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Mario Barghomz
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Lunes 22 de agosto, 2016

No siempre lo que debe hacerse
está en lo que deseamos hacer.

Regularmente el ser humano, para bien o para mal, vive haciendo lo que quiere, lo que a veces menos trabajo le cuesta y más desea, aunque los deseos no son siempre convenientes. Un buen razonamiento nos advierte del cuidado que debemos tener con lo que deseamos, desde aquello que parece intrascendente como comer una rebanada más de pastel, dormir hasta muy tarde o pasar el día frente a la televisión, como arriesgar el patrimonio, la salud y la vida salvando a las ballenas.

Todo ser humano, desde pequeño, está lleno de deseos; muchos de ellos realizables como terminar una carrera o hacer un gran viaje, pero otros, que están más en la imaginación que en la realidad de la vida; son simples sueños y quimeras.

A veces también el deseo es una mera esperanza, algo que no depende de uno sino del azar y circunstancia de aquello que simplemente se espera en la fe o la creencia, en la ilusión o el sentimiento. El deseo en su esencia es natural e innato, a veces situado en la zona más oscura de nuestras emociones como asegura Sigmund Freud.

El deber, por el contrario, es aquello que en la filosofía de Kant se establece como un juicio de valor o de razón práctica; de aquello que debe hacerse aunque a veces no se desee como la constancia y la responsabilidad en el trabajo, el cuidado propio de la salud ante el mal hábito del alcohol, la comida, el juego o el cigarro, y el comportamiento moral del deber ser con uno mismo y con los otros.

Contrario a lo que simplemente se espera o se desea; todo deber es una posibilidad porque lo posible está siempre en lo apto, en la capacidad o potencialidad de un ser para realizar lo que quiere. En este sentido; deber y posibilidad se relacionan en la ocasión perfecta para que algo ocurra o suceda. Quiero decir (¡y soy tajante!); que el hombre se realiza más a la larga en sus deberes y menos en sus deseos. Es decir: más en lo que debe hacer y no en lo quiere hacer.

Desear por supuesto es más fácil, más simple y placentero. Los deseos mantienen una relación mutua con la naturaleza de nuestros sentidos: oír, mirar, sentir…; son nuestras emociones. El deber en cambio es juicio, razón y criterio.

“Hay razones del corazón que la razón no entiende” –anota en su filosofía Blas Pascal-; refiriéndose precisamente a esos impulsos y deseos del hombre donde no se piensa, donde la mente nada o poco tiene que hacer al verse anulada o superada por un comportamiento inicuo, inconsciente, muchas veces superficial y hedonista.

En la vida corriente las cosas no van bien cuando dejamos que las emociones nos gobiernen, cuando le dejamos a nuestros impulsos aquello que necesita más de un buen criterio que de simple instinto.

Sin duda debemos tener cuidado con lo que deseamos a veces, con aquello que nos hará más daño que bien en el uso y abuso del placer, la alegría pueril y el gusto por las emociones fáciles disfrazadas de satisfacción y bien.

El buen espíritu de un hombre bueno no está más en el vicio y el hábito de sus deseos, que en el buen juicio y la amplitud de su criterio ante su deber humano.

Mérida, Yucatán
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