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José Juan Cervera
La Jornada Maya

Miércoles 28 de junio, 2017


Pese a las atribuciones románticas que deforman su cometido social, y al menosprecio con que caracteres mezquinos la conciben, la cultura popular sigue nutriendo conciencias a la vez que despeja caminos para un mejor entendimiento de los procesos vitales. Sus lazos dinámicos que remiten a la tradición de los pueblos persisten como formas de resistencia creativa que muchas veces pasan inadvertidas, y repercuten en campos distanciados de los distractores anodinos que ocultan el rostro generoso de la humanidad.

El escritor guanajuatense Rubén M. Campos (1876-1945), quien incursionó venturosamente en la poesía, la narrativa y la crónica, publicó en 1928 [i]El folklore y la música mexicana[/i], y en 1929 [i]El folklore literario de México[/i], libros que reúnen valiosas observaciones y referencias alusivas a prácticas, dichos y sucesos que describen la creatividad popular de los mexicanos y su expresión en la vida cotidiana durante varias etapas de su historia.

En 1946, casi al final del primer periodo de Jaime Torres Bodet como titular de la Secretaría de Educación Pública, este organismo gubernamental editó un conjunto de extractos de aquellas dos obras de Campos, selección que efectuó Alfredo Ramos Espinosa, por entonces presidente interino de la Sociedad Folklórica de México. El citado impreso apareció con el número 126 de la Biblioteca Enciclopédica Popular, colección que semanalmente ponía al alcance de sus lectores, en modestos volúmenes, textos literarios y científicos que incluyeron antologías, manuales, ensayos, monografías y trozos selectos de autores clásicos y modernos. Dotado de una visión integral, de alcances universales, Torres Bodet enalteció, con iniciativas como ésta, su misión de funcionario público en plena armonía con su condición de hombre de letras.

Si bien algunos estudiosos de los procesos sociales le reprochan a Campos haber depurado el estilo de los materiales literarios de origen popular que recopiló, tal como él mismo sugiere en la nota preliminar de su libro de 1929, nadie pone en duda la importancia de acopiar tan diversas muestras de la inventiva anónima y de la creación individual que dignifican el espíritu nacional contribuyendo así a desarrollar nuevas formas de concebir el ser mexicano.

Las fuentes de información que sustentan estas obras son diversas: unas son de carácter documental, como los relatos de los cronistas del siglo XVI a los que recurre para fundamentar los antecedentes de su investigación, en tanto que otras provienen de la tradición oral captada en el terreno mismo de los hechos, e incluso obtenida de la propia voz de sus protagonistas, como sucede con las anécdotas que le confiaron muchos amigos y colegas suyos.

La sección anecdótica del libro, que el autor elabora para mostrar el ingenio distintivo de los mexicanos es verdaderamente deleitosa; en ella expone la agilidad mental y la agudeza de varios artistas, académicos y próceres. Algunos de los ejemplos que la componen son muy conocidos, como el episodio en que el general Pedro María Anaya pronunció su célebre respuesta al general Twiggs, en agosto de 1847, durante la guerra de invasión de Estados Unidos a México, cuando el extranjero le pidió entregar las municiones en la toma del convento de Churubusco (“Si hubiera parque no estaría usted aquí”). Otras anécdotas conciernen a personajes como Ignacio Ramírez, Guillermo Prieto, Manuel Payno, Ignacio Manuel Altamirano y Juan A. Mateos. También figuraron amigos del autor, como Ernesto Elorduy, Manuel José Othón y Jesús E. Valenzuela.

Otros pasajes que Ramos Espinosa seleccionó de los libros del escritor guanajuatense atañen a las leyendas coloniales de fantasmas y aparecidos, las normas de urbanidad, los juegos infantiles de antaño, las librerías de viejo y los evangelistas, aquellos hombres que en espacios públicos ofrecían sus servicios para suplir las carencias expresivas de la población analfabeta.

El repertorio que Campos recupera en sus páginas se compone de adivinanzas, crónicas, corridos y coplas que hacen aflorar la pintoresca lírica popular, como aquella que en sus versos parece evocar el estro dolido y a la vez gozoso de Omar Khayyam, aunque sin el refinamiento del poeta persa: “Si me muero, de mi barro/hágase comadre un jarro;/si tiene sed, en él beba;/si a la boca se le pega,/son los besos de su charro.” O bien, la que como una estampa campestre canta a los amores furtivos: “Como que te chiflo y sales,/como que te hago una seña,/como que te vas por leña/y te vas por los nopales”.

Benditos los libros que guardan para la posteridad el encanto de las almas sencillas y los gráciles ecos con que lucen sus cadencias.

Rubén M. Campos, [i]El folklore literario y musical de México[/i]. México, Secretaría de Educación Pública, 1946, Biblioteca Enciclopédica Popular núm. 126, 94 pp.

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