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Tabacón B. Linus
Foto: Fabrizio León Diez
La Jornada Maya

Martes 02 de mayo, 2017


Nunca antes la humanidad había vivido tan bien. Nunca antes habíamos tenido acceso al bienestar y a los niveles de consumo de los que hoy gozamos. Sin embargo, nunca antes la desigualdad había sido tan grande y tan evidente.

La brecha entre el uno por ciento de privilegiados y el resto de nosotros nunca había sido tan abismal; por eso nuestro bienestar -así sea el mayor de la historia- sabe a nada. Esto ocurre porque nunca antes nos habíamos enterado -de forma tan detallada y exhibicionista- de la vida de los otros.

Los de mi generación, cuando éramos niños, comparábamos nuestra fiesta de cumpleaños con los amigos de la cuadra, de la escuela o algún familiar, y ya. En ese mundo, el pastel en la casa, unos cuantos regalos, raramente un mago o un payaso y algunos juegos de pelota y gis en el jardín, nos parecían suficientes.

Hoy, en cambio, se organizan fiestas con pastel decorado acorde con la película de moda, entretenimiento profesional, en salones de fiestas -modestos o lujosos-, con cosas que hace 20 años hubieran sido consideradas un exceso obsceno, y aun así esas fiestas -en todos los estratos sociales, y cada quien según su presupuesto- no dejan satisfecho a nadie.

Gracias al Facebook, las redes sociales y demás, nos enteramos de las fiestas de otros, conocemos las fiestas ajenas, los excesos ajenos y lo nuestro -a pesar de ser abundante comparado con lo que tenía la generación anterior- nos parece miserable. Tenemos más que lo que tenían antes, pero nos sabe a menos.

Sabemos, como nunca antes, cómo viven los ricos, los famosos, los ultra-populares, los poderosos, los increíblemente bien parecidos: sus autos, sus yates, sus depas, sus parejas, sus aventuras, sus ropas y, lógico, lo nuestro, aunque tengamos más que nuestros padres, nos sabe a polvo.

No nos hiere el tener más o el tener menos, lo que hiere es la comparación. Los seres humanos somos seres comparados. No podemos dejar de medirnos contra otros, por eso hemos sufrido una inflación (sí, inflación como el precio de las cosas) en nuestras expectativas.

Lo mismo ocurre en lo sexual. Hace unas décadas, cuando uno fue joven y pasó por la etapa de la exploración y la aventura, el conquistar al compañero o compañera cercana nos parecía lo máximo, tenía un significado simbólico increíblemente satisfactorio. Uno exploraba, descubría, probaba nuevos límites y multitudes con el círculo cercano, y si las cosas salían bien, uno se sentía afortunado. Tinder en el mundo occidental o Tantan en el sudeste asiático vinieron a cambiar eso, llegaron a crear una nueva inflación, la inflación sexual.

De pronto uno puede ver todo lo que está en oferta en el mercado de las parejas -de todo tipo, color y números-, y, obvio, uno descubre lo que nunca harás o para lo que nunca te “va a alcanzar” en lo físico, lo intelectual, lo económico o el simple “ligue”.

Los nuevos jóvenes podrán estar más en forma que nuestros padres, tener vidas más interesantes, saber más de la vida, y quizá nuestra pareja es “mejor” que las de la previa generación, pero las nuevas conquistas de esta generación - las conquistas de los tinderelos y las tinderelas- les saben a menos.

Saben a menos, porque los tinderelos no pueden dejar de compararse con parejas fuera de su liga. Ése es el reporte de asociaciones psiquiátricas en varias partes del mundo. Tinder y Tantan crean una diversidad falsamente accesible, una que genera acceso a mayores experiencias, pero esas experiencias saben a menos, dejan insatisfacción perpetua.

Ocurre lo mismo que con las fiestas de cumpleaños de los nuevos niños, los autos o las casas de las nuevas generaciones; tenemos acceso a más, pero lo comparamos de forma automática -y voyerista- con otros mundos y privilegios, y sabe a menos o a nada. La desigualdad brutal del mundo se extiende a todas las esferas.

Sin embargo, gracias a las fuerzas del mercado, esa bendita mano invisible, se vislumbran nuevas fronteras, soluciones y problemas. Nótese la ironía. A finales de este año, Harmony, el robot femenino de uso sexual estará disponible, y la versión masculina ya está en camino. Harmony es la evolución de los muñecos hiperrealistas de uso sexual recreativo que ya existen y han sido muy exitosos. El nuevo juguete, tendrá un costo cercano a los 15 mil dólares, más o menos lo que cuesta un Mazda 3 o un Jetta, y ofrece posibilidades recreativas absolutamente inimaginables para su mercado objetivo. Si se trata de vivir en un mundo de comparaciones e inflación de expectativas, de una diversidad en lo recreativo que sea fácil, disponible en cualquier momento y para cualquier capricho, podremos empezar a crear nuevas experiencias íntimas desde la comodidad del sofá y sobre pedido.

Pareciera que las nuevas generaciones podrán explorar más que nosotros en las previas, pero esa diversidad de fácil acceso -lo mismo en lo que toca a un pastel, que en la vida sexual- facilita y facilitará las comparaciones todo el tiempo y con todos, y con ello llegará la eterna insatisfacción.

La inflación se ha extendido del papel moneda y la economía, a nuestras expectativas sociales y personales más privadas, siempre insaciables, siempre comparadas, siempre viendo la insufrible fiesta ajena.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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