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Raúl Ross Pineda
Foto tomada del Twitter @JoeHuffHannon
La Jornada Maya

JUeves 23 de diciembre, 2017

El discurso antimigrante y antimexicano de Trump ha logrado la coincidencia de todas las fuerzas políticas mexicanas en un discurso antiTrump, pro migrante y pro mexicano que, incluso, animó a la clase política a desempolvar la oxidada consigna de la unidad nacional.

El problema es que, con excepción de quienes vivieron la expropiación petrolera de 1938, los mexicanos no sabemos con qué se come la unidad nacional.

La única experiencia conocida es con una clase política que disfruta más de la escaramuza del día que contribuir a causa alguna. Claro, cada fuerza política puede argüir razones de sobra para justificar su antagonismo hacia las demás, pero eso se sobreentiende; lo que faltaría saber es si, a pesar de esas razones, estarían dispuestos a actuar en unidad con sus adversarios en la defensa de algún interés nacional superior al de sus agendas particulares.

Para que esta pregunta sea justa se debe dejar de plantear el asunto de la unidad nacional en abstracto, para identificar con mayor precisión cuál es ese interés lastimado o amenazado que justificaría la unidad. A partir de ahí, las fuerzas políticas y sociales podrían hacer mejor sus cuentas para decidir si le entran o no. El segundo problema es que todavía no existe ni siquiera el espacio de negociación en que se pueda consensuar esta definición básica.

Una vez que existiera esa definición, todavía quedaría lo más doloroso para los partidos y otras fuerzas sociales: pactar compromisos con sus respectivos adversarios. Éste sería un tercer problema porque implicaría, además de compartir los términos del interés nacional consensuado, el establecimiento de zonas libres de guerra fratricida; treguas parciales, así fueran temporales, y otros acuerdos que serían un atentado contra las mejores tradiciones de la política mexicana.

Conociendo los posicionamientos de varias fuerzas políticas, queda claro que esta unidad no ocurrirá en torno a la figura presidencial, pero ésta no puede ser excluida, toda vez que, constitucionalmente, es el interlocutor oficial con cualquier gobierno extranjero.

¿No sería bueno también que el Presidente ofreciera su disposición a consensuar el nombramiento de un canciller menos controvertido?, por ejemplo, el subsecretario para América del Norte, Carlos Sada Solana (a quien nadie cuestionó su nombramiento como embajador ante Estados Unidos hace apenas unos meses) y, ¿por qué no?, de una vez consensuar también el nombramiento de un migrante capaz para dirigir el Instituto de los Mexicanos en el Exterior?

Pero basta de hacerse ilusiones. La realidad es que, ya encaminados hacia la elección presidencial de 2018, es muy posible que todo esto le valga un cacahuate a nuestra clase política. Si la unidad nacional se puso de moda en el discurso político actual es porque la ocasión se presta y porque resuena bonito en cualquier conferencia de prensa.

Algo semejante se puede oler en la marea de declaraciones promigrantes y antiTrump. Pero mientras los reflectores de los medios de difusión sigan alumbrando la patanería antimexicana de Donald, ésta seguirá siendo una forma fácil de ganar publicidad gratuita sin tener que hacer más que declaraciones, con lo que se hace más difícil distinguir la preocupación sincera de la demagogia.

Los mexicanos en Estados Unidos han venido siendo deportados desde hace mucho tiempo, aunque nunca en la cantidad alcanzada por el gobierno de Barack Obama, y en México nunca antes se había hecho un ruido tan escandaloso como el de ahora. El muro en la frontera mexico-estadunidense se empezó a construir en el gobierno de William Clinton, y tampoco hubo tanta alharaca. ¿De dónde está saliendo toda esa energía que antes no existió?

¿Será que con los años nos hemos vuelto más patriotas y sensibles a los problemas de los mexicanos en EU? Probablemente; mientras, uno está aquí nada más, de prejuicioso, poniendo en duda el patriotismo de líderes que simplemente no han encontrado el momento ni el lugar propicios para buscar acuerdos, ni al convocante que no quiera acarrear agua a su molino.

Por eso, propongo que el ex presidente del Instituto Federal Electoral, José Woldenberg (a quien no consulté previamente), convoque para el próximo 18 de marzo, por ejemplo en el Castillo de Chapultepec, a los personajes que juzgue apropiados, para iniciar una conversación sobre en qué consiste hoy el interés nacional de México ante Estados Unidos y bajo qué forma se podría hacer viable un eventual pacto de unidad nacional.

[i]Chicago, Estados Unidos[/i]
[b][email protected][/b]


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