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Felipe Escalante Ceballos
Foto: ACOM
La Jornada Maya

Jueves 3 de enero, 2019

¡Cultiveishon néver!, solía exclamar jovialmente el abogado Julio Mejía Salazar cuando alguien, impresionado por las cualidades profesionales del jurista, pronunciaba encendidos elogios hacia su persona.

Don Julio, hombre modesto como pocos, rehuía la adulación. Cierta vez los representantes de una agrupación de licenciados en derecho fueron a pedirle a Mejía Salazar su anuencia para otorgarle un reconocimiento por su larga y brillante trayectoria como litigante.

El abogado Mejía rehusó ese honor aduciendo carecer de merecimientos para ello, que no tenía obra escrita y recibir un premio por llegar a viejo (palabras textuales) no le interesaba.

Sin duda, el afamado postulante era persona sencilla y humilde, lejos de la vanagloria y la petulancia que caracterizan a muchas personas sin la sapiencia del connotado jurisconsulto.

En alguna ocasión, mientras disfrutábamos de una sabrosa charla en céntrica cantina meridana, el licenciado Mejía me aconsejó:

“Pilo, en la vida no hay que pretender honores ni alabanzas. Los halagos muchas veces son para gente que no los merece. Tú y yo somos seres humanos, iguales a nuestros semejantes, con virtudes y defectos. No tenemos por qué ser engreídos ni vanidosos por nuestros éxitos profesionales, ni por ningún otro motivo”.

Un ejemplo de la llaneza de don Julio -que presencié personalmente- ocurrió cuando el hombre se hizo cargo de un asunto penal tramitado en el Tribunal Unitario de Circuito de esta ciudad.

En ese entonces el tribunal estaba a cargo del ilustrado jurisconsulto campechano don Perfecto Baranda Berrón, quien resolvió el caso en forma favorable al patrocinado por el abogado Mejía.

Al comentar elogiosamente el licenciado Baranda el trabajo desempeñado por don Julio, éste lo atajó diciendo: Don Perfecto, ¡toqué la flauta!

¡Vaya con el licenciado Mejía! ¡Compararse con el burro de la fábula del español Tomás de Iriarte que, sin saber nada de música, tocó la flauta por casualidad! Eso fue para mí una inolvidable enseñanza.

La modestia es una cualidad que debe acompañar siempre a los abogados, ya sean litigantes o servidores públicos.

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