La silla, el mueble más personal

Óscar Muñoz
Imagen cortesía de la autora
La Jornada Maya

Miércoles 2 de agosto, 2017

Generalmente, la investigación histórica ha logrado obtener datos interesantes de los muebles de la época antigua hasta la actualidad. Los descubrimientos han dado cuenta de los diversos diseños, que reflejan el estilo característico de cada época y la cultura particular de cada región en el mundo. Por ejemplo, las sillas egipcias fueron hechas de madera y presentaban una forma cúbica y lisa, o las sillas griegas, que tenías sus patas con formas rectangulares y torneadas, mucho más ligeras que las egipcias.

En la evolución de las sillas destaca el uso personal más que utilitario. En cada una, independientemente de la época, la cultura o la clase social, se produce una fusión entre el objeto y el sujeto. Cada persona encuentra la silla que mejor le acomoda y esta circunstancia le permite apropiarse de ella como si fuera parte de sí. Es posible que alguien que se siente en alguna silla que no sea la “suya” enseguida trataría de buscar la que “le pertenece”, con la que se ha acostumbrado más o con la que le ha acomodado mejor.

En este proceso simbiótico, en el que el sujeto absorbe el objeto o viceversa, las personas que se sientan en su silla se sienten completadas, como si el mueble fuera una extensión de su persona o como si éste resultara un complemento vital. Muchas veces las personas no pueden conciliar el sueño si no se acuestan en su cama propia, aquella en la que se han acomodado con el tiempo. Lo mismo llega a suceder con la silla: si alguien no encuentra ajuste con ella, difícilmente se sentaría. Incluso podría rechazar sentarse.

Esta extraña simbiosis del mobiliario con las personas ha sido expresada en el trabajo creativo de Elena Martínez Bolio, quien ha realizado una serie de apuntes acerca de las sillas que más le han impresionado en su vida. La colección incluye aquellas que fueron parte de la familia de Elena y otras que no le impresionaron menos que las primeras. Lo relevante de las sillas de esta serie está en la personalidad de cada una de ellas, las cuales han asimilado la forma y hasta la actitud de las personas que las utilizaban.

Muchas de las personas que se sentaban en estas sillas ya no viven. Lo importante es que ellas han terminado por reflejar a sus dueños, las personas que fueron asimiladas a través de las grietas de la madera o el mimbre de este mueble. Estas características nuevas son precisamente las que destaca Elena en sus creaciones, como aquella que cruza la pata (una de las cuatro que tiene), tal como lo hacía una tía cuando se sentaba y cruzaba la pierna.

Las sillas de la serie han sido pintadas con tintes orgánicos y bordados los detalles particulares de cada una para destacar lo que consiguieron absorber de las personas que las usaban. Por ejemplo, la titulada Canas presenta, en la parte superior del respaldo, canas bordadas en blanco, o aquella que se llama Mi viejito presenta el asiento tejido ya deshilachado. De pronto, la llamada Anciano presenta un detalle característico de los abuelos: un bastón bordado que sustituye una de las patas del mueble.

Todas las sillas de la serie fueron creadas en formato pequeño, como si se tratara de un álbum de fotos familiares, en el que todas son importantes sin distinción. Si el espectador hubiera conocido a las personas que las usaron, no tendría dudas para reconocer al dueño particular de cada una de éstas; no importa mucho que el espectador las haya conocido. Lo que sí es seguro es que podrá imaginar al dueño de cada mueble sin chistar. Lamentablemente, las sillas de Elena aún no son exhibidas. Sólo podrían ser contempladas en la galería que tiene en su casa. Y si alguien se anima a visitar la exposición, que lleve su silla porque le llevará tiempo abstraerse de la simbiosis que sufrirá con estas imágenes.