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José Juan Cervera
Foto tomada de la web
La Jornada Maya

Martes 11 de julio, 2017


[i]A la memoria de Efrén Rebolledo, nacido el 8 de julio de 1877, a 140 años de ese acontecimiento[/i]


Cuando se observa la tradición artística de una nación, el prestigio de un autor puede acentuar su brillo o atenuarlo si los críticos que se han ocupado de su obra animan realmente a conocerla, o bien sus juicios se instalan en la inercia de los asertos no cotejados con la lectura directa de su objeto de interés. Algunas veces, el propio renombre de los estudiosos y analistas llega a imponer ciertas pautas interpretativas que pesan más que la apreciación espontánea de los lectores. Así, el contenido de un texto puede pasar por muchos filtros que orientan a la vez que inhiben otras formas de calificar sus méritos o sus debilidades, de reconocer matices nuevos en ellos o simplemente conformarse con la repetición de tópicos consabidos.

Al rememorar la obra del hidalguense Efrén Rebolledo (1877-1929), no puede dejarse de lado la labor crítica de especialistas que abren cauce a la reflexión en torno a su universo estético, y puede considerarse un hecho afortunado que sean muchos los que han puesto sus ojos en él. Son también dignas de agradecerse las colecciones de sus escritos, tanto la de Luis Mario Schneider como la de Benjamín Rocha, que facilitan el discernimiento de su talante y de su significación en nuestros días. La segunda mencionada recoge en un apéndice los estudios y notas críticas que se han propuesto explicar el quehacer literario del escritor modernista.

Entre las opiniones vertidas sobre Rebolledo, hay algunas que se expresan tajantes, como la de Xavier Villaurrutia cuando afirma: “No creo que Efrén Rebolledo sea un gran poeta. No es, desde luego, un poeta de gran magnitud, aunque sí un poeta muy distinguido.” Y aunque después matiza este juicio al destacar el componente erótico que transmite a una porción significativa de sus versos una intensidad que los convierte en los mejores del conjunto de todos ellos, persiste la duda acerca de los valores definitivos que permitirían evaluar la calidad intrínseca y la excelencia de alguien que, tras su desaparición física, sólo puede presentarse ante las nuevas generaciones con una producción en la que acaso puedan hallarse composiciones prescindibles, pero que poco importan junto a las que se apartan de ellas, si éstas no han perdido la vibración especial que las hace perdurables.

Por su parte, Carlos Montemayor, al referirse al mismo autor, sugiere examinar cuidadosamente las líneas evolutivas de una obra poética para determinar en ellas sus momentos de ruptura y sus fases de maduración, sin conformarse con enfoques parciales para atribuir minusvalías a un desempeño que requirió de toda una vida para mostrar la totalidad de sus frutos, fuera de la gélida rigidez de un encuadre estático que limita la perspectiva de una creación viva, que no cesa de palpitar una vez que se cierran las páginas de los poemarios que la contienen. Por ello, Montemayor señala: “Conduciéndonos de tal manera en la lectura y en el análisis de la poesía erótica de Rebolledo, especialmente los sonetos de Caro victrix, nos encontramos al final del camino no con un poeta segundón, sino con uno de nuestros clásicos”.

Tanto se ha insistido en el afán parnasiano de la técnica compositiva del poeta hidalguense, como lo evidencian las palabras de Nervo, Tablada, González Martínez, Urbina y quienes los han seguido, que se vuelve ociosa una repetición más. Sin embargo, cabe señalar que este prolijo pulimento no empaña los vuelos líricos de Rebolledo, que lo instalan en las regiones cálidas del alma en perpetua lozanía.

Tampoco debe perderse de vista la obra en prosa del autor de [i]Cuarzos[/i], especialmente sus novelas, a las que algunos de sus comentaristas han atribuido un rango secundario en atención a su poesía, sin abundar en las cualidades que comparten con ella, como la intensidad erótica de la que en más de una ocasión se desprenden resonancias místicas. Desde cierto punto de vista, parece más acertada la apreciación de Benjamín Rocha al considerar que El enemigo y Salamandra son sus mejores novelas, en contraste con la opinión de Allen W. Phillips que otorga esa calidad superior a la Saga de Sigrida la blonda, por encontrar en ella una más completa emoción y un mayor desarrollo narrativo que en las ya mencionadas. No obstante, la afectan varios enunciados manidos, carentes del lustre distintivo de las otras.
Siga atrayendo Rebolledo el homenaje de indoblegables aspirantes del ideal, deslumbrados prosélitos y buscadores de gemas cuyo trayecto no sorprendan las brumas.

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