Entrevista con Francisco Limón

Tania Medina y Andres Silva Piotrowsky
Fotos.Rodrigo Díaz Guzmán y Francisco Limón
La Jornada Maya

Mérida, Yucatán
Viernes 5 de agosto, 2016

Hace poco más de un año, tres proyectos coincidieron en Mérida. Tres historias distintas, pero comunes en su obsesión y en el sedimento de locura buena, que toda empresa con ideal conlleva.

El primero lo encabeza el joven empresario Arturo Canto, quien inauguraba lo que sería el primer componente de una triada, cimentada en el antiguo barrio emeritense de Itzimná; se trata de una galería de arte llamada Lux Perpetua, que fue el primer paso de lo que se pretende será un corredor cultural, formado por la propia sala de exhibición, una casa para residencia artística, Los Flamboyanes, y la piedra angular del proyecto: el taller de grabado Casa Lo’ol.

Al mismo tiempo, gracias al empecinamiento de Fabrizio León y familiares, La Jornada Maya trataba de ver la luz de Mérida por primera vez, en su versión impresa.

Arturo Canto, para habilitar Casa Lo’ol, hizo traer desde Oaxaca, para participar del proyecto, a uno de los mejores grabadores del país, Francisco Limón. Este diario conversó con él en torno a su presencia en tierras yucatecas y sobre otros asuntos que bien fundamentan la coincidencia, ahora en estas páginas de los personajes nombrados.

Limón, como lo conoce la mayoría de sus amigos, se define como un grabador autodidacta, aunque se inició nada menos que con Stanley William Hayter, uno de los artistas más importantes del siglo XX, con quién compartió cinco años de trabajo en el antiguo Atelier 17, en París; después, aprendió “algo” de escultura, con Luis Buñuel, el hijo del cineasta. Hubo de vivir experiencias en otros talleres de litografía y grabado, durante su estadía en Europa, hasta llegar a formar parte de un espacio no menos legendario: el taller de Cristian y Peter Bramsen.

Antes de avecindarse en una tierra, de artistas visuales (de los más destacados de México), vivió en Tailandia por tres años, donde “hice un proyecto muy interesante sobre talleres de gráfica, porque en Tailandia hay una gran tradición de grabado en madera, no tanto de grabado en metal; entonces, mi idea fue poner un taller independiente de eso. Y, bueno, por cosas personales me regresé a México y me instalé en Oaxaca, donde radico actualmente, desde hace 8 años.

[b]Yucatán desconocido[/b]
A la pregunta de -¿cómo es que llegó a Yucatán, el artista visual, responde:
Debido a mi amistad con Guillermo y Santiago Olguín, dos artistas extraordinarios, conocí a Arturo Canto, quien acudió a ver mis obras en Oaxaca, en ese momento, él ya tenía la idea de hacer la galería Lux Perpetua y este taller de gráfica.

-¿Es el primero en el que participas como capacitador y fundador?
No, es el quinto o sexto.

-¿En qué consiste la asesoría que les has dado?

Pues los ayudé a comprar las prensas, a crear el taller, básicamente. Pero además, como más viejo que soy, vengo a aportar mis conocimientos, a compartir lo que sé sobre técnicas, con quienes se harán cargo del funcionamiento cotidiano de Lo’ol, que apenas está iniciando, pero que espero dure muchos años, para que sea un referente no sólo para los artistas de Mérida,
sino de Yucatán y sus alrededores; creo que se puede convertir en un polo de creación.


Para mi es un descubrimiento, yo no estaba muy en contacto con el movimiento plástico yucateco; entonces, lo que yo pueda aportan de las técnicas básicas, como aguafuerte, aguatinta, barnices, etc., además de generar un lugar lo menos tóxico posible, lo haré con mucho entusiasmo. Al final los artistas van integrando sus técnicas. Uno se vuelve un especialista gracias a los conocimientos de otros.

La conversación transita de lo personal a lo profesional; se hace evidente su conocimiento sobre la historia del arte y su manejo de la esgrima verbal de Limón. Hace una crítica feroz a los políticos que han llevado a nuestra nación a un punto límite, casi insostenible. Vamos de la política a rememorar películas; viene a la memoria Fitzcarraldo, un filme de Werner Herzog, cuyo personaje, que interpreta Klaus Kinski, obsesionado con la ópera, pretende fincar un teatro en plena selva amazónica y para allegarse recursos decide comerciar con caucho, para lo cual debe hacer cruzar por la montaña un enorme barco, montado sobre troncos. La película está basada en un personaje peruano real, que para lograr ganancias comerciales, desmanteló una lancha de vapor, haciéndola pasar por un istmo.

[b]Nueve toneladas[/b]

En los giros de la conversación el grabador recuerda lo que nos contó hace un año, sobre un regalo que le hizo su amigo Cristian Bramsen: una prensa de litografía de 1939, una especie de locomotora que pesa 9 toneladas y que quería traer de Francia para instalarla en México. “Pues ya se hizo, costó un poco de trabajo transportarla, pero es la segunda prensa de ese tipo que llega a toda Latinoamérica, no hay más; aunque la nuestra tiene la ventaja de que está completa, casi impecable; es una oportunidad para los artistas de este continente para producir en ella, no tiene parámetro”.

Después de navegar desde el país galo, la máquina se encuentra ya en Oaxaca “de no haberme animado a traerla, hubiera terminado en una fundición, valió la pena”, nos cuenta Limón. “Estoy muy feliz, vendrá el mismo Cristian Bramsen a inaugurarla, en septiembre; declara este hombre que no se detiene, ni ante nueve toneladas de fierro.

Después de alguno de los silencios de la plática, reparamos en las similitudes entre Arturo Canto, Fabrizio León, Francisco Limón y el personaje del cineasta germano, con sus respectivos barcos, cruzando montañas, a veces no tan figuradas. Limón, con sincera modestia no acepta la comparación, pero sentencia: “en todo caso, este país necesita de muchos locos [i]Fitzcarraldos[/i], para lograr la proeza de moverlo a cualquier otro lado, donde de seguro estaremos mejor”.