Ficmaya artículo

Ricardo E. Tatto
La Jornada Maya

19 de octubre de 2015

Agobiado por demasiadas actividades para un viernes en la noche, el periodista aguza la agenda: una vez más, la cultura como único eje rector de sus afinidades electivas. Es un 16 de octubre por la tarde cuando encamina sus pasos hacia el Peón Contreras para la inauguración oficial del Festival Internacional de la Cultura Maya 2015.

Recordando su aversión al oficialismo y a las peroratas gubernamentales, tuerce hacia su derecha y reconfigura su ruta para dirigirse hacia el barrio de Santiago, donde “La voz del agua”, exhibición de Markéta Loman Vogelová, se inaugura a las 7PM. Después de un recorrido por los óleos y acuarelas impresionistas –evidentemente influenciadas por Monet– que componen la muestra, ahora sí, el periodista está listo para sumergirse en el alud de gente que, seguro, llenará las calles del centro histórico para el concierto inaugural del Ficmaya.

[h2]Jornada 1[/h2]

Puntualísimo, el cubano universal Pablo Milanés sube al escenario y tras los saludos de rigor, abre su intervención con Cuánto gané, cuánto perdí. De pie, el periodista fuma con parsimonia unos pasos detrás de la consola de controles, esperando que las canciones de su más reciente producción llamada Renacimiento terminen, ya que al igual que el resto del público desea escuchar aquellas viejas canciones que lo caracterizan.

Recorre con su mirada las inmediaciones de la Plaza Grande de Mérida: la multitud nunca apareció. A pesar del derroche publicitario y la presencia de una figura de talla internacional, la cacareada inauguración no atrajo a las masas a diferencia de otros tantos recitales ofrecidos en el núcleo simbólico y cultural de la ciudad. Tal vez la sobreoferta de espectáculos haya menguado la asistencia, o tal vez, sólo tal vez, las cifras que manejan anualmente no sean tan acuciosas como uno pensaría.

Aún así, Milanés cumplió. Así, a secas. Por espacio de hora y media, la Nueva Trova Cubana (movimiento musical que no es nada nuevo, ya que tiene casi 50 años, aunque lo es si lo comparamos con la inamovible y avejentada trova yucateca), poco a poco se ganó a los asistentes, quienes por lo bajo coreaban sus canciones, inspirados como nunca por los recuerdos de esa bohemia revolucionaria que ahora es tan sólo un recuerdo, uno que se desvanece en el aire al igual que las volutas de humo alquitranado que emanan de la nariz del periodista.

Este, acorralado, tiene que admitir que Don Pablo trae a unos músicos excelentes, no pudiendo ser de otra forma ya que si algo caracteriza a la escuela cubana es ser semillero de intérpretes y compositores de primer nivel. De pronto, sacado de cuajo de sus ensoñaciones por los gritos y aplausos, alcanza a reconocer los primeros acordes de Yolanda, emblemática canción que erizó a los troveros de corazón hasta perder la timidez y cantarla a toda pastilla.

A la algidez del momento, le siguió el remate de El breve espacio, cuya letra derritió hasta al periodista más escéptico, quien dejándose llevar por el instante y emulando a sus paisanos, se aferró al cuerpo de la flaca que se encontraba a su lado, meneándose al vaivén acompasado de las cabecitas entrecanas que hacían lo propio. Los más jóvenes aprovecharon el momento también, algunos abrazando a sus parejas con cariño; otros, prendados con fruición de una boca fresca y, los menos, impasibles pero atentos a la voz de Milanés que se conserva potente, intacta. Tras enérgicos aplausos se despidió encarecidamente, regresando poco después para regalar una canción más, pero para entonces el periodista ya atravesaba la plaza en franca retirada, sabedor de que la nutrida jornada 2 estaba por venir y de que el Ficmaya, con Cuba y Q. Roo como invitados, apenas comenzaba…

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