Enrique Martín Briceño
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán

La Jornada Maya
28 de agosto, 2015

Mi limitada competencia para mirar y apreciar el arte popular la debo, sobre todo, a cuatro mujeres excepcionales: la inolvidable promotora Addy Rosa Cuaik y las antropólogas Victoria Novelo, Silvia Terán y Luz Elena Arroyo. Con su larga experiencia y su pasión por el tema, Addy Rosa –pionera en el fomento de las artesanías en Yucatán– me dio muchas lecciones en los últimos años de su fructífera vida, cuando era una suerte de directora ad honórem del Museo de Arte Popular de Yucatán. Por medio de sus escritos y a través de los diferentes proyectos en los que hemos colaborado, Victoria, Silvia y Luz Elena –estudiosas pero también mujeres de acción– han compartido conmigo parte de sus vastos conocimientos sobre los artesanos y las artesanías. Si están interesados, no dejen de leer, de Victoria Novelo, Artesanos, artesanías y arte popular en México (México, Conaculta, 2007) y, de Christian Rasmussen, Luz Elena Arroyo y Silvia Terán, Las artesanías en Yucatán: tradición e innovación (Mérida, ICY, 2010).

En particular, me acerqué mucho al bordado y al hipil yucateco durante 2012 gracias al concurso de bordado y la exposición Rosas, xhaíles y mariposas: el hipil de Yucatán, que, aumentada, se convirtió en Mestiza: el hipil de Yucatán, ambas actividades organizadas por la Casa de las Artesanías –dirigida entonces por Luz Elena– y el área de Patrimonio Cultural de la Sedeculta, a mi cargo, con la colaboración de Silvia y Victoria. Quien haya tenido la oportunidad de visitar la muestra, que, en su versión más amplia, ocupó todo el primer piso del Palacio Cantón, habrá aprendido sobre la historia de la prenda emblemática de Yucatán –tan antigua como los fragmentos de bordado encontrados en el Cenote Sagrado de Chichén–, sus variantes a lo largo del ciclo de vida (hipilitos de niño y de niña, terno de boda, hipil de luto…), su lugar en las festividades tradicionales, sus materiales y técnicas, sus diferencias regionales, las innovaciones de los últimos años…. Pero, ante todo, quien contempló aquella exposición habrá quedado maravillado ante la creatividad de las bordadoras –y los bordadores, que también los hombres bordan– y la diversidad y riqueza de sus obras.

Y es que la mayoría de los peninsulares no suele reparar en la gran variedad que existe en el traje tradicional ni en sus valores estéticos. No se trata solo del punto de cruz y el bordado a máquina, ni únicamente del hipil y el terno. Existe una sorprendente diversidad en las puntadas y los diseños que va de los humildes hipiles que suplen el bordado por una tira de tela estampada hasta los barrocos hipiles de San José Oriente, Hoctún, pasando por aquellos que usan la puntada endémica conocida como xmanicté. Motivos florales, geométricos, frutas, aves y hasta casas mayas y edificios arqueológicos pueden encontrarse en los hipiles actuales. Y también nuevos diseños y originales prendas entre las que destacan las blusas con bordado monocromático sobre coloridas telas de lunares.

Falta espacio para hacer un recuento de toda la gran variedad que ofrece actualmente la prenda tradicional maya (dense una vuelta por Kimbilá, Maní o Valladolid para darse una ligera idea). Lo que resulta claro es que ya no es exacto aquel verso de Carlos Moreno Medina que definía al hipil como “calcomanía de la nieve”, pues hoy se encuentran hipiles y blusas con bordados en palo de rosa sobre tela azul marino, en amarillo fosforescente sobre verde tierno o en púrpura sobre amarillo. Ya cuando organizamos la exposición Mestiza: el hipil de Yucatán, Luz Elena Arroyo comentaba con entusiasmo la adopción de las blusas bordadas por las jóvenes urbanas y cómo esto era una muestra de la vitalidad de la prenda. Y en verdad da mucho gusto ver a muchachas de todos los niveles sociales portando esas frescas blusas bordadas en vibrantes colores en combinación con el universal pantalón de mezclilla.

Otros fenómenos recientes en la transformación de la prenda son los hipiles pintados y los ternos con cuellos y ruedos de gran grosor. Los primeros demuestran la habilidad de las artesanas, que han sabido trasladar a otro material y otra técnica los mismos diseños que bordaban a mano o a máquina. Los segundos casi han hecho desaparecer el color blanco del vestido de lujo en un alarde de virtuosismo que a algunos no les parece tan armonioso. En este sentido resulta muy interesante comparar los ternos que usaban las mestizas hace 100 o 50 años (pueden verse en libros y en fotos antiguas) con los que se usan en las vaquerías contemporáneas, sobre todo en el sur de Yucatán.

Como quiera, y por fortuna, el traje emblemático de la península presenta una gran vitalidad debido a que se produce para autoconsumo y tiene al mismo tiempo un importante mercado. Se estima que son más de cien mil personas –en su gran mayoría mujeres– las que se dedican al bordado en Yucatán. Así, esta relevante expresión cultural posee también significativo peso económico, motivo por el cual diversos programas y proyectos gubernamentales brindan apoyo a bordadoras y bordadores. Sin embargo, falta aún capacitación en materias tales como el diseño, la calidad y la comercialización, y muchos artesanos sufren el intermediarismo o, cuando ofrecen directamente sus productos, se ven obligados a ceder al macheteo del comprador. Las asociaciones, las marcas colectivas y la profesionalización (¡hace falta una licenciatura en arte popular!) son algunas de las propuestas que se han planteado para superar esta problemática. Y los consumidores tendríamos que acostumbrarnos a no regatear cuando de adquirir un hipil o una pieza artesanal se trata.

¿Acaso pedimos descuento en el súper o en la tienda departamental?

Por otra parte, la celebración del hipil no debe hacernos olvidar que este vestido tiene igualmente connotaciones detestables derivadas de la persistente discriminación cultural que heredamos de la época colonial. Para llamar la atención sobre ello, la artista visual Patricia Martín Briceño creó un bello hipil con bordado en punto de cruz cuyos motivos eran de carácter textual: palabras tales como “pobre”, “india”, “negra”, “ignorante” ocupaban el cuello y el ruedo de la prenda, objetivando así aquellos significados que tiene para muchos. En este mismo sentido, entre las clases medias y altas urbanas, el hipil ha sido considerado “el uniforme de las sirvientas”, ha sido rebajado al nivel de bata de casa, ha adquirido ciertos elementos distintivos –los lazos en los hombros– y ha perdido otros –el rebozo–. Mirarlo y apreciarlo como una obra de arte debería también contribuir a acabar con los prejuicios que existen en torno a sus creadoras y creadores, no menos sabios y sensibles que los artistas “cultos”.

Mirar y apreciar el arte popular y reconocer el trabajo de quienes lo crean son todavía Aprendizajes pendientes para la presente generación de yucatecos

[email protected]


Lo más reciente

Xóchitl quiere cambiar: ser ella

Astillero

Julio Hernández López

Xóchitl quiere cambiar: ser ella

Oposición bloquearía la ley de pensiones en la Corte

Dinero

Enrique Galván Ochoa

Oposición bloquearía la ley de pensiones en la Corte

Ultraderechas: frenar la barbarie

Editorial

La Jornada

Ultraderechas: frenar la barbarie

''Tenemos que hacer que la plaza de Kanasín pese'', afirma Erick Arellano

Los Leones lograron en la carretera uno de los mejores arranques de su historia

Antonio Bargas Cicero

''Tenemos que hacer que la plaza de Kanasín pese'', afirma Erick Arellano