Gloria Serrano
La Jornada Maya

21 de agosto, 2015

Radican en Mérida y estos son sus nombres: Bryant Caballero (Tapanco Centro Cultural, A.C.), Lourdes Luna (Cressida Danza Contemporánea), Diana Bayardo (Mákina de Turing), Paula González (Búnker Mérida), Rafael Ávalos (Agrupación de Artistas Escénicos de Yucatán) y Olga Moguel (Restaurante Amaro). Ellos son quienes el 13 de agosto, que fue jueves, convocaron a los medios de comunicación de la ciudad para sostener un por demás pertinente encuentro en el Restaurante Amaro y hacer algo que, de tan elemental, hemos relegado al último de los sitios: hablar de los asuntos que en verdad importan. Ese día, Bryant, Lourdes, Diana, Paula, Rafael y Olga, también solicitaron a la prensa una acción que, de tan obvia, ya no se ve con la frecuencia que los tiempos y las circunstancias exigen: comunicarse con la colectividad a la que sirven.

Lo hicieron porque al sombrío e inextricable inventario mexicano, que concentra más de 100 mil muertos y alrededor de 26 mil desaparecidos, ahora hay que incorporar el homicidio de la chiapaneca Nadia Dominique Vera Pérez, a quien le quitaron la vida el mismo día y en el mismo lugar que al fotoperiodista Rubén Espinosa Becerril, la trabajadora doméstica Olivia Alejandra Negrete Avilés, la moreliana Yesenia Quiroz Alfaro y la ciudadana colombiana Mile Virginia Martín Gordillo. Y lo hicieron porque Nadia, gestora cultural y activista, era miembro de la comunidad de artistas y creadores a la que ellos mismos pertenecen y, sin más, porque Nadia era su amiga y la amistad se defiende de manera instintiva. A ustedes, Bryant, Lourdes, Diana, Paula, Rafael y Olga, a mis colegas periodistas, al gremio dedicado a la cultura y a ese conjunto de personas que viven juntas bajo ciertas reglas y que conocemos como sociedad, les diré algo:

Aquí estoy para hablar de lo mismo porque no creo en un periodismo preocupado por las formas, pero desentendido del fondo. Tampoco creo en un oficio atraído por el imán del qué, pero distanciado del imprescindible cómo. Aquí estoy para hablar de lo mismo porque, en cambio, sí creo como el escritor francés Jean Cocteau, que la poesía es una especie de algoritmo de elevada exactitud que reivindica a la humanidad y la salva de una peligrosa turba que arrasa con todo, la violencia. Aquí estoy para hablar de lo mismo, porque creo que enterarse quiénes fueron Robert Capa y Gerda Taro o Ingmar Bergman, ayuda tanto como escribir -con la misma calidad y empeño- una crónica sobre las fiestas en Sotuta o la reseña de cierta obra basada en “La clase muerta” de Tadeusz Kantor. Y porque creo que escuchar “Le llaman calle” de Manu Chao o “La Veillée” de Yan Tiersen o la frase de Raúl Zibechi “lo último que podríamos perder es la sonrisa y la voluntad de que las cosas sean de otra manera”, también ayuda.

Saber de su tristeza y tener el talante periodístico para ser nítido reflejo del duelo que hoy viven las artes y las humanidades en un país con olor a mortaja, ayuda. Darse cuenta que la reunión realizada ese jueves 13 de agosto es una forma de abrazar la pérdida, ayuda. El telón que cada noche se levanta, sus pinturas hiperrealistas, su música sinfónica, sus coreografías vanguardistas, sus grafitis, cortometrajes y performances, ayudan. Por igual ayudan la marcha realizada el 10 de agosto en esta capital, como la carta que más de 500 periodistas, intelectuales y artistas con indignación dirigen al presidente Enrique Peña Nieto, para exigirle que se lleve a cabo una investigación seria de los crímenes contra reporteros en México. El periodismo no fragmentado, el que es insolente para develar lo que permanece oculto, el de curiosidad infinita, el que comprende qué sucede cuando un texto se convierte en una auténtica fiesta informativa y con honestidad aspira a lograrlo, ese no solo ayuda, sino que adquiere otra dimensión, perdura y siembra.

Y ustedes, los ciudadanos que se obstinan en denunciar, en congregarse; los que no se guardan en casa ni son indiferentes al sufrimiento circundante, ustedes le quitan lo inocuo a las estadísticas, le dan peso a lo dicho por Gabriel García Márquez, que “la ética no es una condición ocasional, sino que debe acompañar siempre al periodismo como el zumbido al moscardón”, y hacen que de nuevo resuenen las palabras de John Donne: “Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una parte de la tierra; si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia; la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad; y por consiguiente, nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas; doblan por ti”. Hoy doblan por Nadia, doblan por todos.


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