Ingredientes nacionalistas para un brindis por la Independencia

Juan Manuel Contreras
Foto: Cuartoscuro
La Jornada Maya

Mérida, Yucatán
Lunes 17 de septiembre, 2018

Las calles de México se tiñen de verde, blanco y rojo cada 15 de septiembre. Las banderas surcan los cielos de cada ciudad y todo mexicano transpira nacionalismo; la gente grita, bebe y se funde en sinceros abrazos. Pareciera que se felicitan por la casualidad de haber nacido en un mismo territorio; todo lo compartido es motivo de celebración.

Mérida no es la excepción. Las calles del Centro Histórico lucen orgullosas los tres colores del lábaro patrio. Banderas, trompetas, matracas y hasta un peluche con la figura de López Obrador -próximo presidente de México- adornan las arterias emeritenses. Se respira solidaridad y expectación.

Luego del tradicional grito de “¡Viva México!”, la gente se dispersa dispuesta a recorrer las principales avenidas. No solo mexicanos participan; pese a las diferencias geográficas y culturales, los estadunidenses también se contagian del fugaz sentimiento nacionalista. Ellos se sienten orgullosos de estar en México.

Desde temprana hora, bares y restaurantes de la ciudad comienzan a recibir a los sedientos parroquianos. Sedientos, no sólo de espumosa cerveza fría, sino de los certeros derechazos que Saúl [i]Canelo[/i] Álvarez asentaría en la humanidad de Gennady Golovkin. También es la pelea del año.

En los lugares más tradicionales, el atuendo de los meseros va en función de la ocasión. Bigotes, sombreros charros y la réplica de un rifle de madera visten al personal. El tequila no puede faltar; bandejas repletas de la emblemática bebida de agave se balancean peligrosamente sobre sus cabezas.

Platos de guacamole coronan el centro de las mesas, flanqueados por los totopos y la salsa roja. Luego del entremés, suele pedirse pozole o enchiladas suizas; los más aventurados ordenan chiles en nogada, maridados con la bebida de su preferencia.

Faltan cinco minutos para que comience la pelea y las crónicas pugilísticas ya han tapizado las redes sociales. Canelo es favorito: “nocaut en el quinto round”, augura un hombre desde la barra del bar Campeche, luego de darle un largo trago a su caguama.

Al norte la cosa no cambia mucho. Los establecimientos lucen repletos y los clientes de La Cantina de la México se apersonaron desde muy temprano para ocupar lugar frente a las pantallas. El ir y venir de los platillos tradicionales y las espumosas es constante. Los caballitos y las sonrisas hinchadas de etanol, también.

Claro que hay quien -a fin de evitar el bullicio y los temidos retenes- prefiere quedarse en casa. En fiestas familiares, las tías, desde días antes, se dan a la tarea de competir por quién hace el mejor pozole. A los hijos los mandan por las chelas y cuando llega el momento, todos se reúnen en torno al televisor.

Ya pasaron 12 rounds y el rostro de la afición es gris. Saben que el favorito ha cedido ante los embates de los poderosos puños del oriundo de Kazajstán. “Ya cámbiale, ya valió”, mencionan a manera de broma, pero como en la vida misma, en el box las cosas pueden dar giros estrepitosos. Finalmente, todos observaron incrédulos cómo Dave Moretti levantó la mano del [i]Canelo[/i], en señal de victoria.

Luego del trago agridulce de un triunfo -para muchos- inmerecido, ha llegado la hora del estéreo. Ahora las bocinas llenan la calle de música popular mexicana. José Alfredo, Luis Miguel y el Grupo Límite ponen ambiente a las fiestas familiares, que pueden durar en muchos casos hasta el día siguiente. Lejos de quejarse, los vecinos se unen a la fiesta, pues se han quedado sin trago.

Así transcurren las horas, en fraternal camaradería. Todos festejando el solo hecho de haber nacido en México. El dolor de cabeza vendrá después, pero mientras tanto, todos elevan sus copas como gesto de agradecimiento; incluso quienes no son de aquí, porque como diría Chavela Vargas, “¡los mexicanos nacemos donde nos da la rechingada gana!”.