de

del

Margarito Molina
La Jornada Maya

Viernes 12 de octubre, 2018

“¿Qué novela mexicana reciente se tiene que leer?” ‘Pues además de [i]Noticias del Imperio[/i] de Fernando del Paso, se tienen que [i]soplar[/i] obligadamente [i]Charras[/i], de Hernán Lara Zavala. Es un buen escritor de por acá y el tema les toca cerquita’. Así respondía Ricardo Garibay a la pregunta que un compañero le hizo en aquel Diplomado para Escritores que recibimos en la Casa Internacional del Escritor de Bacalar.

Se equivocó parcialmente en el origen, pero no en la calidad y el tema. Hernán Lara Zavala es un escritor nacido en la Ciudad de México, descendiente de familia peninsular. A inicios de los 90’s escribió la novela testimonial [i]Charras[/i], que trata del asesinato del líder sindical yucateco Efraín Calderón y de los mecanismos, juegos de poder y personajes que participaron en aquel atentado que se fraguó en alguna oficina de la Ciudad Blanca o de la ciudad de México y que se materializó en los montes de Xhazil, Quintana Roo, allá en la mitad de los años 70’s. Así nos enteramos de aquel escritor de cuentos y de su primera novela. La obra [i]Península, Península[/i] es su segundo material de largo aliento.

En aquellos años de Bacalar la novela histórica ya había retomado gran impulso. Este género narrativo nacido en el romanticismo del siglo XIX, con autores como Walter Scott y Benito Pérez Galdós, abordaba originalmente el tema del hombre en la historia y se dejaban atrás la aventura, el juego y los aspectos intimistas. Aprendimos que la novela histórica había evolucionado en el siglo XX y que ahora se integraban nuevos tratamientos en el manejo de los tiempos, tejido de niveles de lenguaje, de narrador, ficcionalización de personajes y hasta técnicas del cine se habían tomado, como el flash back. ¿Quién puede negar que [i]La fiesta del chivo[/i], de Mario Vargas Llosa, sea una moderna novela histórica?

La obra de Lara Zavala, publicada en el 2008, está entre una novela histórica y una historia novelada. Lo cierto es que no es un libro de historia, es una novela. Y es aquí donde se presenta un viejo dilema para algunos.

El dilema está en el asunto de la historia y la literatura, entre lo verosímil y lo fantasioso, la ficción. Para los académicos es impensable que la historia pueda ser tratada con la imaginación, ser representada; para los novelistas la historia debe ser narrada, tratando de apegarse a los hechos, pero sin negar la imaginación. Se dirá que ya desde el siglo V antes de nuestra era ya se trataban algunos temas históricos con cierto sesgo literario. [i]Los relatos etnográficos[/i] de Herodoto y [i]La Ilíada[/i] de Homero, son algunos ejemplos.

Pero también algunos aseguran que la historia es una interpretación, que no puede ser entendida sin ser interpretada. En juego está el conocimiento, la imaginación y el escepticismo. Si quitamos la camisa de los objetivos, la racionalidad hegeliana y el método, lo que queda son dos textos narrativos: uno más apoyado en lo ficcional y otro en lo real. La línea finalmente es sutil, me dice Lorena Careaga, pues “la verdad histórica es la verdad de los historiadores, son interpretaciones”. La literatura y la historia son, finalmente, dos soluciones a un mismo hecho.

En [i]Península, Península[/i], se percibe que el autor sabe que se encuentra en un terreno de controversia y por ello en varias partes de la novela asume una postura al respecto, cuando en voz de José Turrisa (Justo Sierra O’Relly), dice: “la mejor razón para escribir era contar aquello que uno conoce o imagina para indagar sobre su propia vida como si fuera la de otros…”, “…dudo que el adjetivo ‘histórico’ logre superar al sustantivo novela, ¿cómo resolver el conflicto, si acaso existe, entre ficción e historia?”…, o cuando justificatoriamente admite el precepto de Horacio, “el [i]quidlibet[/i] audendi, pues no hay duda que la ficción admite todo lo que resulte verosímil”…, “…en el terreno de la historia nadie puede ni debe abrogarse fueros ni inmunidades”.

La novela se apoya en hechos reales sucedidos en el siglo XIX en la península de Yucatán. La imaginación del escritor se finca en la Guerra de Castas, movimiento social que mató o hizo emigrar a la mitad de la población peninsular entre 1847 y 1901. Varios de los personajes ya existían antes de la novela y algunos otros son creados, encarnados, por esas circunstancias históricas.

El autor estructura la obra en dos partes y veintiséis capítulos. Aunque no se entiende esa división en dos, la obra es un [i]continuum[/i] en un espacio de 10 años: desde la salida temporal de Miguel Barbachano a La Habana, hasta el levantamiento campechano contra el gobernador Pantaleón Barrera.

En ese tramo histórico, Lara Zavala construye con mucho oficio a personajes que se traslapan o se relacionan para crear un detallado entramado de usos y costumbres, muy conocido para los que habitamos la península y muy ilustrativo para los que no la conocen.

Así, aparecen José Turrisa, el abogado, la voz omnisciente, el seguidor de Santiago Méndez, el esposo de la supuesta viuda Lorenza Cervera, el crítico de la iglesia y el conductor reflexivo de toda la obra. Genaro Montore, un desafortunado comerciante víctima de la guerra que pierde a su esposa y adquiere en la aventura a Rosalía Encalada. El obispo Celestino Onésimo Arrigunaga (José María Guerra), el exacto personaje que no tiene empacho en negar los necesarios milagros de la iglesia, en confesarse como pecador, goloso, vanidoso, concupiscente y embustero. Miss Bell, la institutriz inglesa que no supo cómo llegó a Hopelchén, la otra voz narradora a través de un diario y que terminó casándose con José María Barrera; sí, aquel líder maya que fundó Noh Cah Santa Cruz (hoy Felipe Carrillo Puerto). El doctor irlandés Fitzpatrick, el que conoce la lealtad a través de un perro, el que cura las heridas de los mayas y atiende al moribundo Marcelo y el que cierra perfecta y sorprendentemente el mejor capítulo del libro. Cecilio Chí, el líder radical, el que sabe que la mejor arma para la conjura es la lengua y el filoso machete, el que hace su amante a la cachonda María, la mujer de breve cintura y nalgamen respingón, el que mata sin piedad y el que es asesinado por Anastacio Flores, su secretario. Jacinto Pat, el líder culto, el que lee a López de Cogolludo, el que acepta negociar la guerra para ser nombrado Gobernador de los mayas y que es asesinado por los suyos.

La obra utiliza muy bien los acontecimientos y las intrigas políticas de la época, hace gala de un detallado conocimiento de la historia, de la naturaleza y de la geografía. Aunque por ahí quedan dudas sobre el nombre del asentamiento que encuentra José María Barrera, que dice llamarse Kampocolché, cuando así se nombraba su rancho que trata de recuperar en la primera carta guerrera de la Santísima Cruz; o decir “pequeño rancho” a Ichmul, cuando dos iglesias y muralla artillada tenía en esos tiempos.

[i]Península, Península[/i] es una obra muy recomendable. Hace tres meses, en este 2018, salió a la luz la segunda edición, luego de 10 años de la publicación de la primera que se agotó como pan caliente.

La obra ha merecido la lectura y el análisis de escritores como Carlos Fuentes, quien por cierto gracias a ello el difunto obtuvo el [i]Premio González-Ruano[/i] de Periodismo, en Madrid, y por el cual logró 21 mil dólares. Estamos en espera de que ahora Hernán Lara Zavala se anime a escribir sobre [i]La voluntad y la fortuna[/i] y así la suerte y la reciprocidad le hagan justicia. La obra tambien ha ganado el [i]Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska[/i] y el premio de de la Real Academia Española.

[i]Península, Península[/i] es una novela que hoy puede funcionar para conocer algo de historia regional. En un país, donde la historia puede escasear, la ficción bien contada, bien narrada, se puede acercar a la realidad, aunque nunca suplirla.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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