Alas de plomo

Mauricio Cervantes*
Foto: Juan Manuel Valdivia
La Jornada Maya

Martes 11 de mayo, 2020

“Pocos instantes después de la maniobra de descenso, el macho oyó ruido y levantó la cabeza. Fue un anuncio inútil, porque si bien sus sentidos eran adecuados para orientarse en el espacio de los aguaceros y las lilas, no servían para explicarse el hecho de la pólvora. Después solo sintió que las entrañas se le llenaban de escoria luminosa y que la realidad se apagaba repentinamente. Entonces supo que era diciembre y se sintió feliz definitivamente”

Con estas líneas termina Mario Payeras la [i]Historia de los dos cartuchos y los dos faisanes[/i]. El drama no alcanza a ensombrecer la imagen idílica del trampero que se procurara alimento en alguna selva guatemalteca, hace casi un siglo.

La sombra está en las notas cada vez más frecuentes sobre aves que caen muertas en Holanda, Turquía, España, el Reino Unido o en la península de Yucatán, donde opera [a=https:///www.naturalista.mx/projects/aves-muertas-del-programa-de-aves-urbanas-pau]Naturalista[/a], la plataforma para dar parte de ejemplares muertos que permitan ubicar zonas y causas. Entre éstas se habla del cambio climático, el crecimiento de la mancha urbana o la de los generadores eólicos; factores que impactan en el agua, el alimento y las condiciones favorables para las especies migratorias. Lo cierto es que no hay suficiente información que aduzca a los campos electromagnéticos de la telefonía celular, como tampoco hay evidencias para probar que esos campos no estén afectando la salud y los hábitos de aves, murciélagos e insectos. Científicos independientes a las telefónicas claman por una moratoria para el despliegue de la tecnología 5G.

Hay un registro de mil 60 especies de aves en México. De ellas la mitad puede avistarse en la península de Yucatán. En la maya, al igual que prácticamente en la cosmogonía de cualquier rincón, las aves se relacionan con el conocimiento o su develación.

Fulcanelli, estudioso del siglo XX, se refiere a un lenguaje reservado a los iniciados para conocer las verdades alquímicas. Nada más elocuente para entender el sentido de ese lenguaje que la escultura de Anselm Kiefer, nombrada al igual que el lenguaje de Fulcanelli: La lengua de los pájaros. En ella un águila descomunal vela por el conocimiento, posada sobre una pila de libros de plomo. Se ha afirmado que aquella lengua es una depuración simbólica de la más esencial de las prácticas: conseguir alimento. Después del deshielo los hombres seguían las rutas de las aves carroñeras para ubicar a sus presas; con el tiempo indagarían en sus vísceras o descifrarían su canto para abonar a la historia de la ornitomancia y otras suertes adivinatorias.

En tiempos en que nuestros sistemas de creencias se fragmentan, es un momento de resignificarlos, de transmutarlos como perseguían los alquimistas. Es el momento para evaluar nuestras prácticas extractivas, el consumo frenético de energéticos y tecnología, para dejar de pensar en “las especies” de una manera estadística y en su lugar, considerarlas en la dignidad y valor de su individualidad.

Otras líneas del cuento de Payeras podrían ser premonitorias:

“A diferencia de las especies felices que le hacen la guerra a los árboles y desperdician la comida, los faisanes tenían hábitos sigilosos e itinerarios definidos. Hallaban los rumbos de la rosa utilizando como referencia los acontecimientos de las estaciones… entonces se detenían a escuchar en el canto del compañero la verdad de la vida.”

El pasado 9 de mayo se conmemoró el Día Mundial de las Aves Migratorias

*Premio al Mérito Ecológico 2017
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Edición: Elsa Torres