Todo es cuestión de casta

Jhonny Brea
Foto: Archivo La Jornada Maya
La Jornada Maya

Viernes 5 de octubre, 2018

Parece que me persigue xula’ab. Logré librar el Mérida Restaurant Week y su oferta de pastas baratas y bolas de helado carísimas, pero ahora La Xtabay ya vislumbró dónde quiere que se gaste el dinero que el Plan Integral de Defensa de la Quincena me permitió mantener en la cartera, y todo por no saber cerrar la boca.

Verán, andaba limpiando la cocina, en especial esos rincones donde las cucarachas dejan su ooteca, así que como comprenderán, se requería concentración. Ya saben, las labores propias de mi sexo.

Pues en esas estaba cuando La Xtabay aulló “¡Es una vergüenza para Yucatán! ¡¿Cómo se atreven?! ¡La Revolución se hizo contra esos, y la cuarta transformación también!”

Obviamente, intrigado, decidí interrumpir mi tarea. Me quité los guantes, me lavé las manos y preparé dos whiskys: uno para ella, que le funciona como sedante; otro para mí, para poder escucharla y porque ya me lo merecía. Así que con mi aplomo de macho omega grasa en pecho, espalda peluda, nalga de espátula, abdomen de lavadora y bebedor de cerveza light, le ofrecí uno de los dos vasos (el que preparé con agua mineral, que así le gusta) y le pregunté por el motivo de su indignación.

-Ya viste que hay un restaurante llamado La Casta Divina. ¡Es horroroso! Parece que no saben nada de historia.

-Yo lo que te puedo decir es que a mi general Alvarado se le ocurrió ponerle así a unas 30 familias con ánimo de ofender, pero no contaba con que les encantó el nombrecito, y luego cuando los libaneses a los que les decían “los turcos” ya eran de dinero, surgió la casta beduina, y todos se ríen.

-¡Pero es un homenaje a la época de la esclavitud, a la tienda de raya, los calabozos, el derecho de pernada!

-Todo eso sigue existiendo, sólo que ya se volvió tan impersonal que nadie quiere admitir que trabajamos para los bancos. Si no lo crees, revisa el estado de cuenta de la tarjeta de crédito y cuánto se debe pero por el súper. El derecho de pernada, hay quien lo quiere ejercer en empresas y oficinas de gobierno, y las víctimas no son sólo mujeres.

-Seguro va a ser como ese otro que tiene como decoración a esas pobres mujeres torteando. Eso sí que no se puede tolerar.

-A ver, ahí ya son tus prejuicios. Esas mujeres que dices, son empleadas. En qué condiciones laborales estén ya es diferente, pero seguro que para el negocio es vital que estén ahí: todo yucateco de buen diente sabe que la comida estará buena cuando ve que se están haciendo tortillas de mano. Nuestro primer contacto visual para evaluar la calidad de un guiso es la cocinera. Déjame preguntarte algo: ¿le compraríamos panuchos y salbutes a doña Landy si pesara 40 kilos menos?

-¡¿Qué clase de pregunta es esa?!

-Porque lo primero que ven muchos antes de decidirse por la compra es el volumen que ocupa la que cocina, y hay quienes de antemano califican la calidad de los antojitos por el tamaño del arco del tríceps de la cocinera, el famoso brazo de panuchera. Si no la ven, no compran.

-Pero bueno, seguramente va a ser un lugar exclusivo, para “la casta divina”.

-Pues si llegas y te van a ofrecer sopa de lima, escabeche, tacos de relleno, sak k’óol de pavo o longaniza de Valladolid, simplemente se trata de uno de tantos otros restaurantes que esperan que vayamos nosotros los [i]huiros[/i], y para esos que el maestro Escalante, en su conferencia “La cátedra de Chichí Irma o el huiro como forma de existir”, dice que son huiros con dinero, que se educaron en las universidades más caras y tienen su BMW pero todos los domingos van a comprar cochinita para el desayuno, o se sirven un cogñac XO y chicolean su copa.

-Entonces ¿a me jan llevas cuando lo inauguren? Dale, a pongo mi hipil bueno.

-¿Y tus zapatos bordados y tu cinta colorada?

-Seguro que sí. Si la que falta que salga es la casta yucateca, ahí quiero estar.

Como podrán imaginar, lo único que sé es que mi cartera ya valió dos toros.

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