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Javier Becerril*
Foto: Twitter @Railinc
La Jornada Maya

Martes 29 de enero, 2019

El desarrollo es concebido como una serie de valores que toda sociedad desea alcanzar: crecimiento económico, reducción de pobreza, desigualdad, equidad de género; respeto a las minorías, a los derechos humanos, acceso a la justicia, recreación y cultura, niveles deseables de nutrición, salud, educación y seguridad pública.

El concepto de desarrollo es amplio y holístico, comprende aspectos tangibles e intangibles. Existen diferentes paradigmas: Desarrollo Regional, Sustentable y Humano. Además, es pertinente partir de una concepción de lo que entendemos por región, es el nivel subnacional donde actores públicos o privados realizan interacciones económicas, políticas y sociales para fortalecer el desarrollo en su ámbito local y/o territorial. En México se refiere a tres tipos de espacios geoeconómicos: estados, municipios y corredores industriales.

Por más de 150 años se han generados diferentes paradigmas sobre desarrollo: teorías de la localización (1800-1950), teorías del desarrollo y crecimiento económico (1930-2000), y las teorías del desarrollo espacial (1980-2000), se ha generado un número muy considerable de estudios en las principales escuelas de economía alrededor del globo, particularmente en los países anglosajones. Todas estas ideas y prácticas institucionales sobre desarrollo han gobernado la economía mundial desde 1970 con el llamado [i]Consenso de Washington[/i], comúnmente conocido y acuñado como neoliberalismo.

[b]Análisis Multi Criterio[/b]

Las decisiones de inversión son el núcleo de cualquier estrategia de desarrollo -particularmente las que toma el poder ejecutivo federal o estatal neoliberal-, como se ha dicho, el crecimiento económico y el bienestar de una sociedad dependen del capital productivo, infraestructura, capital humano, salud y conocimiento. Preservar nuestro medio ambiente requiere que la sociedad y los tomadores de decisión miren hacia el futuro, por ejemplo hacia una visión a largo plazo. De alguna u otra forma, y en cada momento, una decisión de inversión tiene que ser tomada, y para ello usualmente los tecnócratas emplean el Análisis de Costos y Beneficios Sociales (ACBS).

Aquí el punto que marca la diferencia entre la escuela neoclásica neoliberal y la Economía Ecológica (EE). El ACBS reduce todos los costos y beneficios -conmensurables, obviando los no conmensurables y no crematísticos "no comercializables"- a la escala unicriterio de valor monetario, es decir, el ACBS se convierte en la base de la política pública a través de la agregación de preferencias individuales. Una opción es el enfoque de la escuela de pensamiento de la EE y el Análisis Multi Criterio (AMC), considerando el flujo de energía y de materiales en la economía, por ejemplo, en el megaproyecto que se pretende implementar.

En los últimos 30 años se han aplicado una variedad de AMC de ayuda a la decisión, con el fin de facilitar la organización de información ecológica, económica y social, como base para los procesos de toma de decisiones en materia ambiental. El AMC no asume la conmensurabilidad de las diferentes dimensiones del problema, ya que no prové un único criterio de elección; en este sentido, no existe la necesidad de reducir todos los valores a la escala monetaria o energética, ayudando a encuadrar y presentar el problema, facilitando el proceso de decisión y la obtención de acuerdos políticos. Nos encontramos, por tanto, ante un proceso de aprendizaje iterativo entre los analistas y los agentes involucrados, en el que se combinan aspectos formales (aquellos propios de la metodología AMC) con aspectos informales, representados por las percepciones, intereses y deseos de los diferentes agentes inmersos en la toma de decisiones: el pueblo originario, académicos, empresarios, políticos, estudiantes y organizaciones de la sociedad civil.

En el México contemporáneo existen grandes contrastes, poco menos de la mitad de su población vive en pobreza y el 7.3 por ciento en pobreza extrema (CONEVAL, 2018). La innovación y el desarrollo están presentes, pero mal distribuidos: con inequidad de género y desigualdad en el ingreso. Altos índices de marginación, alta concentración en las ciudades y muy alta dispersión, habitantes muy apartados de los principales centros urbanos, con altos costos de transacción para sacar o llevar bienes y servicios básicos (en la jerga económica se le conoce como mercados imperfectos), donde también hay asimetría en la información.

Sin lugar a dudas, el tren maya ahondará la desigualdad y los territorios quedarán más fragmentados -ahora por una barrera física y peligrosa si el tren es eléctrico (alta tensión)- y barreras de seguridad para permitir el libre tránsito del tren a una velocidad promedio de 160 km/h. El uso del transporte que habitualmente usan en las áreas rurales remotas para trasladar insumos o productos es la fuerza humana, fuerza animal, la bicicleta, triciclo e incluso la motocicleta, y para moverse entre comunidades se usan los automóviles de carga de 1 a 3.5 toneladas, incluso para transportar personas. En este marco, el tren maya no es parte de la vida cotidiana en las áreas rurales remotas de la península, algo que sugiero considerar a los tomadores de decisión.

*Profesor de la Facultad de Economía de la UADY

[i]Mérida, Yucatán[/i]
[b][email protected][/b]


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