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Pedro Bracamonte y Sosa
Foto: Fernando Eloy
La Jornada Maya

Jueves 20 de abril, 2017


En México existen partidos políticos y elecciones según un calendario, y existe mucho más, como leyes electorales e instituciones nacionales y locales que rigen ese estilo de democracia concentrada en los partidos y, ahora, en candidaturas independientes limitadas. México se ha llenado de leyes, reglamentos, acotaciones, reformas y más, que parecieran consolidar el ideal liberal de un ciudadano un voto, que es el más sencillo, pero determinante, de los conceptos de una sociedad democrática en lo político. Sin embargo, el sainete que montan partidos políticos e instituciones y funcionarios electorales desde hace años es de un dramático NO a ese concepto primordial. Las esperanzas de las subsecuentes reformas políticas desde 1977 han terminado en un rotundo desengaño.

Uno de los problemas más graves que llevaron a que la política resultara una tragicomedia de poca monta es, a mi juicio, el dinero. Sólo hay que seguirle la pista para encontrar a los culpables de la des-democracia mexicana. En los partidos, los bandos o tribus, los individuos se despedazan siendo correligionarios de supuestos ideales comunes, todo para arañar los flujos del financiamiento público y privado. Desde que se es precandidato a una pequeña alcaldía se reportan recursos, aunque de antemano se sepa que se va a perder en la contienda interna de partidos grandes o pequeños. Es una escala de precios. Los precandidatos a gobernadores, cámaras y Presidencia de la República aspiran a mucho más dinero para manejar, incluso sabiendo también que no tienen opciones. Se puede decir que México ha creado la innovadora clase de precandidatos perdedores profesionales, que obtienen dinero sin mayor compromiso que justo el de perder. El dinero del erario público que fluye a todos los partidos es de escándalo, y el que llena los bolsillos de la burocracia electoral no se queda atrás. Es verdad que en los periodos de campañas electorales la pelea por el dinero se exacerba, pero en realidad es el pan nuestro de cada día. El dinero ha corrompido la naciente democracia mexicana. Quieren llenarse de ganancias comentaristas, medios de comunicación, diseñadores de imagen, candidatos, funcionarios partidarios, empresas de consultoría, compradores del voto de los pobres y un sinnúmero de personajes. Las ganancias de los políticos –aclaro aquí que sí conozco a muchos de limpia trayectoria- están asociadas a una especie de ley económica: para la actividad partidaria se necesita mucho dinero, pero mientras más pobre sea la población menos habrá que invertir y, por tanto, la renta será mayor.

No debemos olvidar el financiamiento privado, el del empresariado. Conocí a uno que se jactaba de haber quedado seguro en unas elecciones, pues había repartido dinero al PRI, al PRD y al PAN, asegurándose, por ese medio, de no quedar fuera de las licitaciones de la construcción de obra pública, ganara el que ganara. Lo más relevante es que está en la cultura dar ese tipo de financiamiento discrecional, sobre todo cuando es subrepticio. Y eso que la democracia mexicana es ya un conjunto abigarrado de nudos enredados, de candados y llaves que se crean y se cambian para evitar todo, menos el poder del dinero. La competencia queda, en lugar de ideas y proyectos, al nivel de un casino de máquinas tragamonedas, pero tramposas.

Digo lo que todo mundo sabe: La democracia de estilo mexicano es, para unos y otros, sólo y nada más un formidable negocio. En realidad es una actividad social muy sencilla. Para llegar a ese punto de un ciudadano un voto basta trocar la competencia de ambiciones por la de ideales. Y digo que la democracia ciudadana no requiere de financiamiento externo, ni público ni privado, ni legal ni ilegal. La democracia no necesita del circo de tres pistas, de las arregladitas del rostro, ni de los discursos preparados por otros –pues el candidato de fachada resulta un ignaro-, ni de los consultores de imagen, ni de nada que signifique ganar dinero. Por el contrario, la democracia debe despojarse de ese círculo que lleva a la corrupción política. Por democracia entiendo la confrontación civilizada de ideales sobre las formas de mejorar al país, de distribuir la riqueza, de un servicio público eficiente, fuerte y responsable, de la honestidad en el gasto y en los ingresos de los gobernantes. Los partidos de verdad obtienen el financiamiento de sus ideales, de los ciudadanos convencidos de éstos y de la contribución voluntaria de sus miembros. No se requiere de más.


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