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Silvana Ibarra
La Jornada Maya

Jueves 22 de agosto, 2019

En la búsqueda por la riqueza y el idilio con el poder, el ser humano ha llegado a ser la especie transformadora de la Tierra, con nuestra capacidad de obtener lo necesario de campos, playas, bosques, lagos y manantiales. El problema es que al transformarlos, nos olvidamos que la naturaleza es el territorio que sostiene la vida, y que la Tierra funciona conectada, unida…

Esta unión de sus elementos produce el sustento de los seres vivos.

Por ejemplo, los errores en la construcción de las ciudades han sido romper las conexiones entre los elementos naturales, como entubar el agua de lluvia (la separamos del suelo y la vegetación) o construir ciudades impermeables (separando la unión entre agua superficial y subterránea).

En el afán ingenieril de las grandes obras hidráulicas, nos hemos empeñado en tratar –sin éxito– de librar las inundaciones con construcciones de drenaje pluvial artificial y bardas en el borde de algunos ríos, en lugar de simplemente replicar la forma en que la naturaleza opera. Se gasta más del 40 por ciento del presupuesto de los organismos operadores en bombear aguas negras hasta la plantas de tratamiento –si es que existen y funcionan bien–; por eso huele a caño en algunas casas, calles, playas, ríos y lagos.

Además, en el campo intoxicamos la vida con agroquímicos letales.

Hoy conocemos tanto de los errores cometidos, que la solución es inevitable. Esa premisa ha generado acciones en conjunto para reconocer la vocación natural de Quintana Roo, viendo la perspectiva del agua como la base de la vida y la economía turística y productiva.

El esquema Territorio Sensible al Agua considera al vital líquido como un fundamento clave para ciudades y campo, sostenidos por sobre incontados kilómetros de ríos subterráneos. Lo anterior, determinó el Colegio de la Frontera Sur (Ecosur), significa dos cosas para las acciones sociopolíticas: "permitir el flujo del agua a través del suelo hasta el acuífero" y "evitar contaminarla".

Si permitimos que la vegetación y el suelo hagan su trabajo para filtrar el agua de la lluvia al subterráneo, lograríamos mitigar las inundaciones en lugar de aumentarlas, y evitaríamos también los rebosamientos del sistema cloacal de agua residual, disminuyendo la contaminación de las lagunas, como Bacalar, que se ensucia también por los ríos que corren por las calles.

Este tema se ha trabajado con el impulso y la visión de la Secretaría de Ecología y Medio Ambiente (Sema), la Secretaría de Desarrollo Territorial y Urbano Sustentable (Sedetus) y la asociación civil Geo AC; con ingenieros del Instituto Tecnológico de Chetumal y productores locales, han estudiado de forma conjunta.

Los resultados esperados son que ya no se intoxique el agua de la producción agrícola, que las ciudades sean ciudades verdes, utilicen tecnologías limpias y de autosustento (como captación de agua de lluvia o Ciudades captadoras de agua, con infraestructura en espacios públicos que permitan la recarga al acuífero, espacios de arbolado y suelo natural, donde se pueden realizar diseños a base de permacultura, casas en pilotes, semilleros nativos, parques etc.

De esto, Geo AC y el gobierno de Quintana Roo están generando lazos ya con la Red Mexicana de Cuencas, la Red Latinoamericana de Rescate de Ríos Urbanos, el Comité Internacional de Lagos y se están entablando diálogos con ONU Hábitat quienes recién comenzaron operaciones para el diseño de centros urbanos aledaños al proyecto Tren Maya, y que ya están enterados de la fragilidad y sensibilidad del Territorio Kárstico de Quintana Roo (donde el suelo se diluye hasta formar cenotes y cavernas).

Este territorio, las personas y las conexiones naturales que dan la vida, dependen en un 100 por ciento de la conexión entre el agua subterránea y el agua superficial. Esperamos llegar al pleno reconocimiento de estas características en la política pública y que ello provoque una evolución positiva en los centros urbanos y el campo de la península de Yucatán.

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