Daniela Tarhuni
Ilustración: Chakz Armada
La Jornada Maya

5 de agosto, 2015

En días recientes, el Servicio Meteorológico Nacional informó que el fenómeno de la canícula, o sequía de medio verano, ocasionaría temperaturas más cálidas de lo habitual con lluvias por debajo del promedio.

¡Vaya que así ha sido! El Observatorio Meteorológico de Mérida reportó que el pasado lunes 27 de julio la temperatura máxima fue de 40.2 grados Celsius, el segundo registro más alto para un mes de julio desde 1992 en la capital yucateca. ¡Mucho calor!

Y frente a condiciones adversas es que surgen explicaciones y soluciones bajo la creencia de la magia, de las cosas ocultas o sobrenaturales que escapan a la lógica o la explicación científica. Nuestro país es un ejemplo claro de cómo permea en la actualidad el pensamiento mágico en prácticas culturales como la que realizan los señores de la lluvia en tiempos de sequía.

Tienen muchas maneras de nombrarlos: graniceros, saudinos, quiapequis, tiemperos o atajadores, entre otros. Según las creencias y costumbres, los graniceros saben manipular los fenómenos atmosféricos y también curar los males que causan la lluvia, el granizo, las tormentas y el viento.

De acuerdo con las investigadoras Johanna Broda y Beatriz Albores en su libro Graniceros, Cosmovisión y meteorología de indígenas de Mesoamérica, se trata de personas que adquieren su don por la ingesta de plantas sagradas, o en un sueño profundo, o bien, cuando son alcanzados por un rayo. En la zona maya, son los sacerdotes tradicionales, los J Meeno'ob, los encargados de oficiar la ceremonia del Ch'a'a Cháak, donde se hace una petición a los Cháako'ob, acompañantes celestes del dios de la lluvia, con el objetivo d?e invocarlo en los períodos de sequía, ritual vigente al día de hoy.

En cualquier parte del país donde se encuentren, se trata de especialistas en rituales de herencia prehispánica del culto a la lluvia. En el documental Granicero de Gustavo Gamou (México, 2011) podemos ver de primera mano estas prácticas cuando las vidas de Noé y Timoteo se cruzan a causa del impacto de un rayo.

Una cuestión muy distinta la constituyen personajes de la historia que han proclamado tener la solución para hacer llover: el estadunidense Charles Hatfield creó a inicios del siglo XX una fórmula con 23 elementos químicos para este fin. Logró que el Consejo Municipal de San Diego, California, lo contratara para combatir una prolongada sequía, hecho que coincidió con un fenómeno meteorológico de 17 días continuos en el que se desbordaron ríos, cayeron puentes y murieron decenas de personas. El caso acabó en los tribunales, donde resolvieron que Hatfield no había ocasionado el fenómeno y pese a que no recibió dinero, se hizo famoso en el país vecino, al grado que su historia fue retomada e inmortalizada -con todas las licencias de Hollywood- en The Rainmaker (Joseph Anthony, EU, 1956) protagonizada Burt Lancaster y Katharine Hepburn.

[b]Ondas electromagnéticas[/b]

En 1938, el ingeniero argentino Juan Baigorri Velar diseñó un aparato que supuestamente hacía llover al emitir ondas electromagnéticas, con lo que se inducía la formación de nubes y la consecuente lluvia.

Realizó con relativo éxito pruebas en varias partes de Argentina; sin embargo, se rehusó a dar a conocer las bases científico-técnicas de su invento y pasó al olvido. A la fecha, la controversia continúa sobre si su desarrollo funcionaba o si se trataba de hechos fortuitos. Lo que sí se sabe es que mientras lo velaban en 1972, llovía. Se trate de charlatanerías o proyectos científicos que fracasaron, lo cierto es que en la actualidad nadie puede hacer llover. Lo que sí ha hecho la ciencia es incrementar la precipitación natural al depositar dentro de la nube ya formada y en crecimiento, elementos químicos llamados nucleantes como el yoduro de plata (Agl), principalmente.
Otra alternativa muy extendida en todo el mundo es el uso de polímeros que retienen el agua en el suelo. En nuestro país, instituciones como la Universidad Autónoma de

Chapingo, el Instituto Politécnico Nacional o el Colegio de Posgraduados, entre otras, desarrollan o prueban la efectividad del uso de estos polímeros que podrían contribuir a solucionar el problema de abastecimiento de agua para cultivos en sitios donde la sequía persiste.

Si quisiéramos pensar en un granicero posmoderno, podríamos referirnos al ingeniero Sergio Rico Velasco, del IPN, quien ha desarrollado el producto “Lluvia Sólida”, un polvo granulado de acrilato de potasio que es capaz de absorber hasta 200 veces su peso en agua, desarrollo que le valió en 2012 una nominación al Premio Mundial del Agua del Instituto Internacional del Agua de Estolcomo (SIWI, por sus siglas en inglés). Lo cierto es que en días como en esta canícula quisiéramos recurrir a los granice.


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