de

del

Enrique Martín Briceño
Foto: Archivo Pedro Guerra
La Jornada Maya

Lunes 7 de enero, 2019

Así llama Ermilo Abreu Gómez en sus memorias al teatro Peón Contreras, cuyo nuevo edificio, inaugurado hace 110 años, en diciembre de 1908, era, a su parecer, “una amalgama de estilos italianos y franceses, todo de segunda mano; con yesos y molduras. Un engendro. A la aristocracia le gustaba y hasta se paraban los señorones a admirar, con la boca abierta, las muñecas que representaban a las Musas que más parecían nodrizas de casa grande, chichonas y nalgonas”.

Como en las retretas de la Plaza Grande, en aquel Peón Contreras confluían “mestizos” y “blancos”, juntos pero no revueltos. Los blancos pudientes ocupaban la platea y los palcos, en tanto que los mestizos —y los blancos con menores ingresos— se situaban en los pisos superiores. Lo estricto de esta disposición no escrita queda de manifiesto en la anécdota según la cual, una noche de zarzuela, ya bajo el gobierno de Salvador Alvarado, al ver a un par de mestizas situarse en un palco, los asistentes blancos, indignados, abandonaron uno a uno el recinto.

Dos fotografías de la época, conservadas en la Fototeca Pedro Guerra, corroboran lo anterior. En una puede verse, en la puerta que da al actual Callejón del Congreso, el letrero que indica que era por ahí por donde se accedía a los niveles superiores. Ello hace pensar que las escaleras laterales del teatro fueron diseñadas para evitar que los mestizos y los blancos pobres se mezclaran con las “damas” y los “caballeros”, quienes, ingresando por las puertas principales, accedían a la sala por la majestuosa escalinata de mármol que domina el vestíbulo. (Nada que ver, dicho sea de paso, con el idílico cuadro de Mario Trejo que presenta a elegantes blancos y mestizos a la entrada del Peón Contreras en una noche de principios del siglo XX.)

[b]En el Peón Contreras[/b]

La segunda fotografía, aunque era conocida, apenas ahora ha revelado toda su información. Se trata de una imagen que muestra la luneta, los palcos y los niveles superiores del teatro Peón Contreras. Al ser ampliada para la exposición Las artes y sus espacios (que pudo verse en las rejas de la Antigua Estación de Ferrocarriles entre abril y agosto pasados), hemos podido leer algunos de los letreros que identificaban los palcos de platea y de primer nivel en una fecha muy próxima a la de la inauguración del coliseo.

Algunos de los propietarios de esos palcos figuran entre los más conspicuos miembros de la oligarquía porfiriana (la tristemente famosa “Casta Divina”). En los palcos de platea, de izquierda a derecha, pueden leerse los nombres de Carlota de Regil (en el palco “de viudas”), José Palomeque, Olegario Molina, Avelino Montes, Augusto Molina, Luisa Hübbe de Molina y Ricardo Molina Hübbe. En los del actual primer nivel, pueden leerse los nombres de Enrique Cirerol, Carmen Ituarte de Pinelo, Manuel Zapata, Gonzalo Cámara, Enrique Cámara, Audomaro Molina, Domingo Evia, Aurelio Portuondo y Agustín Vales Castillo. Hay unos cuantos nombres ilegibles, palcos que no se ven en la foto y algunos sin letrero.

Entre los personajes mencionados destacan los familiares del todopoderoso Olegario Molina, a la sazón ministro de Fomento de Porfirio Díaz: su yerno Avelino Montes, sus hermanos Augusto y Audomaro, su cuñada Luisa Hübbe y su sobrino Ricardo Molina Hübbe. Montes era el principal socio de don Olegario y controlaba el mercado del henequén a través de su casa exportadora. Augusto era médico, aunque también participaba en el negocio del henequén, en tanto que Audomaro, además de ejercer la docencia, era dueño de la hacienda Xcumpich. Por su parte, Ricardo era hacendado y propietario del molinista Diario Yucateco.

María Carlota Amelia Augusta Victoria de Regil y Fajardo (así bautizada obviamente en honor a la emperatriz) era una solterona de familia acaudalada. Por su parte, el doctor José Palomeque Solís, quien había sido director de la escuela de medicina y secretario general de gobierno y gobernador interino en la administración de Carlos Peón, estaba relacionado con la industria de los ferrocarriles.

[b]Vínculos especiales[/b]

Dos de los propietarios de los palcos del primer nivel tenían vínculos especiales con el edificio: el abogado Gonzalo Cámara Zavala, quien había sido director general y miembro del consejo de administración de la Empresa Teatral de Mérida, que comenzó la construcción del teatro en 1900, y el empresario cubano Aurelio Portuondo, quien, con sus cuñados Alonso y Rafael de Regil y otros accionistas, conformó y encabezó en 1906 la sociedad Regil, Portuondo y Cía., que concluyó la obra. Don Gonzalo sería empresario del teatro por dos décadas y en 1946 publicaría su indispensable Historia del Teatro Peón Contreras.

Enrique Cirerol era propietario, con su familia, del ingenio azucarero de Catmís —en el que moriría, en 1911, víctima de una revuelta popular—. Y Carmen Ituarte Lara era la acomodada viuda de Manuel Pinelo Montero, primer director del Banco Yucateco. Sin haber cumplido los cincuenta años, doña Carmen era ya abuela del inquieto niño que, pocos años más tarde, sería conocido como Guty Cárdenas.

Manuel Zapata había formado parte del consejo de administración de la Empresa Teatral de Mérida, en tanto que Enrique Cámara Zavala —hermano de Gonzalo— era comerciante y hacendado. Finalmente, Agustín Vales Castillo era también hacendado y muy cercano colaborador de Olegario Molina; poco antes de la inauguración del Peón Contreras, desde la jefatura política de Mérida, había ordenado disolver la Unión Obrera de Yucatán y detener a sus líderes.

Como un botón de muestra de los nexos entre los anteriores, obsérvese que en el primer consejo de administración de la empresa Ferrocarriles Unidos de Yucatán, constituida en 1902, figuraron como vocales José Palomeque, Avelino Montes, Agustín Vales Castillo, Ernesto de Regil (hermano de Carlota) y Domingo Evia.

Todos eran conscientes de que, por su posición social y económica —“nobleza obliga”—, debían tener palco en el Peón Contreras (aunque no necesariamente gustaran de todo lo que en sus escenarios se representaba). Tener palco propio y asistir al teatro —para ver y dejarse ver— era un signo que distinguía a aquellos personajes y sus familias de los demás ricos meridanos y, por supuesto, de los mestizos de aquella sociedad estamental aún en vías de convertirse en una moderna sociedad de clases.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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