Silvia Terán
La Jornada Maya

12 de agosto de 2015

Hace unos meses presenté un libro del antropólogo Carlos Evia: El mito del hombre salvaje en Yucatán, publicado por la Universidad Autónoma de Yucatán en 2014.

Aunque el estudio se centra en Yucatán, el hombre salvaje es un mito universal cuyas características son las siguientes: En general es alto, casi gigantesco, rasgo que simboliza la brutalidad. Es peludo y por lo mismo, viril; es mayormente antropófago, siendo el atributo máximo de la barbarie; es cazador, roba ganado y rapta mujeres. Algunos hieden, y varios tienen los pies al revés para despistar a quienes los persiguen. Viven en lugares inhabitados, alejados o inaccesibles, destacando las cavernas.

En México, el mito es un contra modelo que presenta “en negativo”, lo que es deseable para que la sociedad viva en concordia. Este argumento convence. Para vivir en sociedad es indispensable no matar, no robar y establecer compromisos con los otros. Las conductas del hombre salvaje son definitivamente antisociales.
Es imposible no asociar al mítico hombre salvaje que nos presenta Carlos Evia con los personajes que conforman los cárteles y constatar las similitudes entre ellos.

Los delincuentes mexicanos roban, secuestran, trafican drogas, violan, matan, decapitan a sus enemigos y, como el pozolero, se deshacen de sus víctimas diluyéndolas en ácido o enterrándolas en cementerios improvisados, como el del pavoroso caso de San Fernando en Tamaulipas, o quemándolas como en Ayotzinapa, si hemos de creer en la historia del ex procurador Murillo Karam.

En ocasiones, –según un reporte sobre Nazario Moreno “El Chayo”, atribuido al ex comisionado de Michoacán, Miguel Castillo–, les extraen el corazón a sus enemigos y obligan a los iniciados a comérselo. De algunos, –como Heriberto Lazcano, el Lazca, líder de los Zetas–, se dice que son antropófagos de acuerdo con el periodista Jesús Pérez Barajas.

Para consolidar la imagen del narco como hombre salvaje, –según nos enteramos con la caída de la Tuta, Servando Gómez Martínez, líder del Cártel de Michoacán–, hasta usan cuevas como vivienda.

Y aunque no parecen ser peludos ni de gran talla, su conducta corresponde a la de un salvaje, por la brutalidad con la que se comportan, y definitivamente, rebasan al salvaje del mito en crueldad.

Lo inquietante de este hombre salvaje mexicano es que ya no es marginal como el de los mitos. Sus áreas de control han crecido y parecen ser mayores que las de los no-salvajes.

Además, dejaron de ser contra modelo. Para muchos niños y jóvenes los narcos constituyen un modelo a seguir. Y es que la pobreza y la falta de educación crecientes, son base de la multiplicación del hombre salvaje en México. Los Templarios de Michoacán se presentan como modelo y protectores de pobres, débiles y desvalidos.

En México, lo marginal ha crecido y lo no-marginal ha ido disminuyendo ¿Quién me explica esta paradoja?

El hombre salvaje en México es ya una realidad (quizá la realidad pavorosamente más extendida), y el hombre salvaje del mito se quedó corto ante el salvaje real, porque el del mito, además de ser marginal, caza con sus garras y fauces, y no con un A-K 47.


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