Óscar Muñoz
La Jornada Maya

12 de mayo,2015

Mérida

En 1967, Grace Slick (vocalista del grupo psicodélico Jefferson Airplane) interpretó la canción escrita por ella misma dos años antes: White Rabbit. En la letra, Grace hace alusiones a Alicia (sí, la del País de las Maravillas) y a sus cambios de tamaño, y más adelante, sustituye a Alicia por Lirón (el pequeño roedor que se la pasa todo el tiempo somnoliento):

Una pastilla te hace enorme/otra pastilla te hace pequeño / y las que te dio mamá / no sirven para nada/ve a preguntarle a Alicia / cuando ella mida 10 pies de alto (poco más de 3 metros)… Cuando la lógica y la proporción / hayan sucumbido y muerto / y el Caballero Blanco hable por detrás / y la Reina Roja pierda la cabeza / recuerda lo que dijo el Lirón / ”Alimenta tu cabeza”.

En este contexto musical, que provoca inevitablemente imágenes surrealistas, las tazas de Mar Hernández remiten a quien las contemple a la memorable merienda, en la que suceden otros hechos de psicosis. Los comensales (el Sombrerero Loco, la Liebre de Marzo, el Lirón y, por supuesto, Alicia) enfrentan situaciones surrealistas, propias del País de las Maravillas. La mesa está preparada para la merienda y en ésta se pueden mirar teteras y tazas igual de desquiciadas que los comensales. Más que objetos, son otros sujetos que se mueven, que escapan, que se acercan, que sirven las bebidas por su cuenta y después se arrepienten.

Las tazas de la merienda en el País de las Maravillas son actuantes que no sólo son relevantes en el episodio de la mesa sino que también actúan sobre ella. La mesa de la merienda es el escenario más apropiado para sus desplantes: es su hábitat natural. En esta puesta en escena, las tazas y teteras establecen una interrelación con los comensales, como un juego interactivo, donde a veces son protagonistas que roban el papel a los que están sentados.

Como en la película Alice, de Jan Svankmajer, los personajes son en realidad objetos que adquieren vida a través del stop-motion. El cineasta bien hubiera aprovechado las tazas de Mar para la filmación de Alice: habría puesto la mesa de la merienda y lograr que, por sí mismas, las tazas y las teteras actuaran sin el stop-motion. A diferencia de un juego de té que es colocado en una mesa para el disfrute de los comensales, las tazas de Mar hubieran encontrado su propio lugar en el escenario bizarro de Svankmajer para desquiciar a los locos invitados a la mesa.

No cabe duda que Mar Hernández hizo sus tazas a imagen y semejanza de las del País de las Maravillas. A través de un trabajo más artesanal que artístico (si es que podrían distinguirse estas categorías), Mar logra crear un mundo viviente de tazas, lo que le permitió crear sujetos más que objetos. La figuración de sus tazas tienen la apariencia de personajes activos: algunas parecen jugar a encimarse unas sobre otras; algunas otras cometen atropellos contra ciertos personajes irreconocibles, y otras más muestran sus rostros desquiciados y alucinantes.

Con ese arte naif que alude, no a la ingenuidad que a veces remite el concepto, sino a la búsqueda de apariencias infantiles, Mar matiza las formas infantiles y juguetonas de sus tazas con las apariencias bizarras de sus trastes, y no tanto por objetos sino por sujetos que sonríen al espectador, pero que bien podrían escupirle la cara. En efecto, son ángeles luminosos y coloridos, pero de muy profunda oscuridad diabólica. Tazas locas a final de cuentas.


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