Cáncer de mama, nueva forma de ver la vida: Margarita Abreu

Especial: Toca salvarse 

Margarita Abreu Méndez tenía 50 años cuando sintió que tenía una bola en el seno, “como un limón”, aún la recuerda (25 años más tarde). Señala que gracias a que su detección fue oportuna, obtuvo una oportunidad para combatirla, a pesar de los dos años que tardaron en darle el diagnóstico, pensando que se trataba de una obstrucción.

Mira años atrás y cuenta cómo luego de encontrarse esa bola del tamaño limón en su seno, acudió al doctor para saber qué ocurría, pero le dijeron que era una obstrucción y le mandaron medicamentos que, supuestamente, acabarían con la bola.

Al notar que ésta no se deshizo tras el tratamiento, optó por ir con otro doctor, quien nuevamente le dijo que se trataba de una obstrucción y le cambió la medicación… De nueva cuenta, la bola continuaba en su seno.

Aunque reconoce que ella no solía hacerse la revisión manual para prevenir el cáncer de mama, fue gracias a que la sentía –debido al tamaño– que identificó que requería atención médica.

A pesar de ello, fue hasta dos años desde que ella misma detectó la voluptuosidad en su seno, cuando sangró por medio del pezón, que la canalizaron con un oncólogo, quien identificó que era necesario realizarle una operación para retirar el cáncer (quitando el seno); “me quitó todo el seno, luego me dieron 10 quimioterapias y 10 radios (radioterapias)”.

Durante un año, vivió dichos tratamientos propios del cáncer, cada 25 días con quimioterapias y al finalizar estas iniciaron las radioterapias, aunque al principio tenía que ir a revisiones constantes, primero cada mes, luego cada dos meses y así sucesivamente hasta que los doctores verificaron que lo habían eliminado.

Al ser una persona optimista y que no es aprensiva, apunta que tomó toda la situación de forma “muy light”… “Lo único que no me gustó fue que se me cayera el pelo, eso sí lo odié”.

Recuerda que su problema con la caída del cabello no era directamente por la pérdida del mismo, sino porque estaba atravesando la menopausia y, junto con una de las medicaciones, le incrementaban los síntomas de la menopausia, especialmente el calor, que aumentaba si se ponía peluca o pañoletas. “Sentía que era un infierno”.

Para quienes están viviendo una etapa de sus vidas con el cáncer, sugiere ser optimistas, pues deprimirse baja las defensas y la negatividad también incrementa el malestar; en su caso, tuvo la oportunidad de continuar con su vida normal, “yo no tengo un seno y me pongo uno falso y me meto al mar; a mí qué me importa la gente”.

Pero reconoce que no todos los casos son iguales, pues su esposo, Alfonso Cámara, también vivió cáncer, en su caso de próstata, pero este fue detectado en una fase mucho más avanzada y, aunque lucharon, fueron tres años muy difíciles hasta que perdió la vida.

“Tratamos de que llevara la mejor vida, que saliera y paseara, pero llegó un momento en el que estaba completamente desgastado; a él le dieron 40 quimioterapias y le dieron como 10 radiaciones".

“Fue otro tipo de cáncer, el mío gracias a Dios, se agarró a tiempo y a mí la metástasis que me hizo, me la hizo acá (dice mientras señala una zona junto al seno), entonces me quitaron 17 gángleos y tenía dos malos, pero como me quitaron todo, pues se erradicó”,  cuenta. 

En el caso de su esposo, recuerda, nunca hubo ningún tumor que alertara de la enfermedad, pues el cáncer estaba en sus células y, precisamente, por eso no fue posible retirarlo, “todo el cuerpo son células, ¿cómo las quitas?”.

“El mío, yo digo que fue una bendición, porque me hizo apreciar todo el amor que había a mi alrededor, tanto mis amigas como mi familia, me consintió la gente, hicieron cadenas de oración… Yo digo que valió la pena haber vivido el cáncer por eso; me dio una nueva oportunidad”, pero resaltó que esto fue gracias a que la detección de la enfermedad fue a tiempo para poder eliminarla.

Edición: Estefanía Cardeña