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Óscar Muñoz
Ilustración: Chakz Armada

En 1950, Octavio Paz escribió en El laberinto de la soledad: “¿Quién es la Chingada? Ante todo, es la Madre. No una Madre de carne y hueso, sino una figura mítica. La Chingada es una de las representaciones mexicanas de la Maternidad, como la Llorona o la ‘sufrida madre mexicana’ que festejamos el diez de mayo.” En este sentido, los festejos del Día de las Madres (el plural seguramente es porque cada quien tiene la suya, y son muchas) podría resultar una conmemoración mítica.

En esta circunstancia mítica, valdrá la pena señalar que la Madre referida por Octavio Paz tiene diversas representaciones mitológicas, como Coatlicue (la de la falda de serpientes), quien es la madre de todos los dioses aztecas, principalmente Huitzilopochtli (dios del sol y de la guerra). En la mitología mexicana, Coatlicue también es la diosa de la fertilidad y una forma de la diosa de la tierra; es la patrona de la vida y de la muerte. También llamada Tonantzin (nuestra madre venerada), es la madre de la diosa Coyolxauhqui (la adornada de cascabeles).

Posterior a estas representaciones mitológicas, a partir de la conquista española, surge una nueva forma mítica: la Virgen de Guadalupe (nuestra madre venerada), la Madre de los mexicanos, una sola para todos. Y no es sino hasta el año 1922 que es instituido socialmente el diez de mayo como la fecha de conmemoración de las madres. A partir de entonces, los festejos han abandonado mucho del simbolismo mítico de aquellas madres de la mitología azteca y del catolicismo virreinal. La Madre, hoy día, es una exclusión de la fertilidad mexica y de la maternidad mexicana.

La celebración del Día de las Madres se ha desmitificado y se ha reducido a festejos estrictamente familiares, donde se regalan cacerolas para que sigan cocinando para los hijos o lavadoras para que continúen aseando la ropa de sus vástagos (y del marido por igual). Habría que rescatar aquello de mítico perdido y celebrar esa maternidad social reducida ahora a la esclavitud del hogar. El Día de las Madres habría que ser celebrado todos los días con otras formas más apegadas al espíritu humano, más cerca de la Tierra, más adecuadas a la maternidad social, más acordes con las necesidades actuales de la sociedad.

Vale, entonces, preguntarse si las madres estarán conformes y satisfechas con el tipo de celebraciones del diez de mayo a las que se les ha acostumbrado en los últimos casi cien años de instituido este festejo en México, que se celebra con comidas familiares, pero que las madres tienen que preparar desde muy tempranas horas. También habría que reflexionar acerca de las cada vez más madres solteras que hay en el país: a ellas quién las festeja o cómo se festejan a sí mismas. Finalmente, hay otros aspectos de la maternidad que habría que pensar y decidir, tales como el derecho de las mujeres por ser o no madres, por optar o no por el aborto, por tener o no un hijo no deseado.


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