato, al faltarle al respeto a las víctimas, al hacer mal uso del lenguaje y de las gráficas. Hay una prensa infiltrada por el narco a través de periodistas, un reportero involucrado en actividades criminales que es espía del narco y lleva y trae información. Y le manda reporteros al capo”, afirma el periodista.

Ello lo atribuye a muchas cosas, como las malas condiciones laborales para los reporteros, la burocratización, la arrogancia y falta de autocrítica en los medios de comunicación mexicanos.

“Mientras no revisemos todo lo que está pasando, seguiremos atrapados en una sucursal del infierno, resistiéndonos a lo malo, aguantando los embates del narco, queriendo hacer mejor periodismo pero sin poder avanzar”, recalcó.

Tanto dueños de medios de comunicación como reporteros son responsables de matar la labor periodística: “Damos por cierto todo lo que se publica en redes. Se nos olvidó lo básico: confirmar, ir al lugar, observar. Nos envolvemos en esta vorágine de publicar primero, frivolizamos todo: la muerte, la información, el periodismo, los derechos de la ciudadanía. Y con las prisas de publicar primero, violamos todo”.

Sin embargo, el corresponsal de [i]La Jornada[/i] afirma que aún hay muestras de periodismo real, que es necesario para abrir los ojos a la población. Pronto menciona: “Espero que la gente se de cuenta y haga algo, porque no veo a la sociedad mexicana indignada, no la veo encabronada, no la veo con los huevos hinchados”(sic).

Pregunto entonces si esa situación, de arriesgar la vida por una publicación y no obtener respuesta, no le da coraje. Lo acepta. Dice que esa situación es peligrosa, en tanto la ciudadanía no acoge ni respalda al periodista que se expone. “Los delincuentes, el gobierno, los políticos, se dan cuenta de que no pasó nada. Saben que te pueden hacer daño y que tampoco va a pasar nada. En ese aspecto, me siento como una novia amarga, despechada, abandonada, que ha hecho todo por conservar ese amor. Y así tratamos de mantener esa simbiosis con la ciudadanía y aún así la ciudadanía ignora, no le importa este periodismo”.

Es esta misma actitud de la sociedad la que legitima al crimen organizado y la corrupción en México. Valdez reflexiona: “La actitud de la gente, de distanciarse, de no reconocer como suyos a los muertos que quedan en nuestras calles, a la sangre manchando nuestras banquetas, es una actitud de desconocerse a sí misma. Cuando la lucha de los familiares de los desaparecidos no cuenta con el apoyo de la ciudadanía, los desaparecidos somos nosotros, la sociedad. Me pregunto si somos nosotros los muertos, si esa sociedad es la que está muerta. Es una sociedad que cedió los espacios a la criminalidad, le regaló la vida pública al narco. Creo que hay un déficit de genitales en el país.”

En su opinión, el narco se apoderó del país. Incluso habla de Yucatán, estado que para él era una bomba de tiempo, en tanto hasta hace poco comenzó a dar muestras violentas de la presencia del narco: “El narco está aquí como en cualquier parte del mundo: las drogas y el crimen organizado, los políticos corruptos lo permiten, no hay crimen organizado si no hay participación del estado. Entonces lamentablemente que se exprese ya violentamente ya es un nivel muy preocupante”.

Y es que Javier también tiene a sus muertos. ¿Qué le diría a esas personas, a los familiares, a quienes finalmente protagonizan las historias que publica? No sabe. Solo podría compartir el dolor.

“La gente no debe terminar así. Gente que prometió avisarme cuando quisieran hacerme daño para que yo me fuera de la ciudad o del país, están muertos. No solo no me avisaron, sino que los mataron. Yo lo que hago es llevarlos conmigo siempre, honrar, tratar de honrar sus recuerdos, la parte de sus vidas que me confiaron, no hago más que llorarles y convocarlos, despedirme y volver a encontrarme con ellos en el recuerdo. La peor muerte es el olvido. Yo a ellos no los olvido”.

Me torno siniestra cuando afirmó que vendrán más muertes. Y él regresa a la prudencia: “No hay que descuidarse. En realidad, el día que ellos quieran van a disponer de uno así tenga escolta, chaleco antibalas. Pero tampoco se trata de estarte dibujando la diana del tiro al blanco. Me daría mucha vergüenza hacerme pendejo (sic) y voltearme para otro lado cuando veo un levantón, un asesinato. Yo voy a seguir haciendo lo que me toca hacer, pero como un funámbulo del periodismo, como acróbata”.

Pregunto si dedicarse a investigar al crimen organizado no es “rascarle los huevos al tigre”. Suelta una carcajada y dice: “Yo no sé a dónde voy a llegar, he estado en situaciones muy complicadas. Tengo muchos contactos muertos, fuentes mías desaparecidas, las balas han pasado muy cerca. Yo no sé en qué momento voy a decir “hasta aquí”. Yo sé que algún día quizá tenga que irme. Yo no quiero irme sin estar ahí para cerrar Ríodoce, apagar la luz y cerrar la puerta para siempre”.

Asume el riesgo al continuar: “Sí es mucho una dosis loca de periodismo, un periodismo posible en condiciones imposibles, precarias, desoladas, porque no hay ciudadanía: a los periodistas les valen madres los periodistas, pero además yo no veo ciudadanía acompañando el buen periodismo que se hace en México. Y creo que no ha llegado el momento todavía en que yo diga ‘no vale la pena’. Yo no me veo retirado. Para mí escribir es resistir, es sobrevivir, es como ese personaje de Sabina, Tolito. La canción dice: ‘morirse debe ser dejar de caminar’; para mí dejar de escribir es eso: morir”.

Entonces se levanta, atraviesa la Carpa de la Redacción de [i]La Jornada Maya[/i] y se va, listo para compartir un poco de su experiencia con algunos yucatecos.

Cuando se retira, yo también siento coraje. De que probablemente las cifras de periodistas muertos sean –numéricamente- pequeñas comparadas con las de los muertos anónimos. Esos que no he “hecho míos”, como el periodista de Culiacán afirmó minutos antes. Quizá yo también legitimo al crimen al no hablar de las víctimas. Quizá esta entrevista sea una bocanada de aire fresco para los periodistas que la lean. Quizá entonces valga la pena hacer acrobacias para defender al oficio y apostar por otro panorama en el país que no nos reconoce, tanto como desconoce a las víctimas del crimen organizado.


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