Paul Antoine Matos
La Jornada Maya

Mérida, Yucatán
Miércoles 1 de marzo, 2017

Kantunil es un pueblo fantasma, vacío y mudo. La supercarretera Mérida-Cancún alejó los ecos de los motores y esto extinguió a los vendedores del municipio.

En las calles sólo hay silencio, roto en pocas ocasiones por los habitantes. Un trío de niños que salen de la escuela, las señoras que chismean en el portal de sus hogares, los taxistas que esperan algún pasajero para ir tener un viaje. Nada más.

El municipio, que cuenta con 5 mil habitantes, está en el tuch de Yucatán. Es el centro del estado, a la mitad del norte y sur, en medio del oriente y el poniente.

Hace 30 años el ambiente era diferente. Los engranajes de los motores en los camiones y automóviles que pasaban por la calle principal eran acompañados por las voces de los conductores, pasajeros y vendedores. Las loncherías estaban repletas de efímeros visitantes y los autobuses eran abordados por vendedores ambulantes.

En aquellos días, Kantunil era el poblado por el que obligadamente debían transitar quienes viajaban de Mérida hacia el oriente del estado y posteriormente a Quintana Roo, y viceversa.

En 1991, los motores se fueron. Se construyó la desviación de la supercarretera Mérida-Cancún. Con eso, Kantunil –en maya, lugar de piedra preciosa- perdió su principal fuente de ingreso: el comercio de las loncherías.

La pérdida de motor económico de los kantunilenses modificó la dinámica del municipio. Tras la construcción de la desviación, a un par de cientos de metros de la entrada, un buen número de habitantes migró hacia Quintana Roo en busca de oportunidades laborales, para sostener a su familia.

La falta de espacios laborales y la migración trajeron consigo un incremento en el alcoholismo, las drogas, violencia intrafamiliar y endeudamiento con las financieras.
“Antes vivíamos muy pobres. Sólo un camión había para comunicarnos a Mérida y para Izamal sólo había un camino blanco”, relata doña Bertha Gamboa Caamal. Viuda, a sus 83 años ha sido testigo de la creación de la infraestructura carretera de Kantunil, hasta la construcción del desvío a Cancún.

En 1957, recuerda, se construyó la carretera que conectaba el municipio con Mérida. A partir de ahí, los habitantes aprovecharon para establecer loncherías en las que los pasantes hacían escala para alimentarse.

Pollo asado, en escabeche, mariscos procedentes de Río Lagartos, naranjas, mandarinas, miel, era lo que se vendía. Olores y sabores en las calles de Kantunil, procedentes de los patios de Kantunil, no eran comprados a terceros, reconoce.

El paso de los vehículos se redujo, primero, con la carretera Mérida-Tizimín, y después con la supercarretera a Cancún, menciona.

[b]La devaluación lo mató[/b]

Apenas tres años después de la construcción del desvío de la supercarretera, en México se devaluó el peso. Efecto Tequila, le llamaron. El suegro de Juana Tello Lugo, en su opinión, murió a causa de esa crisis económica.

“La devaluación lo mató a él. No sabía dar cambio en los nuevos pesos, no lo superó”, expresa Juanita, como prefiere que le llamen, quien en ocasiones se duerme aún si no ha terminado La Rosa de Guadalupe y despierta a las tres de la mañana para preparar los desayunos de los trabajadores que viajan a Mérida y otros municipios cercanos.

A las seis de la mañana abre y sólo ofrece comida para los madrugadores; no hay almuerzos, y las cenas sólo son en ocasiones especiales como las fiestas patronales.

En su cocina económica, llamada Juanita –como ella-, recuerda que la supercarretera y la devaluación del 94 provocaron la crisis laboral de Kantunil. Eso generó deudas y migración hacia Quintana Roo.

Antes, su suegro tenía en ese mismo local, frente al parque principal, tres maquiladoras, dos molinos y la tienda más surtida del pueblo, recuerda con visible orgullo. Las paredes de la lonchería son cubiertas hoy por fotos de bodas y los familiares.

“Éramos de los ricos del pueblo”, añade con nostalgia, pero siempre se muestra alegre, con una sonrisa en el rostro y risas. Acepta su destino como quien vive en un lugar donde el tiempo parece suspendido.

Juanita y su sobrina, Elizabeth Sosa Tello, presentan tantas historias sobre familiares y amigos que cambiaron su residencia a Quintana Roo, que muestran a Kantunil como un municipio “sólo de visita”.

Liz reconoce que hay muchas casas cerradas, que sólo son utilizadas por quienes regresan los fines de semana o a las fiestas. Ella vivió en Quintana Roo; dos hijos y dos hijas de Juanita viven hoy en la Riviera Maya.

Al terminar la prepa, los hijos de Juanita se fueron a vivir a Cancún y luego a Akumal, en donde laboran en restaurantes. Uno es chef y el otro es cajero; sus hijas viven en Cancún, con sus esposos, como amas de casa. “Acá no hay trabajo, tienen que alejarse para que puedan ganar dinero”, responde.

Juanita tiene dos celulares. Uno pequeño, más parecido a la grabadora del reportero que a un teléfono, que sólo le sirve como uno de sus despertadores; el otro es su esposo fallecido, bromea. El segundo celular es un smartphone adquirido en “coperacha” por sus hijos. No sabe usarlo, pero logra comunicarse con sus hijas a través del video de Whatsapp. “Quién qué botones apreté, pero lo logré”.

Las historias de Juanita y Liz se llenan de familiares fallecidos por enfermedades crónicas como diabetes, cirrosis o apendicitis no tratadas. Madres, padres, esposos, hijas, hermanos, personas que murieron por problemas de salud presentes en todo Yucatán.

La crisis de Kantunil provocó también deudas impagables para sus habitantes sin oportunidades laborales. Deudas que crecen día con día.

Debido a que necesitan alimentarse y que las escuelas piden dinero a sus alumnos para materiales y eventos extraescolares, los padres se ven obligados a pedir préstamos en las financieras, reconoce Liz.

“Te ofrecen dinero bonito, fácil y rápido –indica-. Pero al haber sólo trabajos temporales, imposible pagar el préstamo de regreso”.

Lorena Gamboa May, sicóloga de ese municipio, señala que debido al poco ingreso económico las familias sólo terminan endeudándose más.

Explica el proceso: Un hombre gana alrededor de mil 200 pesos en un trabajo temporal, de los cuales 800 pesos son entregados a la mujer para mantener a los hijos, entonces llegan las financieras a ofrecerles más para que puedan sostenerse, por lo que aceptan los préstamos. Luego ya no tienen cómo devolverlo.

Según Lucía Contreras, quien maneja junto a su esposo una carnicería, en Kantunil hay cuatro o cinco financieras, pero quienes son conocidos como deudores acuden a las de Mérida para solicitar más préstamos.

Asegura que en una financiera hay entre 200 y 300 clientes, y calcula que la mitad de la población está endeudada.

Dos fenómenos: migración y deudas. Ambos generados por la supercarretera. Ambos arrastran otros problemas. El primero acarrea violencia familiar y alcoholismo. El segundo importa “la novedad” de Quintana Roo, las drogas

[b]La borrachita[/b]

El desprecio de la madre hacia sí misma, replicado por su hijo hacia ella. El derrumbe de la figura de la autoridad materna provocada por el alcoholismo. “Tú no puedes decirme qué hacer porque no te respeto –expresa el hijo rebelde- ni siquiera porque eres mi madre. Por borrachita”.

Lorena Gamboa cuenta la historia de una de sus pacientes con problemas de alcoholismo. La madre acude a terapia y se abre “no quiero seguir tomando”. Sin embargo, su vecina le deja de hablar si no comparte unas cervezas con ella. El hijo no respeta a su madre, la borrachita. El ciclo se repite.

La sicóloga indica que en el municipio “si no te unes a quienes toman, no eres parte del círculo social. Te consideran el raro”.

En Kantunil existen más de dos expendios de cerveza por cada escuela. Son 16 puntos de venta de alcohol, pero apenas siete instituciones educativas.

Todo se conecta. Las dificultades económicas llevan a la mujer a recurrir a préstamos que la endeudan. Desesperadas, encuentran un escape en el alcohol.

Pero también hay maltrato familiar. La sicóloga considera que se trata de un aprendizaje que se hereda, se transmite de generación en generación. Sus principales terapias son con mujeres víctimas de violencia conyugal.

Indica que el maltrato a las mujeres se aprende en la familia, porque los hijos observan al padre golpear a su esposa y el patrón se repite en las siguientes generaciones.

“¡Ay! Drogas, alcohol, pandillerismo –dice Lucía Contreras- Si los padres también toman y fuman, ellos también lo hacen.

“Son pocos los de 12 años que se comportan como niños. A las cinco de la madrugada están en la calle, en los parques, con su cigarro y su chela. En las colonias de San Francisco y Dzalá ya están las banditas, incluso los Sur 13”, dice su esposo, Carlos Gamboa Sosa, en la sala de una casa con una pared azul con garabatos multicolores de niños.

Todo se conecta. La falta de oportunidades laborales provoca que migren hacia Quintana Roo. Fascinados, conocen las drogas.

“Guapos”, dice Juanita sobre los jóvenes de Kantunil. Pero agrega, tras reírse de su comentario, que hay drogas y alcohol.

Liz menciona que “todo mundo sabe quién la vende” y narra la historia de la nieta de un narcomenudista que fue capturado hace unos años. La nieta vendía marihuana, cocaína, crack y las distribuía en Izamal y Kantunil, afirma la vecina. “Era un negocio familiar”.

Para el antropólogo social del Centro de Investigaciones Regionales Hideyo Noguchi (CIR-UADY), Adrián Verde, las pandillas son un problema que apenas comienza. Afirma que, debido a los conflictos familiares, encuentran en las bandas una “familia alternativa”, en la que la violencia se integra y se naturaliza.

Los patrones culturales han cambiado, señala. Antes las personas dejaban sus puertas abiertas, sin temor a que algo ocurriera, pero ahora las cierran para evitar robos. Considera que queda poco tiempo para atender las problemáticas sociales que surgen en Kantunil.

[b]Identidad[/b]

Del otro lado de la juventud hay quienes logran estudiar una carrera, por lo general en Mérida, pero debido a la falta de oportunidades laborales tienen que ejercer su profesión en las comisarías de los municipios aledaños.

Mecatrónicos, nutriológos, gastronómos, maestros, profesores de educación física, licenciados en turismo, enfermeras, son las carreras de los jóvenes de Kantunil, pero no se desempeñan ahí.

“No hay fuentes de empleo, no tenemos empresas o maquiladoras que puedan favorecer a las familias. Tampoco hay apoyos a microempresas para solventarse como familia”, lamenta Lorena Gamboa.

Adrían Verde señala que en Kantunil existe una “economía de subsistencia”, no hay un sector específico que se desarrolle a gran escala.

Sin embargo, a pesar de toda la problemáticas surgidas a raíz de la construcción del desvío de la supercarretera Mérida-Cancún, en Kantunil aún se vive un ambiente en amigable.

“Soy orgulloso de mi herencia, no reniego mi tierra”, declara Carlos Gamboa, quien se pregunta por qué la Secretaría de Educación quitó la lengua maya del programa escolar y espera que sea reintegrado. “Son las cosas que nos dejaron nuestros ancestros, el Janal Pixán, el idioma, la comida y las fiestas”, enumera.

Durante sus fiestas patronales, el 2 de febrero, día de La Candelaria, y el 4 de octubre, en honor a San Francisco, los migrantes retornan a Kantunil para reencontrarse con su familia.

“La tradición aún se da”, menciona Liz. Mientras que doña Juanita dice que le gusta vivir ahí, porque aún es muy tranquilo.


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