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del

Pepe Elorza
La Jornada Maya

9 de diciembre, 2015

[i]Había una vez un poderoso chamán que podía transformarse en animal, una creatura que sólo existe por los recuerdos del otro[/i]

Keng es un soldado de la patrulla forestal del ejército tailandés que combate la caza furtiva. En sus andanzas llega a una aldea donde vive Tong, un muchacho por quien se siente atraído; a su manera lo corteja y viven un [i]affaire[/i] campirano lleno de ternura y sensualidad, lo que se percibe cuando uno y otro toman sus manos y las besan o como cuando Tong sube al escenario de un bar marginal y canta para Keng. Sin embargo, el romance parece llegar a su fin cuando la patrulla es advertida de un tigre que está matando al ganado.

Keng se interna solo en la selva donde detecta un ambiente extraño; encuentra el cadáver desgarrado de una vaca; más allá, las huellas de un animal y luego arañazos en el tronco de un árbol. Atemorizado trata de informar a su base pero no hay respuesta; se hace de noche. Ruidos y siluetas inquietan al soldado, un mono se aproxima y chillando parece comunicarle que el tigre se lo quiere comer. Puede olerlo más allá de las montañas; carga su rifle, se pone el pasamontañas y, recargado en la raíz saliente de un árbol, trata de conciliar el sueño.

Al día siguiente camina de nuevo en la jungla, dispuesto a enfrentar lo que venga. A lo lejos algo cruza, Keng dispara sin fortuna, tiene mucho calor y hambre, se quita la ropa y los zapatos, escarba una poza a la orilla del rio y salta un pez al que atrapa con destreza; luego, come. Finalmente se recarga en la raíz saliente de un árbol (la misma quizá) y cierra los ojos, pero siente en su rostro una respiración; frente a él, observándolo, está Tong, desnudo y sucio como animal. Keng salta sobre él pero este se escurre, luchan denodadamente; Tong, que parece quejarse gruñendo, lo golpea en la cabeza, lo vence y lo arrastra tirándolo a una barranca.

Muy lastimado, Keng camina jadeando en tanto anochece de nuevo entre luciérnagas y los chillidos angustiados del mono. El soldado se topa de nuevo con la vaca muerta, pero ahora ve como el espíritu del animal se desprende del cuerpo y se va.

Su fatal sino tiene una ruta, ya no camina erecto, va en cuatro patas gruñendo y sacudiéndose; de pronto levanta la vista y ve al tigre de bengala.

Se despierta en él una memoria ancestral: “Ahora me veo al fin, madre, padre, tristeza, fue todo tan real que me dieron la vida. Una vez que haya dibujado tu alma no seré ni animal ni humano”.

El tigre replica: “deja de respirar te he echado de menos, soldado”

Keng rubrica: “Monstruo, te entrego mi alma, mi carne, mis recuerdos, cada gota de mi sangre canta de felicidad, ¿la oyes?”


Apichatpong Weerasethakul, director Thailandés, obtuvo la Palma de Oro 2010 del Festival de Cannes.

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