José Luis Domínguez Castro
La Jornada Maya

28 de agosto, 2015

Durante más de 300 años de Colonia, Yucatán vivió a un ritmo lento pero seguro, ritmo marcado por la pobreza de sus tierras y la escasez de minas y otras industrias. Los españoles que aprendieron aquí a comer maíz, a beber atole y a dormir en hamaca llegaron a valorar los frutos de la milpa tradicional y los mil usos de plantas. Conocieron del valor sanitario de la miel de melipona y del precio de la cera extraída de las abejas. Los conquistadores, que vivieron de las bondades del palo de tinte y de las maderas preciosas que exportaban junto con las pieles y salazones del ganado introducido por ellos, no tuvieron mucho tiempo para hacer ciencia en un mundo circundante carente de minerales o de alguna otra fuente de riqueza que se los demandara, tal y como sucedió en otras regiones del país.

Y mientras México nacía como nación independiente y proclamaba su identidad criolla, en Yucatán, hablo de Yucatán-península: “este país que no se parece a ningún otro”, como dijera el Lic. José Castillo Torre, la economía supo aprovecharse más bien de la explotación del trabajo humano que de la riqueza de la biodiversidad y por supuesto, con las bendiciones del clero y de la milicia y los tributos excesivos aplicados a la población maya.

Por eso acontecieron episodios tristes como la llamada Guerra de Castas que no fue más que una lucha entre razas o el cruento martirio ejemplar de Jacinto Canek, antecedentes de muchas otras expresiones de rebelión de los pueblos autóctonos.

Pasados éstos, vino el auge y expansión del henequén que a su vez impulsaron el desarrollo del conocimiento tecnológico de los agaves y sus usos diversificados, lo que dio gasolina a una clase dominante compuesta por unas cuantas familias permitiendo que ésta sobreviviera y abundara en riquezas por más de 50 años.

Aunque en la colonia se encuentra registrada la existencia de la Universidad de Mérida de Yucatán fundada en 1624, sabemos que en ella solo se estudiaban las artes del pensamiento filosófico, los cánones de la iglesia católica y los dogmas de la fe a través de la teología.

No es sino hasta este tiempo, que surgió el Instituto Literario, fruto de la Reforma juarista con sello laico y republicano (1867). En él, se iniciaron los primeros escarceos con las ciencias modernas en nuestro estado. Aún está pendiente trabajar los archivos del mencionado Instituto para poder saber con exactitud que tanto se desarrolló la ciencia en este periodo que va de fines del siglo XIX hasta las dos primeras décadas del siguiente.

Lo cierto al caso es que cuando el general Salvador Alvarado entró a caballo por el Arco de San Juan hace 100 años, entraron con él los colores, los olores y los sabores de la Revolución, los huaches y los huaraches, la ley y el orden. Se expandieron los ferrocarriles, se liberó a los peones de las haciendas, se realizaron campañas de alfabetización y las brigadas desfanatización llegaron hasta las haciendas y pueblos más alejados junto con la multiplicación de escuelas y bibliotecas, creando un nuevo clima, favorable a la educación y propicio para la lectura.

Con todo, no habían llegado aún los tiempos para la ciencia, ya que lo urgente era antes enseñar a leer y escribir en castilla.

Sin embargo, encontramos un decreto significativo que fortalece y actualiza la existencia de la Escuela de Medicina y Farmacia en la que al estudiar tres años los alumnos podían salir como farmacéuticos. También se inicia entonces la enseñanza de la enfermería y se apoyó con recursos a la Escuela de Jurisprudencia y se conformó la Normal Mixta de Profesores. En una palabra, se trazaron las bases jurídicas de un nuevo orden que permitiera la igualdad de oportunidades a los ciudadanos.

Alvarado tuvo un sueño que comenzó a hacerse realidad durante su mandato en el Estado de Yucatán. A 100 años de distancia, soñamos junto con Alvarado en crear una sociedad civilizada y cumplidora del deber, sin monopolios productivos, ni comerciales; sin poderes alternativos de la iglesia o de la milicia. Soñamos con ser una península fuerte que sepa aprovechar la riqueza de sus montes y sus costas; soñamos con una región próspera que se proyecte al mundo a través de su puerto de altura; soñamos con ser un sureste-granero de la nación, gracias a la acción inteligente de técnicos e ingenieros que manejen nuevas propuestas científicas y tecnológicas a los eternos problemas regionales. Soñamos con ser una sociedad igualitaria en donde las mujeres participen más allá de algún foro o congreso feminista; soñamos, en fin, con ser esa sociedad culta con un “Ateneo Peninsular” integrado con ciudadanos pensantes, artistas, hombres de letras, leyes y de ciencia, con, músicos, médicos, etc. y en donde los maestros además de ser bien remunerados, sean corresponsables del despertar de las conciencias.

El sueño-ficción de Alvarado se interrumpió solo por algunos años y se reanudó con la valiente y certera actuación política de Felipe Carrillo Puerto quien hizo más extensivos los ideales de la educación basada en la filosofía racionalista, con participación de las mujeres en la política; con un Partido Socialista del Sureste que aglutinó a obreros y campesinos en Ligas Gremiales, y lo mejor: ofreciendo educación superior para todos, a través de la fundación de la Universidad Nacional del Sureste, en la que tuvieran cabida la investigación científica y las humanidades en sus distintas disciplinas.

La historia de la ciencia en Yucatán está aún por escribirse, pero el hecho es que a partir de entonces, ésta se ha desarrollado sin parar. La abundancia de centros de investigación y universidades habla de esa realidad. Los congresos científicos y los variados foros de ciencia y tecnología que tienen lugar en nuestra entidad, son otra prueba de ello. Y como botón de muestra, las Jornadas Científicas Yucatanenses, realizadas recientemente en la “Casa de Libros José González Beytia” organizadas por un grupo de universitarios posgraduados en distintas disciplinas: Biotecnología, Biología, Física Cuántica, Matemáticas y Filosofía, es quizá el mejor testimonio de que este sueño científico de Alvarado y Carrillo Puerto, comienza a ser una realidad.

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