de

del

Marisol Domínguez
Foto: Google Maps
La Jornada Maya

Martes 31 de enero, 2017


El día que no conocí a Rafael Lozano Hemmer fue casi el último del 2016; ese fue un año de callar casi todo lo que quería decir, lo que evidentemente hervía en mis arterias. Acumulé listas de ejemplos de cómo pudiendo hablar, no lo hice; para analizarlas y de paso atormentarme, con suposición de cómo hubiera sucedido mi intervención: ¿impertinente, precisa, sabia, graciosa o simpatiquísima? Sospechaba que mi timidez podría ser clínica; el día que no conocí a Rafael Lozano Hemmer lo confirmé.

El penúltimo día de diciembre lo vi dentro del MAC de Montreal, haciendo cola para comprar los boletos. Detrás de él, habíamos cinco. Mientras terminaban la recolección de credenciales del Insen para el descuento y buscaban monedas que tienen un alce para completar el pago, yo quedé en la parte de atrás del moloch, porque llevaba una credencial mágica que me permitía la entrada gratuita. De pronto, un señor alto, que se iría haciendo más y más alto, con un abrigo negro largo se volteó y nos extendió amablemente two tickets for the exhibition. Pensé: “yo a éste lo conozco”, pero como no saludó me quedó claro que no lo conocía personalmente y que era una cortesía. Entre la repartición de boletos y la guardada de abrigos, me cayó el veinte: ¡Rafael Lozano Hemmer nos dio dos entradas para la bienal de Montreal!, misma que pasará a la historia como la peor muestra de arte contemporáneo visitada en familia. Me invadió una alegría cortocircuitada por nerviosismo. No había leído su nombre en ningún folleto del museo, o sea que seguramente sólo estaba visitando la muestra con su gente, como yo.

Me había empeñado en ir a ver lo de la bienal, aún teniendo solo dos días para deambular en una ciudad desconocida como Montreal. Supongo que la nieve me obnubiló y los míos me complacieron. Los convencí de que leyeran el texto curatorial de inicio como una guía, para evitar tener que hacerla de guía myself y dar explicaciones que no tengo. Ya desde el inicio del recorrido me quedó claro que lo más interesante de esas salas era RLH* y la conversación que tendríamos, una vez que se me quitara la pena.

Entre estructuras, bancas con letreros de no se siente porque esto es una obra, muchos videos en teles, llantas con rezos, y no me acuerdo qué más, pensé en lo que podría decirle cuando me lo topara por las salas. No es Mijares, no podía acercarme como una loca a decirle que soy su admiradora, ni “cualquiera de tus piezas es mucho más interesante que todo lo que estoy viendo aquí”; “cada semestre mi sesión favorita es cuando hago una actividad que diseñé con pulse room, under scan, synaptic cahuamas y una entrevista tuya de arte conexión”; “mis alumnos siempre se refieren a ti como Rafael, como si no pudieran pronunciar tu apellido”; “¿me podrías explicar esta muestra?”; o “mi familia está aburridísima, ¿será que te pueda tomar una foto, para al menos hablarles del fascinante trabajo que hace el artista de la foto en mi celular?”; “Muchas gracias por las entradas, me encanta tu trabajo…” me suena como algo pertinente para el approach, pero era 2016 y yo estaba en la cúspide de la timidez clínica.

Veía pura pieza en las que no paraba, mini textos que leía y no terminaba de leer por tedio. Ya no veía al señor alto del abrigo largo por ningún lado. La muestra estaba llena de un contemporáneo muy descontextualizado. Me interesa lo contemporáneo que se involucra, que involucra. Pensé que ahí parada en el MAC sentía lo mismo que cuando veo un programa chafa completito o cuando dejo puesta una estación de radio y todo el camino para oir pura tontería, como si no lo pudiera apagar. Pensé ¿cómo pude pasar esta hora de mi vida así?

En eso lo vi pasar con su tropa hacia los [i]washrooms[/i], se movían rapidito, como se mueven esas familias con niños dando la impresión seguir un horario de actividades muy preciso. Lo vi esperar, lo vi pedir de vuelta los abrigos, lo vi desaparecer entre la nieve. Y me quedé paralizada pensando en el sinsentido de las piezas y las posibles maneras de [i]approach him[/i] sin hacerle sentir que era Mijares. Cabizbaja, corroboré mi autodiagnóstico: timidez clínica.

Cuando me reencontré con mi gente en el café de arriba, carilargos por supuesto, con la intención de animarlos y que esta experiencia tan contemporánea no amainara su buena disposición para visitar espacios de arte contemporáneo en futuros viajes familiares, les dije con toda la emoción que pude: “¿A que no saben quién es el que nos regaló los dos boletos?” -“¿Quién?” -“¡Rafael Lozano Hemmer! ¡Ídolo de todos los tiempos! -“¿Quién?”

*Rafael Lozano Hemmer es uno de mis artistas favoritos vivos. Mi papá dijo que siempre es grato que te reconozcan y que nunca cae mal un piropo. Por eso escribí esto.


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