Paul Antoine Matos
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Mérida, Yucatán
Viernes 5 de agosto, 2016

¡Vacaciones, al fin! Con la canícula que convierte a Yucatán en el infierno que no todos soñamos, pero que vivimos cada año y del que uno no llega a acostumbrarse nunca, lo más conveniente es tomarse los días libres para visitar la playa. Progreso es la opción número uno de los meridanos; también la opción dos y la tres.

Hacia el poniente: Chuburná y Chelem. Hacia el oriente, Chicxulub Telchac Puerto. Ambos lados de la costa son para los privilegiados que tienen una casa en la playa o que tienen el acceso para rentarla, cuyo costo por los dos meses de verano puede fácilmente rondar los 50 mil pesos, hasta superar los 150 mil.

Pero Progreso y su malecón también otorgan la posibilidad a las familias de disfrutar de la playa sin gastar tanto. Los camiones del Autoprogreso no paran en sus salidas, se llena uno tras otro, todos los lugares ocupados. Durante el camino para dejar Mérida y enfilarse hacia la carretera, recoge a unas cuantas personas más. El aroma del autobús, que es una combinación de sudores con elotes y frituras, bien pudo ser patentado por Sabritas.

En el interior, un grupo conversa sobre el partido de un América que se enorgullece al festejar su centenario contra unos Venados que parecen sacados del zoológico del Centenario: desganados, en peligro de extinción y que prefieren quedarse quietos, descansando, sobre el césped, con una actitud apática y aburrida.

Uno de los pasajeros vende camisetas afuera del estadio y ese día fue el más fructífero de mucho tiempo. Al Carlos Iturralde acudieron 15 mil personas, cifra muy superior a los tres mil aficionados que tiene el equipo local. Comenta que se quedó hasta las dos de la mañana, mientras tomaba unas seis caguamas.

45 minutos, desde el centro hasta Progreso. El Eladio’s está a reventar, al igual que el resto de botaneros del malecón. Cruzar la playa sin sandalias es como andar sobre el fuego en la arena caliente; cada grano es una aguja hirviendo que pincha la planta de los pies; entonces hay que correr hacia el mar para remojarlos en la orilla.

Por todo el malecón, que mide como un kilómetro, las familias disfrutan del día bañándose en el mar. Miles de yucatecos y turistas, la mayoría con acentos de Veracruz y Tabasco, descansan, juegan, comen, viven. Los restaurantes se llenan y sus alimentos son vendidos en las palapas.

Los vendedores ambulantes aprovechan a los visitantes para ofrecerles kibis, bolis, helados, mango con chile, artesanías, sombrillas, ropa, y decenas de objetos más. En el Oxxo se forma una fila que llega hasta la calle; no sólo no parece avanzar, más gente se agrega para comprar refrescos y cervezas. Pero el objeto más cotizado es gratis y es de fácil acceso: la arena, el ingrediente esencial para divertirse en el mar.

Un niño es cubierto con ella, mientras llora. Sus hermanas lo envuelven en una sábana de arena, dejando al descubierto sólo su rostro que deja salir lágrimas.

Algunos metros más lejos, la arena la materia prima de castillos y torres fugaces. Los pequeños arquitectos usan cubetas o botellas para sus construcciones. Una niña crea con delicadeza un foso para impedir a los invasores atacar al rey con agua; un niño hace todo lo contrario con su propio fuerte; olvida la paciencia escrupulosa de su hermana y lanza obuses de arena hacia su construcción. Más que usar ladrillos, pareciera que un conquistador asedia con catapultas al castillo, pero eso sólo endurece más la defensa.

Al final del malecón, la construcción más emblemática de la costa yucateca está casi en ruinas. Detrás del colorido letrero de Progreso, la Casa del Pastel sufre el deterioro del tiempo, al igual que los castillos de arena. Pero unas maderas en el balcón del primer piso otorgan esperanza a los visitantes, parece estar en remodelación.

Poco a poco el sol es cubierto por las nubes. Parece que lloverá. Pero eso no logra asustar a los visitantes, que se quedan en la playa e incluso reduce el calor que hay.

Donde termina el malecón, las lanchas en la arena y en el mar se hacen visibles. Además de servir como barra de bar, sobre el que se ponen las cervezas, se convierten en un refugio para protegerse del sol. Una familia volteó una para que les diera sombra, un perro se escondió debajo de una para dormir el sueño de los justos.

Cuando se acerca la tarde, es momento de regresar. La carretera se congestiona, debido a los miles de yucatecos que viajarán de nuevo hacia Mérida, pensando en que el próximo domingo regresarán a la playa.

Posdata: el malecón de Progreso está lleno de pokemones. Y la gente los está atrapando todos.


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