Paul Antoine Matos
Fotos: Fotos Paul Antoine Matos y Sana Saleem/48hills.org
La Jornada Maya

Lunes 11 de julio, 2016

Como un cuerpo sin alma; algo parecido a estar paralizado como en estado catatónico; una entidad invisible para el resto del mundo. Así se sintió la familia de Luis Demetrio Góngora Pat, al enterarse que su padre, esposo, hijo, fue asesinado en San Francisco. El siete de abril pasado, los policías de la ciudad californiana, el sargento Nate Steger y el oficial Michael Mellone realizaron siete disparos a quemarropa contra el migrante yucateco. Vivía en la indigencia, en la calle Shotwell del distrito Mission.

La muerte de Luis Góngora, originario de Teabo, provocó un gran malestar en todos sus familiares. Desde sus padres, don Demetrio Góngora y doña Estela Pat, su esposa Carmen May, hasta los hijos de ambos, Luis Rodolfo, Ángel y Rosana; primos, cuñados y amigos también fueron afectados. Los nietos, Samairy Guadalupe y Ángel Emiliano, aún son muy jóvenes para recordar a su abuelo.

Luis Góngora, como lo recuerdan sus padres, quienes sólo se comunican en maya, dejó sus estudios a los 12 años, para acompañar a don Demetrio a la milpa. Doña Estela cada mañana se levantaba para preparar la comida con la cual se alimentarían durante el día.

Después de una caminata de dos horas hacia el campo, conocido como San Diego, comenzaban a tumbar árboles o a sembrar el maíz. A mediodía, Luis y su padre detenían sus labores para tomar pozole de maíz. En algunas ocasiones, disparaba con una escopeta hacia un venado o con un tirahule hacia un tolok o un ave para incorporar a la dieta, cuando el alimento escaseaba.

Cuando regresa a la milpa, en donde Luis y su padre trabajaban más de 12 horas diarias, don Demetrio se rompe al recordar a su hijo. Cuando era apenas un niño, al retornar de la faena diaria, Luis se montaba sobre una pila de leña, que era llevada sobre un caballo.

Su esposa, Carmen May, lo conoció a los 14 años, durante un baile en Teabo. Los padres de ella no les permitían casarse tan jóvenes, pero a los 20 años, ambos se unieron. Recuerda que con Luis nunca tuvo problemas ni discusiones, “ni siquiera me pegaba como a otras mujeres le pasa”.

“Tenía muchos amigos, le gustaba jugar baseball y trabajaba en Mérida como ayudante de albañil”, también estuvo un año en Chetumal. Luis enviaba dinero de lo que ganaba en San Francisco como lavaplatos hacia Teabo, para construir una casa para su familia; incluso apoyó a una de sus hermanas en un tratamiento médico cuando fue diagnosticada de cáncer.
En septiembre de 2002, Luis Góngora partió hacia Estados Unidos, con la intención de ofrecer una mejor vida, con mayor educación y facilidades a su familia. Su esposa recuerda que apenas tres días después de que se fue, cruzó 10 millas en la frontera y llegó a su destino.

Su hija, Rosana, lo recuerda poco en persona, porque tenía seis años cuando emigró. Sin embargo, su padre la consentía y le enviaba muchos regalos como muñecas, ropa o zapatos.

Después de dos años de vivir en la indigencia, Luis Góngora fue asesinado por dos policías de San Francisco. El mundo se vino abajo para la familia cuando supieron de la muerte. No sabían que era homeless. Cada vez que él hablaba, sólo preguntaba por cómo estaba su familia, decía poco o nada sobre su situación en las calles de San Francisco.
De la muerte y de la situación de calle, se enteraron a través de José Góngora, otro hermano que vive en la ciudad californiana. Aunque les hubiera gustado que, por respeto, fueran las autoridades de San Francisco quienes les informaran del asesinato.

“La esperanza de volver a verlo muere con él”, manifestó Carmen May al narrar cómo se sintió al enterarse. Los días posteriores al asesinato se sentía perdida, la madre sufrió de los nervios y las enfermedades se potencializaron, los hijos no querían ni comer. Se paralizaron.

Carmen aún desea creer que sigue vivo. “No acepto que esté muerto, él decía que quería conocer a sus nietos”.

[b]Justicia[/b]

Estados Unidos vive una crisis en sus instituciones policíacas, pues en los últimos años decenas de personas han sido asesinadas por elementos de sus corporaciones. Según un conteo de The Guardian, hasta ayer se contabilizaron 571 muertos.

El jueves siete, mientras la familia Góngora realizaba un rezo en honor a Luis Demetrio, a tres meses de su asesinato, cinco policías fueron asesinados en Dallas, durante una marcha contra asesinatos a cargo de los oficiales. Un lobo solitario, Micah Johnson, ex militar, disparó.

La muerte de Luis Góngora es parte del fenómeno que vive Estados Unidos con sus policías. En Teabo, su familia exige justicia; en San Francisco, también. “No sé cómo le haré, me desgraciaron la vida, porque él nos mandaba dinero”, expresó Carmen May.

La viuda teme quedarse sola. Dos de sus hijos ya están casados y la convirtieron en abuela. Recuerda que Luis tenía la esperanza de retornar a Yucatán, pero lo postergaba, porque el cruce de la frontera es más violento y peligroso ahora, en comparación con hace 14 años cuando emigró. “Decía, un año más...”.

En la tercera mesada de su muerte, como acostumbra la tradición en el interior del estado, se rezó para que el alma de Luis alcance el cielo.

Se colocó un altar con una fotografía de cuando era joven, con camisa polo blanca, cejas tupidas, orejas largas, que observa hacia la nada. En la mesa, su comida favorita, pavo con escabeche, y relleno negro; también veladoras, flores, tortillas e imágenes religiosas.

El canto refleja el dolor de doña Estela y su lucha por lograr que sus hijos salieran adelante. Una madre no se cansa de esperar, recita la rezadora.

Doña Estela exige un castigo a los policías que lo acribillaron. “No es justo, porque no hacía nada”, manifestó en maya. Cada vez que recuerda a su hijo, llora.

Sabe que en San Francisco la gente ignora su sufrimiento; el trabajo que costó crecer a sus siete hijos en la pobreza que existe en Yucatán. Si se enfermaba alguno o no tenían para comer, ella se angustiaba.

Ella tiene un último deseo para antes de morir: que se haga justicia para su hijo, que su nuera, sus nietos y bisnietos reciban, aunque sea, una compensación económica. “Que no sean palabras, sino hechos”, declaró.

La familia interpuso ante una corte federal de los Estados Unidos un proceso judicial por uso excesivo de la fuerza, violación a los derechos civiles y muerte por violencia intencional, contra la ciudad y el condado de San Francisco, un proceso que puede alargarse más de un año.

[b]Sin apoyo[/b]

A pesar del gran apoyo de activistas en la ciudad de San Francisco, la familia siente que las autoridades yucatecas y mexicanas han sido indiferentes a su sufrimiento.

Después de que la cancillería, a través del consulado mexicano en San Francisco, gestionó, junto con el Instituto para el Desarrollo de la Cultura Maya (Indemaya), para que el cadáver fuera repatriado a Yucatán, sienten que las autoridades les han abandonado.

Según dijo Carmen May, cuando fue a firmar para que el cuerpo fuera trasladado, también lo hizo, sin saber, para que el Estado mexicano no procediera legalmente contra la policía de San Francisco. La viuda, en un estado de shock y depresión por la muerte, sin saber leer ni escribir, firmó el documento.

Padre, madre, esposa e hijos de Luis Demetrio Góngora Pat se quebraban cuando se les preguntaba por su familiar. Aparecían las lágrimas y el dolor. A tres meses de su muerte, aún lo recuerdan y exigen justicia por su asesinato.


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